miércoles, 19 de febrero de 2025

LAS ANIMAS DEL CAMINO. (GUASARE)


 

Autor. Hernán Blanco


Para enterarse de algo que se desea saber sólo hay que preguntar. La gente suele decir que preguntando se llega lejos, o que nada se pierde con preguntar. A mi me ha dado muy buenos resultado, andar por allí preguntando cosas, debido a mi curiosidad por conocer esas anécdotas y esos saberes ocultos inconscientemente en la memoria del pueblo. Es así como se aprende y se conoce lo que no se sabe.

Bastó una pregunta muy sencilla  que les hice a Roque y a Roberto Higuera, ¿qué saben ustedes de las Ánimas de Guasare?, para hacer un descubrimiento importante acerca de esta creencia tan arraigada en nuestra sociedad, sobre las milagrosas Ánimas ¿Porqué hice esa pregunta? por que los abuelos de estos amigos había formado su familia en el camino de Paraguaná, lo que me hacia suponer que algo debía saber. En ese sentido la intuición ayuda mucho. La respuesta no se hizo esperar, Roque me respondió, que él sabía una historia de dichas ánimas que nada tenia que ver con la versión de Eudes Nava y que una de ellas tenía nombre y apellido, y que la misma estaba relacionada con una familia del barrio de apellido Alvarado, incluso, me dio el nombre de la persona que podía ponerme al tanto de esa información. Ese planteamiento llamó mi atención y me quede pensando en la posibilidad de conversar con esa persona. El tiempo paso, unos cinco o seis meses quizás y cuando parecía que todo estaba olvidado, el día 8 de febrero a las cuatro de la tarde, me encontré en los tres platos con esa persona de la que me habían hablado los hermanos. Inmediatamente lo aborde comunicándole lo que había conversado con Roque y Roberto y le manifesté, que tenía interés en conocer la información que presuntamente él conocía sobre el protagonismo de algún familiar suyo con respecto a leyenda de las Ánimas de Guasare. Así de pronto estábamos acordando una cita para vernos en algún sitio. Pero fue tal mi insistencia que logré persuadirlo para que me comentara lo que sabia acerca de esa historia y así fue como logré tomar notas y grabar cuanto este personaje de nombre Urbano, conocía. 

¿Cuando me iba a imaginar que estos amigos pudieran ponerme tras la pista de una información que aportaría nuevos y muy originales elementos a la leyenda de las Ánimas de Guasare?

Antes que el libro del Poeta Eudes Navas saliera a la luz pública con los elementos descriptivos y narrativos del hecho conocido como las Ánimas de Guasare, sólo se conocía obviamente una leyenda que iba de boca en boca. Es el poeta con su prosa el que plasma y le da cuerpo literal a aquel decir popular que se había convertido en una manifestación religiosa y cultural de todos los falconianos y que trascendió más allá de la frontera regional.
Hacer este comentario es necesario en justicia de quien primero escribió sobre la materia. A partir de esta referencia otros se lanzaron a escribir, comentar y hacer videos del hecho, sin agregar nada nuevo o distinto a lo que hubiese dicho el poeta 

Esta es la historia que protagonizaron los hermanos Francisco, Constantino y ManuelAlvarado, y que dio origen a la leyenda de Las Ánimas de Guasare. 

 Todo comenzó un día cualquiera del año 1912, cuando tres hermanos oriundos de Maurache, (Buena Vista), se dispusieron a realizar la aventura de atravesar a pie el desierto peninsular, para dirigirse a Coro en busca de trabajo, en virtud de que la ausencia de lluvia en el año anterior había ocasionado un gran problema, al encontrarse las trojas vacías de muchas familias pobres. Siempre el paraguanero se sustentaba económicamente con el producto de las abundantes cosechas propias de cada año, sólo que esta vez no sólo no se pudo sembrar sino que además se estaban muriendo los animales. Esta fue la razón del éxodo de estas familias pobres en busca de una mejor calidad de vida, fuera del suelo peninsular y que se convirtió en leyenda posteriormente. 

 El penoso recorrido que comenzó en Buena Vista con destino a Coro, se convirtió en tragedia en el sitio conocido como Guasare, cuando uno de los tres hermanos que comenzaron la travesía de la muerte, llamado Manuel Alvarado,  fallece en la orilla del camino,  en una punta del Golfete, al Este de donde hoy se encuentra la capilla de las Ánimas de Guasare. Los dos hermanos sobrevivientes dejan el cuerpo de Manuel acomodado a la orilla del camino y continúan en busca de auxilio, ya que se encontraban bastante cerca de Coro, sin saber que antes de llegar a la ciudad se encontrarían con la casa de Manuel Felipe Higuera y Francisca Loaiza, que habitaban en Los Guayacanes. Es al Señor Manuel Felipe a quien le cuentan lo sucedido, y le piden el favor para que los ayude a enterrarlo. Este los acompaña hasta el sitio, donde proceden a enterrar el cadáver. 

 Los dos hermanos después de agradecer a Manuel Felipe la solidaridad, siguieron camino, pero con mucha pena por la perdida del hermano querido. El rumbo que estos muchachos llevaban era el camino de la serranía, donde presumían encontrar trabajo y comida. Después de varios días de camino los hermanos fueron a detener su marcha por las inmediaciones de Cabure. Cuando la noche estaba cayendo encuentran un sitio donde había un grupo de personas muy alegres que estaban asando una ternera. En esa reunión fueron invitados a pasar y les ofrecen de la abundante comida que había en aquel banquete. En ese momento los hermanos al ver tanta comida se echaron a llorar pensando en las penurias por las que estarían pasando su madre y sus hermanos. Allí manifestaron su tragedia y su necesidad de trabajo. Les responden que la situación no estaba muy buena, pero que harían algo para ayudarlos. A los días siguientes les hacen una oferta de empleo para sacar una madera de un fundo y llevarla para un trapiche. Una vez concluido el compromiso le pagaron a cada uno 7 bolívares a razón de tres reales por día. Francisco le pidió a Constantino regresara a Buena Vista a llevarle a su mamá el dinero que habían obtenido, a lo que este respondió, que él a Paraguaná no volvía ni siquiera con mil bolívares. Francisco regresó, pero Constantino se adentro más hacia la serranía al punto de que nunca más supieron de él. En esta familia se cree que Constantino debió seguir hacia Barquisimeto.   

 Para esta familia nunca hubo dudas de que en ese sitio estaba enterrado Manuel. Fue el propio Francisco el que puso la cruz en el sitio pues se trataba de su hermano. Esa es la razón por la cual en todo ese camino donde muchos restos humanos se encontraban dispersos, uno sólo estaba identificado con la cruz. Otras de las ánimas que presuntamente estaban en el mismo lugar, según le contaron a Urbano correspondían a una dama y hombre que a caballo procedían de La Vela, los cuales fueron encontrados muertos muy cercano del sitio. Esa es la razón por la cual la tradición habla de tres personas fallecidas en el sitio de Guasare. Cuenta Jobita que su tía Pola y su prima siempre estuvieron pendiente de esta tradición familiar de venerar el Anima de Manuel que tenía 18 años cuando murió en ese lugar. también cuenta Jobita que su papa Chico cuando iba a Paraguaná tenía por costumbre saludar a su hermano con un ¡Adiós Manuel! 


                                                 Francisco Alvarado
                                       nació en 1889. Contaba con 23 para la fecha en que murió, Manuel


Según Monche Higuera el tramo del camino hasta Tacuato es un cementerio. El conoció muchos sitios donde las osamenta se encontraban a flor de tierra, incluso en una ocasión estando de cacería con unos familiares, seguían a una iguana que se les metió en un tunal, a la cual le entraron a fuerza de machete, encontrándose con la sorpresa de unas extremidades humanas. En otro sitio encontraron un cráneo y una larga cabellera. Es decir que había para escoger.

Ahora Bien si los restos de Manuel fueron enterrados es poco probable que los huesos que después aparecieron en el sitio,  fueran los de él. Es posible que para dar mayor veracidad a la tradición alguien llevara huesos humanos de otro sitio, que como hemos dicho hay bastante regados por el cuello peninsular, lo cual permite especular, que los restos de Manuel Alvarado, el difunto que siempre se veneró como una de las ánimas de Guasare, aún pudiera estar en el sitio donde comenzó el culto a las milagrosas Ánimas, y no donde ahora se encuentra la capilla, la cual fue mudada ciertamente para la comodidad de los devotos, pero también para explotarla comercialmente.  


 Miembros de la familia Alvarado testigos de las anécdotas de Chico Alvarado, su hija Jobita y sus Nietos Cosme y Francisco. 

Solo quienes pudieron haber tenido un sentimiento de afecto por la persona de Manuel, "Anima de Guasare" tenían razones para comentar entre la familia el significado de aquel hecho que hubo de sucederle a un miembro de su grupo familiar.    

 Ante esta circunstancia cabe hacerse la siguiente pregunta ¿si el presunto cuerpo de Manuel no fue exhumado, de donde sacaron los huesos que se llevaron para allá?
Los Higueras son una familia muy conocedoras en detalle de toda esta área geográfica, por cuanto nacieron en el lugar, y además fueron criadores que permanentemente caminaban todos esos espacios pastoreando sus animales. De modo que como ellos nadie conoce mejor la realidad. El progenitor de los hermanos Higuera, Andrés Teodoro, nació en el año 1900, contaba 12 años cuando aconteció lo del año doce, lo cual quiere decir que algo debió saber sobre el asunto.  ¿Pero cual es la causa de la fama de las ánimas? En primer lugar la devoción cristiana a las almas del purgatorio. En segundo lugar la identificación de la cruz, lo cual quiere decir que tenía dolientes, este signo de la fe obligaba a los caminantes a persignarse y a encomendarse para el buen viaje o solicitar algún favor. En tercer lugar que los restos estaban en el camino. Porque restos humanos hay diseminados por toda esa geografía. Si en algún sitio hubo restos humanos como arroz, fue en Coduto, donde perdiera la vida el más famoso personaje caído en esa llanura, el Ilustre Prócer de nuestra Independencia el Coronel Juan Garcés, héroe de Junín y Ayacucho, quien cae combatiendo contra Juan Crisóstomo Falcón. Si a alguien se le hubiera ocurrido hacer un parapeto y prenderle una vela a tan Ilustre Prócer, no habría ánima más famosa que esta en toda la Península. Ironía de la vida. En cuarto lugar los obreros de Obras Públicas que construyeron la carretera de caliche por donde habría de pasar el nuevo medio de transporte, que dejaría atrás a los arreos de burros que frecuentaban esta ruta. Estos obreros comenzaron la difusión masiva de las ánimas ya que en el sitio había un médano que obstruía la vía, por lo que siempre estaba destacado en el sitio una pequeña cuadrilla de trabajadores haciendo mantenimiento. Por supuesto que cuando se estaba trabajando en el sitio la marcha era más lenta para los transeúntes, circunstancia que aprovechaban los obreros para promocionar a las ánimas pidiendo colaboración. De esta forma el lugar se convierte en el preferido de los obreros, cuestión que representaba un problema para el caporal supervisor a la hora de distribuir el personal. En cierta forma estos obreros eran celadores de los bienes de las ánimas, estaban pendientes de la limosna que las personas dejaban allí. Fue así como las animas se convirtieron en el Banco de los Trabajadores de Guasare, por cuanto algunos de estos obreros en momentos de estreches económicas solían tomar dinero prestado de la limosna, el cual reponían posteriormente. Era tal la honestidad de la gente de entonces, que nadie osaba tocar la limosna que allí se depositaba. Pero tenía que llegar el día en que un choro desalmado cometiera el primer atraco contra las buenas ánimas del camino, quedando así descapitalizado el banco de los trabajadores. Desde entonces no pararon las profanaciones contra el túmulo. En quito lugar los pescadores, que antes de entrar al mar siempre se agachaban para hacer sus ruegos y prender una velita. Mi padre, Lorenzo Tellería, pescador de toda la vida por esos lugares, cuando se iba de faena con su amigo Eduvigido, estaba muy pendiente de la vela para las ánimas. No detenerse a saludar a las ánimas, era señal de mal augurio en la pesca. Por lo tanto jamás omitían la parada.

Una anécdota que recuerdan familiares de estos obreros es la siguiente: sucedió un día, que la cuadrilla decidió echar un camarón dejando un centinela para que avisara cuando se aproximara el caporal, pero éste también cayó en los brazos de Morfeo. Mayúscula sorpresa se llevaron cuando las propias ánimas según ellos, los despertaron con un estruendoso regaño. ¡Buenos es que no se van a levantar, ya viene la gente!



TEODORO HIGUERA

En este sitio trabajaron Lourdes y Teodoro Higuera, José Velázquez, Justiniano Loaiza, Ángel Dávila, Catalino Veróes, un tal Vallecito y otro señor apodado Tano, entre muchos otros.
En 1912 llego a Coro, el primer vehículo, para el General Jurado, prrimera autoridad del Estado.

Cuando ya creía haber terminado Roberto Higuera me sugirió que hablara con Juan Hurtado, porque él tenía la impresión de que Juan conocía alguna información que pudiera interesarme. No estaba equivocados, Juan tenía muy buena información que comunicarme. Juan es un personaje que conozco muy bien, por cuanto le hice varias entrevistas para escribir la reseña de El Pantano. 

Cuando fui a visitarle para preguntarle sobre lo que pudiera conocer sobre las ánimas, la primera pregunta que le hice fue, si sabía la historia de los hermanos Alvarado, me confirmo que ciertamente esa historia se comentaba. Entre otras cosas me contó lo siguiente. El túmulo de las ánimas era en principio una casucha de madera en cuyo interior tenía una lata, de aquellas en la que se envasaba el kerosén. En esta lata encendían los viajeros sus velas. El primer túmulo de Cemento lo hizo el mismo Juan, a solicitud de Sigilfredo Crasto, conductor devoto de las ánimas que distribuía la Cerveza Caracas en Coro y Punto Fijo. Juan también sabe algo de la historia de estos lugares ya que vivió en Cararapita más allá de Cararapa con su papá Bernal Hurtado. Donde tenían una pequeña posada. En ese camino de Paraguana tenían animales Emilio Ramirez, Teo Borregales, y Gregorio Marrero.  También vivían en ese callejón peninsular, Primitivo Castillo, Ramón Díaz y Amalia Nebrus, Rodolfo Fuguet, María Rivero, Bartolo Reyes, Julio Rivero, Ramón Mora, Tomás Blanco y Manuela Padilla, Leonor Cumare entre otros.   Allí se vendía un plato de comida por un real.  



                                                    Sigilfredo Crasto






                                                
                                                 Juan  Hurtado                                                           


El telégrafo de El Faro que menciona Eudes Nava no estaba en el balcón de Jurado, este funcionaba en una casa que estaba en la punta de abajo en la Salina, y el telegrafista era mi Abuelo José Isabel Blanco Fuente. Un general de montonera nacido en El Sombrero Estado Guarico. Mi abuelo fue telegrafista en San Luis y en el Estado Zulia, en Los Puertos de Altagracia. En El Faro, siendo mi abuelo funcionario del gobierno tuvo un encuentro cordial con Rafael Simón Urbina, cuando este iba a embarcase en Adicora para hacer la toma de Curazao. Mi abuelo amablemente le ofreció comida y este le agradeció la atención y el buen trato. Cuando posteriormente llegaron las autoridades preguntando si Urbina había pasado por allí, mi abuelo negó haberlo visto.

Probablemente para el año 12 mis abuelos ya estaban viviendo en El Faro. En 1915 nació el hermano mayor de mi papá Francisco Tellería. En la casa de El Faro también hacían posada muchos viajeros. Esto me lo comentó mi abuela Rosa Tellería. 

Es necesario  aclarar que Paraguaná siempre estuvo habitada, primero por los Caquetios y después por los españoles, lo cual quiere decir que ese recorrido era normal que lo hicieran permanentemente. Los Caquetíos hacían este recorrido a pie pero desde la llegada de los españoles el desplazamiento fue a lomo de burro o mula o caballo, dependiendo del estatus social. Digo esto por que quienes hablan o han escrito sobre el asunto intentan hacer creer que los paraguaneros salieron en estampida motivado a la ausencia de lluvia. Eso realmente no es verdad. Muchos paraguaneros siguieron haciendo su recorrido de lo más normal. El intercambio comercial no se iba a detener por un año de sequía. Los arreos de los comerciantes no iban a detenerse cuando más necesidad había de abastecer la zona de alimentos. Es obvio que a estos suministros solo tenían acceso las familias pudientes de la península. En todo caso los que pudieron haber muerto fue gente de escasos recursos que por no tomar previsiones se aventuraron a hacer un recorrido que desconocían, los cuales fueron victimas mas que del hambre y la sed, fue por la insolación, cansancio, o por alguna patología.  Es importante tener en cuenta que en ese camino siempre hubo posadas y que los arreos de burro llevaban agua a esos sitios, también habían unos cuantos jagüeyes, cuya agua era perfectamente tolerada por el organismo humanos por su baja concentración de sal. De hecho los burros son capaces de hacer sus hoyos para sacar agua de esta, y no se mueren por beber de ella. En cada uno de esos sitios habia un jaguey como hemos dicho. Juan Me comentó que el agua menos salobre era la de Cararapa. Incluso me comentó que él mismo había hecho su jaguey en el camino, el cual utilizó muchas veces para llenar su pimpina cuando iba por esos caminos. A este respecto la tecnología satelital del presente nos permite comprender el porque de la existencia de esa agua semidulce en el camino. 


En esta foto del satelite puede observase que el golfete no es tan hondo como se cree por cuanto se aprecia con bastante claridad el lecho del mismo. Pero lo más interesante es apreciar que la direccionalidad del cuello peninsular sigue en linea recta hacia la Represa El Isiro y obviamente hacia la Sierra de San Luis. Esta es una clara demostración que en ese camino desde el tiempo de los aborígenes se sabía que había agua.       

Por esos lugares el gobierno tenía sus empleados cuidando las Salina, además también podía encontrarse uno que otro pastor cuidando sus animales. y algún pescador andaría por esos ancestrales sitios de pesca.  Es decir son casi cuatro siglos de histórica presencia del hombre haciendo la vida en ese trayecto. Moruy Pueblo Nuevo, Santa Ana, los Taques, Adicora estaban allí con su modesto desarrollo. ¿De donde recibían provisiones sino de la capital, por el único medio de trasporte que existía los burros y mulas, que eran los Jeep y los camiones de ahora, por los únicos caminos que conocían los falconianos. ¿De que sirve fantasear con imágenes que son contrarias a la naturaleza real de las cosas?. Es verdad que el área era inhóspita pero no totalmente deshabitada, es verdad que había necesidad y sed pero no es verdad que alguien no tuviera un pedazo de cualquier cosa de comer o de beber que no quisiera compartir. Si esos puntos estaban allí ¿porque alguien tenía que morir de hambre o de sed si estas posadas no estaban muy distantes unas de otras. La comida que más se vendía en estos sitio era pescado frito que abundaba en Guasare y Médano Blanco. un plato costaba un real. Para entonces cualquier familia tenía su atarraya.

Mi abuelo como empleado público tenía un sueldo suficiente para tener comida en una despensa. Incluso mi abuelo se daba el lujo de tener en El Faro, agua dulce llevada en barriles desde Coro. Eusebio Amarante primo de mi abuela Rosa a quien conocí en El Pantano 6 meses antes de su muerte me confirmo esta información cuando comentó: “Mi mamá nos llevaba de Tacuato a El Faro a visitar a la prima Rosa a beber agua dulce de vez en cuando”.     

                                                          
                                               Rosalía Tellería

Antonio Gil Blanco, sobrino de mi abuelo Emiliano Blanco, en un día con su noche montado en burro se venía desde el Vinculo hasta la calle Aurora a visitar la familia y especialmente a ver a su Hija Adela Castro, que vivía con mi abuelo. en ocasiones se regresaba el mismo día. Lo propio hacía mi abuelo cuando se iba a sembrar en el Vínculo. 

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Un amigo me comentaba, mi mamá nació en Paraguaná en el año 1906 y jamás mis abuelos salieron de Paragunaá por hambre o sed 

Mi abuela Rosalía Tellería nació en Maitiruma en el año 1901 y jamás salió de allá por hambre o por sed.

En otras palabras no es verdad que había una estela de muertos de hambre tirados por allí. Toda la exageración de esta leyenda salió del imaginario popular.  

viernes, 14 de febrero de 2025

LA EDUCACIÓN EN GUAIBACOA

 

LA EDUCACIÓN EN GUAIBACOA

                                Hernán Blanco

 

Según Carmen Amadora Zavala, la educación en Guaibacoa ya era oficial en la década de los 30. La escuela estaba ubicada en El Buco, en una hacienda donde había muchas matas de cocos y almendrones. Allí enseñaban las hermanas Emma y Aura Reyes Aguirrieche. Entre sus  compañeros recuerda a Isabel Sánchez, Hilda Ramos, Nino Pulgar, Carmen Pulgar, Lola Sánchez, Rafael Sánchez, Bertha Ramos y Pompilio.

 

Un hecho anecdótico muy significativo que recuerda Amadora de esta época, es la presencia del niño Alonzo Gamero sentado en aquellos banquitos de la escuela, oyendo clase con los niños de Guaibacoa, en las ocasiones que acudía a visitar a sus tías las hermanas Reyes Aguirrieches.

 

El señor Reinaldo Ordóñez al ser entrevistado manifestó estar de acuerdo con Amadora, ya que para 1938 la Escuela estaba ubicada en la casa de Jesús Sánchez a la parte abajo del chorro. Allí daban clase Mireya Arnaez, Angelina Lamberto, la negra Angélica y Carmen Antonia, esposa de Jesús Sánchez. Después la escuela fue mudada a la casa de Laura Lovera, que estaba ubicada entre la casa de Lino Reyes y la Prefectura. En esta escuela daban clase Sara Arteaga y la propia Laura Lovera. Entre sus compañeros de estudios, Reinaldo recuerda a Lucas Zavala, Mons. Lugo, Luis Pulgar, Juan Herrera, Margarita Loica, Elodia Zavala, Pedro Sánchez y Raúl Ramos entre otros, pero también recuerda alumnos de mayor edad, entre los cuales estaban Rafael Sánchez, Nino Pulgar, Monche Rivas y Nicolás Ventura, algunos de los cuales fueron mencionados por Amadora. 


En memoria y cuenta del General Argenis Azuaje Presidente del Estado para 1939, se demuestra contundentemente lo dicho por Amadorita Zavala y Reinaldo Ordóñez pues allí aparece el nombre de Sara Arteaga como la titular para la época. También hay constancia en una Gaceta Oficial de 1946 donde se nombra a “Ana Vera de Cortez, Maestra de la Escuela Nª 66 de Guaibacoa Distrito Colina”

 

La maestra que inició la educación oficial en Mataruca, lleva por nombre Amadora Zavala, nació el 7 de Diciembre de 1919 en la población de Guaibacoa.  Amadora aprendió las primeras letras en la escuela de su pueblo, lamentablemente en su escuela no existía la promoción, razón por la cual se va a La Vela  a  los 16 años para reiniciar formalmente sus estudios primarios en la escuela Antonio Dolores Ramones bajo la tutela de sus maestra María Luisa Molina, y Emilia Rosa Molina. Amadora concluyó sus estudios satisfactoriamente, no solo obtuvo excelentes calificaciones, sino que obtuvo además, el reconocimiento de sus maestras. Fueron ellas quienes gestionaron ante la autoridad del Distrito Colina, el cargo de maestra  para su excelente alumna.

 

Amadora fue maestra de Eustoquia, Cecilio, Eudocia y Francisco Arévalo; Lino, Quintiniano y Domingo Arévalo Sirit; Prudencio, Manuel, Tomasa y Alejandro Mora; Dominga Francisco y Juan Lugo Rojas; Hermógenes Rojas, Juan Rojas y Vicente Lugo, entre otros.

 

Los alumnos de aquella muchacha de 20 años que llegó a Mataruca un 14 de Septiembre de 1940, nunca imaginaron lo que sería su maestra ni cuán lejos llegaría.

 

La maestra de los muchachos es enfermera profesional egresada de la escuela nacional de enfermería de Caracas en 1948.

También en Caracas terminó el bachillerato en el Liceo Juan Vicente González en el año 1960.

En 1964 egresa de la Universidad Central de Venezuela con el título de Licenciada en Educación. En la Universidad del Valle de Colombia obtuvo la licenciatura en enfermería y en Puerto Rico realizo un Máster en Ciencias de la Enfermería.

 

 

CARGOS DESEMPEÑADO POR AMADORA

 

Directora de enfermeras del Hospital Antonio Smith de Coro año 1948-1952

Profesora de fundamentos de enfermería y artes de la enfermería.

Escuela Nacional de Enfermería. Caracas 1953-1958.)

Directora de la Escuela Nacional de Enfermería. Caracas 1959-1962

Profesora de Psicología. Escuela Nacional de Enfermería. 1963-1965

Profesora de Puericultura. Instituto Andrés Eloy Blanco, Caracas- 1964 1965. 

Directora fundadora de la Escuela de Enfermería de la Universidad de los  Andes   1967-      1972.  

Profesora de la Cátedra de Enfermería Médico Quirúrgica. Escuela de en  Enfermería Universidad de los Andes. 1974-1983. 

 

DISCURSO DE AMADORA ZAVALA EN LOS 64 AÑOS DE LA EDUCUACIÓN EN MATARUCA

"Con la creación de una escuela municipal en 1940 comienza la historia de la educación formal oficial en Mataruca, y al mismo tiempo comienza la historia de esta servidora como educadora para el país. Puedo decir, por lo tanto que todo estaba por hacer y me tocó a mí comenzarlo. Este hecho, creo, me permite la licencia de relatarles la historia de lo que ha sido mi formación como educadora desde que me inicié en esta comunidad, que en todo caso lo que me permite es retratar cómo ha ocurrido el hecho educativo en el país desde finales de los años treinta y principios de los cuarenta del siglo veinte, por lo que mi relato puede ser muy parecido al de otros educadores que en todo caso, como en el mío, les tocó comenzar en una Venezuela esencialmente rural. 

Mi inserción en el sistema educativo comienza en una escuela que existía en Guaibacoa y en la que se estudiaban las primeras letras, nociones de lenguaje, aritmética, historia y moral y cívica. En la referida escuela no existían los grados tal como los conocemos hoy en día, el alumno simplemente permanecía en la escuela hasta que el maestro determinaba que ya había alcanzado el conocimiento que se impartía en la misma. En mi caso particular creo haber asistido a la escuela a una edad normal, aún comparada con los estándares de la época actual, pues recuerdo que a los nueve o diez años yo leía y escribía. Fueron mis maestras Aura y Emma Reyes Aguirrieche. No existiendo los grados formales en la escuela del pueblo y habiendo ya asimilado lo que allí se enseñaba, se paralizó temporalmente para mí la asistencia a la escuela. Pero posteriormente se hizo posible mi asistencia a la escuela “Antonio Dolores Ramones” en La Vela, cuya Directora era Emilia Rosa Molina, a quien tuve como maestra al igual que a su hermana María Luisa Molina. En esta escuela aprobé el cuarto grado, por lo que se me confirió el certificado de educación básica. Una vez obtenido el certificado de educación básica, al comienzo del siguiente año escolar recibo en Guaibacoa la noticia de que ha sido creada una escuela por el Concejo Municipal para El Carrizal y Mataruca; así mismo, se me informa que debo ponerme de acuerdo con mis antiguas maestras en La Vela para recibir las instrucciones correspondientes para hacerme cargo de la nueva escuela. Comienzo pues a ejercer mis funciones de novel educadora un dieciséis de Septiembre de 1940. Nació así la escuela que al comienzo era para El Carrizal y Mataruca. La escuela comenzó en septiembre en una pequeña casa, en un alto que yo diría era como la frontera entre El Carrizal y Mataruca. 

Recuerdo que cuando me paraba en la puerta veía la iglesia cerrada, ya que la misma solo se abría la víspera del 12 de diciembre para las fiestas patronales. Poco tiempo después la escuela tuvo que mudarse a Mataruca, debido a que, aunque para entonces era bastante despoblada y las casas distantes unas de otras, era de allí de dónde provenía la mayor parte de los alumnos. 

Mi paso por esta comunidad fue fugaz, ya que al año siguiente de creada la escuela se crearon otras escuelas estadales y fui transferida a la población de San Pablo. Creo, sin embargo, que puedo ostentar el título de maestra fundadora de la escuela de Mataruca. Lo digo con mucho orgullo, ya que este comienzo marcó mi vida en mi quehacer posterior como se podrá observar en el resto del relato. Como decía, fui trasladada a San Pablo y al ser la primera escuela, también allí fui la maestra fundadora, entre mis alumnos de esa época se consiguen personajes destacados en diversas partes del estado y del país. 

Encontrándome en San Pablo se instituye el requisito del sexto grado para la obtención del certificado de educación básica. Para poder cursar el quinto y sexto grados tenía necesariamente que asistir a la escuela en La Vela. Afortunadamente, el Maestro Rafaél Sánchez López, quien dirigía la escuela de varones y que había sido transformada en mixta, me animó para que me inscribiera en su escuela. Me permitió una especie de libre escolaridad, mediante la cual yo debía recibir y resolver las tareas, así como la presentación de los exámenes finales que eran elaborados por el Ministerio de Educación y venían en sobre sellado para ser abiertos en el momento de su presentación, por un representante del Ministerio.  

Al tiempo que en el país se hacían esfuerzos por mejorar en el campo educativo, también se hacía lo mismo en campo de la salud. Pero las autoridades se encontraban con el inconveniente de no tener suficiente personal preparado para atender los problemas de salud que se presentaban, particularmente en el campo. Esto obligó al gobierno a dar entrenamiento a personas que estuvieran en contacto con la comunidad en actividades de liderazgo, en mi caso, a los maestros, para que ayudaran en el tratamiento sencillo de algunos problemas de salud. Habiendo recibido el entrenamiento correspondiente, fui trasladada a Churuguara para trabajar en una Medicatura Rural en donde me correspondió atender diversas situaciones, partos entre otras. Puedo referir que en el primer parto que atendí, que fue en la población de Mapararí, nació una niña que posteriormente encontré, como una brillante profesora en la Universidad de Los Andes. 

Creo haber causado buena impresión entre aquellos de los que recibí el entrenamiento en salud, ya que me propusieron como candidata para optar a una beca para estudiar enfermería en la Escuela Nacional de Enfermeras en Caracas. Beca que me fue concedida y la que me permitió estudiar y graduarme en la referida escuela en septiembre del año 1948.

En esa fecha regresé a trabajar a Coro en el hoy desaparecido hospital “Antonio Smith”, junto con otra compañera, también de Guaibacoa, Berta Ramos. Éramos las primeras enfermeras profesionales que llegamos a trabajar al hospital; en este caso me correspondió ser jefe de enfermeras. 

En el año 1952 regresé a la actividad de enseñanza, ya que me fue ofrecida una plaza para enseñar enfermería en la misma escuela en la que me había graduado. Aquí pude fundir la vocación de enseñar con la profesión de enfermería, enseñando a cuidar enfermos. Aceptar el cargo en Caracas fue una decisión relativamente fácil desde el punto de vista profesional, ya que para el momento tenía la inquietud por terminar los estudios de bachillerato, lo que en Coro no podía hacer por no existir para aquel entonces ni Liceo nocturno ni libre escolaridad. 

En Caracas pude efectivamente concluir el bachillerato y posteriormente estudiar una licenciatura en educación.  

Entre los años 1958 y 1963 me correspondió dirigir la Escuela Nacional de Enfermeras. Posteriormente viajé a Colombia en donde obtuve una licenciatura en enfermería, correspondiéndome ser la primera venezolana en obtener ese grado académico. Luego, después de mi retorno al país, me correspondió fundar, en la Universidad de Los Andes, la primera escuela de enfermería a nivel universitario en el año 1967. Posteriormente realicé estudios de maestría en ciencias de la enfermería en Puerto Rico. Finalmente me jubilé como profesora de las Universidad de Los Andes en el año 1983. 

 

Ruego a ustedes me sepan perdonar por haber utilizado esta tribuna para hacer un relato de mi propia vida académica, pero asumo la responsabilidad por creer que la comunidad de Mataruca tiene derecho a conocer la historia de quien fue la maestra fundadora de su escuela hace sesenta y cuatro años. Yo por mi parte no podía desperdiciar una oportunidad tan maravillosa como esta para hacer mi propio recuento. En todo caso agradezco a Dios todopoderoso el que me haya permitido la licencia para hacerlo. 

Quiero, como palabras finales, manifestarles a los organizadores de esta conmemoración de los sesenta y cuatro años de la escuela, que me han hecho sentir lo que fui para entonces, la pionera de la educación en Mataruca. Manifiesto también la alegría de encontrarme tantos años después con algunos de los primeros alumnos a quienes quise tanto. Para mi constituyen un trofeo en la vida de una humilde jovencita de Guaibacoa, que se iniciaba en la flor de la vida sin más equipaje que un baúl de ilusiones y de sueños por realizar. 

En días pasados asistí a una reunión donde se hacían planes para la celebración correspondiente y al llegar al sitio de la reunión, los presentes, quienes sabían de mi existencia pero que no me conocían irrumpieron en un estruendoso aplauso que todavía suena como una canción a mis oídos y que permanecerá de esa forma hasta el fin de mi existencia, por lo que les doy un Dios se los pague. 

Es para mí un honor haber comenzado en esta comunidad noble que soporto con estoicismo los rigores de una sequía feroz, la que aún recuerdo porque llegué a bañarme, cocinar y hasta beber agua de pozo, clarificada con un trozo de cardón. 

Aquí comenzó mi contribución en la construcción del país que hoy tenemos y que nos falta por mejorar. 

Mi historia ha caminado pareja al desarrollo de la educación en el país. Trabajé en todas las etapas de la educación: primaria, secundaria, técnica y universitaria por más de cuarenta años. Mi vida activa comenzó aquí y terminó en Mérida con mi jubilación hace veinte años. Pero como la vida sigue, yo sigo aprendiendo cosas nuevas, porque el mundo no se detiene. Al contrario, parece que se acelera cada vez más. 

Invito a que mantengamos la mente siempre abierta, para aprender sobre las nuevas cosas que encontramos en el mundo. 

 

Muchas Gracias, Amadora Zavala. 

 

RECUERDOS DE AMADORA

 

Recuerdo que las fiestas patronales de mi pueblo el 8 de septiembre, eran celebradas con mucho fervor y entusiasmo, a ella asistían todas las gentes de los pueblos aledaños tales como El Tigral, Los Dos Caminos, Agua Salada, El Yabal, Chipare y Las Ventosas.

Generalmente la víspera de la fiesta, había retreta en la plaza, con orquesta, y baile con música en vivo en alguna casa de familia, a la cual asistían solo los invitados.

De vez en cuando esta fiesta de la patrona asistía el Obispo Diocesano, quien para entonces era Monseñor Lucas Guillermo Castillo.

Nuestra escuela homenajeaba al a Obispo, preparando a los niños para recibirlo. De ello recuerdo un canto cuya letra de la poetisa falconiana

 

Polita D`Lima de Castillo decía:

Guaibacoa de gloria se viste,

Y los niños henchidos de amor,

Entre flores y palma reciben,

El ansiado y bendito pastor.

Fuera de las fiestas patronales y la alegría de la navidad, con la aparición de los pesebres, con la llegada del niño Dios, el tiempo transcurría lentamente y monótono, pasaba mucho tiempo para que se oyera una noticia. No había radio ni televisión.

Las vacaciones las pasábamos en casa ayudando a mamá en los quehaceres. En semana santa, si se tenía, como fue mi caso, si se tenía un tío cuenta cuento, nos divertía contando los cuento de Tío Tigre y Tío Conejo, Onza, Tigre y León; cuentos de hadas encantadas, pero también cuentos de fantasmas, de llorona y de seretones. Nos animaba a inventar cosas que hasta ahora no han aparecido, pero que un buen día el ingenio humano lo descubrirá. Pasábamos los domingos adivinando charadas y adivinanzas y jugando con muñecas de trapos.

 

Cuando llegaban los quince años, aquellos que podían pagar la orquesta le celebraban los quince a su hija. Cumplir quince años significaba entrar en sociedad, podíamos ya bailar con un caballero, antes solo lo hacíamos con los hermanos o tíos o mujer con mujer. Podíamos también asistir a bailes en otra casa de familia, usar media larga, ya que hasta entonces solo usábamos media de colegiala. Los varones a los quince años bajaban el pantalón, pues hasta entonces usaban corto por encima de la rodilla.

Un joven no podía fumar ni tomar licor delante de sus padres sino hasta después de los veintiún años que era la mayoría de edad.

Las canciones de entonces eran Mi Ruperta, Dama Antañona, Cielito Lindo y otras que se escapan de mi memoria. Solamente se bailaba vals, pasodoble y joropo, después con el correr del tiempo fueron llegando el merengue, la salsa y pare de contar.

Los padres vigilaban mucho lo que uno pudiera aprender. Recuerdo haber leído tres novelas, zanahorias como dicen los chamos de ahora, las cuales fueron: Aura o las Violetas, de Vargas Vilas, María, de Jorge Isaac; e Ifigenia, de Teresa de Parra.

Después de la adolescencia llega la adultez, se supone que nos preparamos para afrontar las responsabilidades de la vida, como ciudadanos de un país y miembros de una comunidad. Llega la edad de producir económicamente, de formar familia y criar los hijos. Por eso los invito a tener ilusiones, a soñar con una vida mejor, a pensar en hacerse una carrera o al menos a aprender un oficio. Cada uno de nosotros si se auto evalúa puede saber para que servir, que le gustaría hacer cuando sea adulto. Trabajen para conseguir lo que quieren, propónganse metas y vayan logrando poco a poco lo que desean. Para ustedes llegar a un sitio lejano tienen que dar un paso y después otro, no llegan de un solo salto. Nunca se desanimen, cuando algo les salga mal, vuelvan a empezar, busquen donde se equivocaron, corrijan y sigan. El éxito en la vida se consigue con la constancia. Tengan fe en Dios, en la gente de bien, en sus maestros, pero sobre todo en ustedes mismos. Aprendan lo más que puedan, la educación es lo único que les va a permitir a ascender social y económicamente.

La única forma de salir de la pobreza extrema es tener una profesión o al menos un oficio. No desperdicien ese tesoro que tienen ahora, que es la juventud, para prepararse, no esperen que lleguen los 40 o los 50 años y vean a otros que tuvieron éxito porque se superaron para la vida, mientras ustedes se quedaron varados como a quien los deja el autobús. Una persona que no estudia nada está desarmada con las manos vacías para enfrentar la vida.

Finalmente queridos alumnos de la Mataruca de hoy, quiero decirles que esa golosina humana de la niñez, el bello tesoro de la juventud, pasa inexorablemente y llega la adultez más sosegada, más reflexiva, donde se supone debemos realiza muchas cosas, es decir, cumplir con la misión a la cual vinimos a este mundo. Todo pasa a medida que pasa el tiempo y llega la vejez, solo queda detrás de nosotros las huellas de nuestro paso por la vida, y el balance a nuestro favor o en contra que hace la sociedad en este mundo terrenal y la justicia divina en el cielo.

Así llegó para mí la vejez, viviendo en una de las ciudades más lindas de Venezuela, la ciudad de Mérida, lejos del terruño que me vio nacer y de los míos por lo que a veces en mis momentos de añoranza digo como el autor anónimo del siguiente poema:

A quien que, aunque

En alcázares morara,

Y en la más viva

Esplendidez viviera

No le fue siempre

La memoria cara

Del oscuro rincón

Donde naciera.

Hasta otra oportunidad, Dios los bendiga y los haga hombres y mujeres de bien, para ustedes mismos, para sus familias, para su comunidad y para el mundo.

Amadora Zavala.

 

Mataruca 24 de Septiembre de 2004.

 

 

 

 

jueves, 13 de febrero de 2025

JUAN MANUÉL DE SALAS COMANDANTE DE CORO QUE ENFRENTÓ A FRANCISCO DE MIRANDA

 

PARTE DE GUERRA DE JUAN MANUEL DE SALAS

TRABAJO DE INVESTIGACIÓN REALIZADO POR HERNÀN BLANCO

 

 

 

Sin duda alguna Francisco de Miranda fue un hombre genial, grande e inobjetable como hombre de ideas y de acciones. Su aporte a la historia política de Venezuela es grandioso y admirable. Un quijote del republicanismo, con un gran ideal en su corazón, capaz de sacrificarlo todo en pro de la emancipación de las colonias hispanoamericanas, que era su mayor deseo. Sin embargo, todos los esfuerzos materiales en procura de lograr resultados positivos a favor de la libertad e independencia de Venezuela, resultaron infructuosos. Fracasó en Ocumare, en Coro, y al frente de las fuerzas armadas. Además, entregó la primera república con la firma de un armisticio, razón por la cual, Bolívar lo entrega a los españoles por considerar su decisión un acto de traición a la patria. Realmente no fue un acto de traición, Miranda solo creyó que a través de la rendición podría ahorrarle sufrimiento al pueblo Venezolano en virtud del desorden que él como militar disciplinado, veía en el ejército venezolano de entonces. ¡Bochinche, Bochinche! Fueron las expresiones que de él se recuerdan. Cualquiera podría pensar que fue un error de su parte, yo creo más bien, que providencialmente, Miranda no estaba destinado a llegar más allá de donde finalmente terminó su grandiosa vida, como fue su prisión en La Carraca, tragedia que le ocasionó el joven Bolívar. Gracias a Bolívar, el Imperio español estaba de fiesta, había caído el pez gordo. El más buscado enemigo de España. Miranda encarcelado y Bolívar perdonado. Todo era providencial, no había llegado el momento. Para 1806 cuando miranda realizó sus invasiones a Venezuela, muy pocos creían posible alcanzar la independencia de España. Es historia, que Bolívar y la oligarquía caraqueña se opusieron y rechazaron las acciones de Miranda en Ocumare y en Coro, al cual llamaron loco. De hecho el movimiento independentista en América Hispana no se desencadena gracias a la iniciativa de los americanos, es gracias a la providencial intervención de Napoleón en España. Allí comenzó todo. Y no fue hasta el 5 de julio de 1811, cuando realmente se materializa la Independencia. En mi opinión es un error histórico confundir el 19 de abril como el inicio de la Independencia, porque hay suficientes elementos que demuestran lo contrario. Si era legítimo que la oligarquía caraqueña despreciara a Miranda, los corianos igualmente tenían el mismo derecho de rechazar las propuestas libertarias de Miranda. Hay historiadores que absurdamente critican a los corianos de entonces por no respaldar las iniciativas de Miranda, de promover un movimiento revolucionario desde el suelo coriano. Digo yo, ¿Por qué tenían los corianos que recibir a Miranda con los brazos abiertos? ¿Es que acaso 275 años, queriendo y cuidando el terruño, dependiendo del gobierno de España en lo social, económico y cultural, se podían tirar por la borda de la noche a la mañana así como si nada, para seguir las ideas y el liderazgo de un desconocido que nadie en Venezuela estaba dispuesto a aceptar? Muchos historiadores han tratado de ridiculizar a los corianos y a su comandante Juan Manuel de Salas, llamándolos cobardes, sin saber realmente lo que pasó. ¿Alguna vez historiador alguno se ha puesto a investigar o a preguntarse que estrategias militares desarrollaron nuestros antepasados corianos durante ese tiempo y de los cuales muchos descendemos, para enfrentar las permanentes invasiones de los piratas? ¿Era el repliegue y desalojo de la ciudad cobardía o estrategia militar? ¿Eran militares de graduación o tirapiedras los comandantes que el gobierno imperial destacaba en Coro? En estos días de agosto del 2010, escuche a un famoso historiador en la televisión, especulando sobre las razones que pudo haber tenido Miranda para invadir a Coro, insinuando que era una provincia sin importancia. Preguntándose ¿Por qué no invadió a Caracas? Especulando, esta es la respuesta en mi opinión. Miranda debió saber o suponer, que los corianos jamás les perdonaron a los caraqueños el despojo del Gobierno Real y el Gobierno Eclesial. He allí la razón. Quizás eso les hizo pensar, que el descontento de los corianos pudiera servir a sus pretensiones. Lamentablemente no fue así. Error de cálculo. Los corianos, ciertamente estaban resentidos con el gobierno central. Pero no estaban dispuestos a aventurarse y mucho menos a ser desleales. La insignificante provincia tuvo su oportunidad de demostrar que no era tan insignificante el 5 de julio de 1811, cuando se negó a participar del movimiento independentista. Los bravos corianos demostraron ser consecuentes con sus principios. Fidelidad y lealtad fue la divisa de la corianidad, especialmente los Caquetíos, únicos aborígenes “libres” de Venezuela, con privilegios reales, que hasta el último momento derramaron su sangre a favor de la Madre Patria, así lo decidieron ellos. La historia solo debe ocuparse de la verdad, no de juzgar los aspectos sentimentales. El siguiente diálogo se inspira en un documento, desconocido por la gran mayoría de los historiadores venezolanos, que es revelador de la contundente respuesta que el gobierno de la colonia dio a Francisco de Miranda. Dicho documento es público, está registrado en libro editado por la Academia Nacional de la Historia, y fue transcrito por la Paleógrafa Dolores Bonet de Sotillo. Me consta que muchos historiadores, investigadores incluso, lo desconocen y los pocos que lo han leído lo ocultan intencionalmente. Hernán Blanco


ARCHIVOS DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA SUCESOS DE LA INVASIÓN Y TOMA DEL PUERTO REAL DE LA VELA DE CORO Y CIUDAD DE CORO. AÑO DE 1806. (Diario de un oficial realista) En los archivos de la Academia, se han encontrado el original que reproducimos relativo a la toma de La Vela y Coro, por el General Miranda en 1806. Los hechos son narrados por un oficial español del real ejército que combatió al Precursor. Naturalmente, el realista ve en su adversario todas las infamias y todas las perfidias, como sucede siempre, incapaz como era con su miopía política de comprender el significado del intento revolucionario y el pensamiento independentista de signo continental del Generalísimo de nuestra Primera República. Diario puntual y exacto de la invasión del Puerto Real de La Vela de Coro y ciudad de Coro, hecha por el infame, pérfido y traidor Francisco de Miranda, desde el 1º de agosto de 1806 hasta el 13 del mismo mes y año, qué precipitado y vergonzosamente, se le hizo poner en fuga por las victoriosas armas del Rey de España y sus leales corianos. Mandados por el Capitán del Ejército, Comandante de ellas en esta jurisdicción don Juan Manuel de Salas, a saber: Día 1.—A las once y tres cuartos de esta noche, me dio parte el comandante de La Vela, Don José Vega. Capitán de Milicias. Graduados de infantería que las vigías de Barlovento habían observado que ocho buques grandes, muchos de ellos se dirigían al puerto. Inmediatamente, despaché extraordinarios, a los comandantes de Paraguaná y Casicure Teniente de San Luis y comisionado, para que aprontasen su fuerza armada. La guarnición de esta ciudad tomó las armas, se dispuso la artillería y reforcé la Vela con 20 fusileros v 100 lanceros. Día 2.—Al amanecer el vigía de La Retama observó, que la escuadrilla enemiga se componía de un "novio, dos fragatas. Tres bergantines y tres goletas ancladas a sotavento del puerto. Los dos bergantines se habían hecho a la vela con dirección al fondeadero, como también que los primeros indicaban desembarcar gente en la costa del Istmo; reiteré mis órdenes a los dichos comandantes y demás para que se pusiesen en marcha con sus fuerzas y yo con las mías de 80 fusileros y 234 lanceros, me situé en el paso del río, punto medio entre la ciudad y la Vela con el objeto de cubrir la ciudad y ocupar los Médanos, si los enemigos desembarcaban en la costa donde comienza el Istmo, pero en la marcha otro parte de Vega confirmó el anterior con la diferencia de no expresar el desembarco que salió falso. Esta tarde observé con don Ignacio Emazabel desde la vigía de La Retama y me aseguré que a sotavento había dos fragatas y un bergantín anclados, otra fragata grande, dos goletas de gabias y tres pequeñas voltejeando con dirección al fuerte de San Pedro, dos bergantines de mucho porte anclados delante de él que, en la boca del río había un lanchón lleno de gente y últimamente que la disposición de los buques indicaba dos o tres desembarcos, ya fuese para distraer mis fuerzas a llamarlos al falso, mientras realizaban el cierto. Como estaba advertido que los enemigos podían reunir en la Isla de Trinidad 3.000 hombres y los buques a la vista podían contener a lo menos 2.000, creí también que intentasen dirigir parte de sus fuerzas a la Boca del río y Paguarita. Lo primero para cortar la retirada de la guarnición de la Vela, tomándola por su espalda y lo segundo para situarse en lo más estrecho del Istmo de la península quitándome el auxilio de esta fuerza numerosa, resolví replegarme a un punto que cubriese todas las avenidas desde la costa a la ciudad, no distante de los parajes que la Vigía señalase al pueblo de Cumarebo, socorriese La Vela y me manifestase con fogatas, hachas y cohetes lo que observase por la noche, en ella tiraron los enemigos varios cañones sobre el fuerte de San Pedro, de hora en hora, correspondiéndoseles de nuestra parte con menos intermisión. Se me unieron 10 hombres que armé con lanzas. Día 3.—En esta madrugada se me agregó una compañía de indios de Mitare, con 80 hombres y a las cinco y media avisó Vega de subsistir los enemigos en la misma disposición que en la tarde anterior. Al poco rato se oyó un fuego vivo que me hizo poner en movimiento. Pero cesó tan pronto, que luego empezaron a llegar algunos soldados dispersos de la guarnición de la Vela y me manifestaron que los enemigos habían desembarcado en número de 500 hombres, por el punto de Barlovento que llaman de Santiaguillo. Protegidos de los fuegos de sus buques y lanchas armadas, no obstante seguí mi marcha a donde el camino se estrecha más, para cubrir mucho mejor la ciudad. Supe también que la guarnición de La Vela se retiraba dispersa por los cardonales y paso de las Calderas, buscando el asilo de las alturas. Combinando la pérdida de este punto con mis fuerzas conocí, que con 80 fusileros únicos no podía determinarse a ninguna acción que los demás lanceros y flecheros son inútiles por la calidad de sus armas. Que si atacaban o esperaban el ataque de los enemigos, debía ser precisamente envuelto o arroyado y en este caso la dispersión de los paisanos era consiguiente, dejando la calidad expuesta a ser cogida con su vecindario que a la sombra de mi resistencia hubiera subsistido en sus hogares, que aunque no me atacasen los enemigos podían encerrarme en la ciudad, apoderarse por el paso de las Calderas de los desfiladeros de Caujarao, cortarme aquella retirada la comunicación con Paraguaná y Casicure, quitarme los víveres, impedir la reunión de los socorros de Barquisimeto, Carora y el Tocuyo, y lo que hubiera sido más funesto, abrirse una entrada al centro de la sierra donde están las esclavitudes de todas las haciendas de esta jurisdicción que, es regular se acuerden todavía de sus padres, hermanos, amigos y parientes que murieron a resultas de la sublevación de 1795 y últimamente que, las primeras ventajas, si las hubiera logrado el traidor dispensador, mis fuerzas hubieran hecho una sensación extraordinaria en los espíritus débiles y mansos, cautos, que habrían exaltado las fuerzas y talentos del vencedor y en seguida le hubiera sido más fácil a este, propagar e impresionar sus perversas ideas. Determiné retirarme al sitio elevado de Buena Vista que cubre la entrada a la serranía. Mandé al teniente de paisanos Don Francisco de Manzano con Don José de Tellería, que se emboscasen con algunas compañías de indios en los cardonales que orillean el camino real de La Vela y me diese parte de las ocurrencias. A las seis de la mañana despaché postas a los Tenientes de Barquisimeto, Carora y Tocuyo para que me auxiliasen con sus Fuerzas. A las doce de la misma se agregó Vega con parte de su tropa, pasé a reconocer el sitio de Caujarao que me aseguraba cubrir a un mismo tiempo la avenida de La Vela que se une con el camino de la serranía, el descanso de mi tropa y el riesgo de una sorpresa. A las siete de esta tarde un vecino de La Vela me dijo a la voz que los enemigos habían desembarcado la artillería y disponían las cureñas de algunas piezas de La Vela, con el objeto de aprestarse para atacar la ciudad. Me informó también que había mucha gente en tierra y que le quedaba mucha más en los buques, pero no satisfecho con su noticia, le volví a despachar para que adquiriese más pormenor, y en efecto a las nueve de la noche volvió y dijo que, las tropas que estaban en tierra serían como unos 500 hombres, y que abordo quedaba el mayor número. Según oyó que le parecían disciplinados de todas naciones y blancos que, la artillería desembarcada eran seis cañones de campaña y que habían mandado habilitar los de a 4 de La Vela para conducirlos también. Que pensaban marchar para la ciudad al día siguiente y que los buques fondeados quedaban acordonados en el puerto. Aunque de ningún modo me era posible hacer frente a los enemigos, ni en toda la llanura que media entre La Vela y la ciudad, hay una posición ventajosa que pudiera suplir con su defensa muy pocos fusileros a muchos de los enemigos, pensé no obstante incomodarlos en el camino desde los cardonales. Aunque muy claros no dejan de proporcionar bien que con dificultad, este género de guerrillas, para lo cual destiné al subteniente Don Francisco Carabaño que marchase y le previne procediese de acuerdo con Manzano que ya tenía 270 indios que se esforzasen a verificar la empresa con la mayor bizarría. En este día se me unieron 102 hombres, pocos de ellos armados con lanzas y escopetas: 47 negros para el transporte de la artillería, municiones; 19 hombres montados, unos con espadas, otros con pistolas y otros desarmados y 209 flecheros cuya mayor parte estaba en el llano con Manzano. Día 4.—A las tres y media de esta mañana marchó Carabaño con 80 fusileros, 3 compañías de lanceros y 12 montados, dirigiendo la columna de 300 hombres al camino real de la Vela por el que llaman de las Huertas, y yo me quedé con otros 200, entre fusileros, lanceros e indios flecheros para seguir a Carabaño, sostenerlo en caso de que se viese empeñado, o de proteger su retirada si se veía arroyado de los enemigos; pero acabando de arreglar mi columna para marchar, llegó un hombre montado corriendo a rienda suelta con la noticia que los enemigos habían entrado a la ciudad y se había oído una descarga de fusilería en ella, confirmándola el parte de Manzano que recibí al mismo tiempo y algunos vecinos que fueron llegando expresaron que la entrada la verificaron antes del amanecer como que el tiroteo oído fue un saludo cuando llegaron a ocupar la plaza principal. Al instante mandé a Carabaño se me reuniese, lo que verificado pasé a ocupar la posición de Río Seco, que me asegura de toda sorpresa y aun de ser atacado por fuerzas muy superiores respecto de los desfiladeros, pasos del río y dominaciones ventajosas que cubren todo lo largo del camino. Mientras me reuní con las fuerzas de Paraguaná y Casicure y entre tanto procuré alentar la gente que estaba algo abatida, los unos con la derrota que sufrieron en la Vela y los otros con lo que aquellos les contaban haciéndoles al mismo tiempo conocer y despreciar al enemigo por medio de las guerrillas. Conociendo también que el agua estaba escasa y larga la del río, que los víveres y forrajes lo estaban también, celebré una junta para ocurrir al remedio y aunque por el momento opinaban todos que se trasladase el campo al interior de la sierra, conocí en seguida otros perjuicios más graves, como eran la dificultad de reunir las fuerzas de Paraguaná y Casicure, dejar al enemigo más libertad para sus operaciones y subsistencia; esparcir con más frecuencia sus máximas y últimamente el que llegase a creer que nuestra enorme distancia era un signo no tanto de conveniencia como de una vergonzosa fuga, por cuyas razones subsistió siempre el campo en Río Seco. Despaché órdenes al Teniente de San Luis, Comisionados y Alcaldes de indios, avisé al Ministro de Real Hacienda Don Juan Manuel de Iturbe que se hallaba con las Reales Cajas en la Serranía de Quiragua, para que remitieran cuantas provisiones hubiesen al campamento donde se pagarían de contado. Estas providencias fueron suficientes para que desde aquel entonces no faltase al campo su subsistencia y socorro en dinero. En este las avanzadas de Buena Vista y Caujarao, remitían algunos vecinos dispersos y bajaron otros de San Luís cuya mayor parte se despidió por no tener armas, siendo el total de los reunidos 63, pocos de ellos con algunas escopetas y algunos sables, 47 montados con espadas y pistolas y 88 flecheros. Llegaron también el resto de la compañía de La Vela menos once hombres que estaban destacados en Cumarebo, que se despidieron mucha parte de ellos por no tener armas. A las diez de la noche despaché al Teniente de paisanos Don Manuel de la Carrera y Colina, bien instruido de mi situación, fuerzas y las de mis enemigos, según las noticias hasta entonces recibidas para que las comunicase de paso al Comandante de Casicure y se dirigiese sin detención a Maracaibo en solicitud de auxilios, la eficacia y actividad de Carrera proporcionó un socorro de aquel señor Gobernador de 200 hombres al mando del Teniente Coronel don Ramón Correa y Guevara, y 8.000 cartuchos de fusil. Día 5.—Se nombraron dos partidas de guerrillas de a 25 hombres cada una a las órdenes de los subtenientes de paisanos Don José María Medina y Don Casimiro García. Despaché un espía a La Vela que volvió al anochecer con la noticia que los enemigos guarnecían aquel puerto con más marinería que tropa y que trabajaban una cortadura donde llaman la Salina. Las partidas de guerrillas se adelantaron hasta el campo inmediato de la ciudad y no encontraron avanzadas algunas de los enemigos, que las tenían reducidas a la orilla exterior de la población. La avenida de Buena Vista remitió tres indios nuestros que dijeron venían a presentarse y traían puestas unas chaquetas azules con vueltas amarillas. En este día se reunieron 32 hombres desarmados que admití como los demás que sucesivamente venían sin ellas para quitarles todo pretexto de ausentarse. También llegaron 88 montados, de San Luis y Pedregal, armados unos con pistolas, otros con espadas y muchos sin arma alguna y 235 flecheros Día 6.—La guerrilla de García remitió tres prisioneros de los enemigos que encontró sin armas, se les recibió su declaración y remitieron con el expediente a Puerto Cabello. Se agregaron este día al campo 108 hombres desarmados. Día 7.—Los sargentos montados Diego Zabala y Vicente Morillo pidieron voluntariamente salir de guerrillas con seis soldados de su cuerpo y volvieron al mediodía después de haber tenido en el sitio del Barrial un encuentro con los enemigos que perdieron un oficial, muerto por el Morillo. Se reunieron 15 hombres desarmados y los fusileros de la Vela que estaban destacados en Cumarebo. Día 8.—A las ocho de la mañana recibí avisos del cura don Pedro Pérez y del Administrador de Correos don Nicolás Yanes y de don Miguel Álvarez, de que los enemigos habían abandonado la ciudad la noche anterior como a las diez de ella, dejando muchas casas abiertas. Inmediatamente, destiné a Vegas con 100 hombres y 30 montados, de guarnición, y que procurase evitar el robo de las casas. Don Juan Meogui condujo un indio y las guerrillas remitieron un sueco y un americano, este y el indio con chaqueta encarnada. Dijeron que se quedaron dormidos en Coro cuando lo abandonaron los enemigos y fueron aprehendidos en el camino de la Vela. Se agregaron en este día 10 hombres desarmados. Día 9.—A las seis de esta tarde se me presentó el Comandante de Casicure don José García Miralles a quien instruí de todo, y conviniendo sus reflexiones con las mías, determiné no diferir un momento situarnos al frente del enemigo en posiciones ventajosas para detallar después las operaciones que debían seguirse a su destrucción, reduciéndolos a los estrechos límites de la población que ocupaba, incomodarlo en ella de día y noche, atacarlo en el momento que una mar de leva le impidiese conservar sus flancos y espaldas por los buques menores, lanchas y botes armados que tenían con este objeto acordonados en el puerto. Vega me dio parte de haber entrado en la ciudad la primera división de Casicure de cinco compañías con 370 hombres al mando del capitán don Manuel Ustua, y 30 caballos, y en seguida entró la segunda del mismo partido, de cuatro compañías con 270 hombres al mando del capitán Don Javier Morios. Di las providencias correspondientes para mover el campo al salir la luna. A las 7 de la noche condujo Don Santos Aristizabal un prisionero húsar desmontado de nación piamontés, armado de sable y fusil. En este día se me reunieron trece hombres desarmados. Día 10.—A las tres de la mañana marchó el campo a Buena Vista, como también la artillería y víveres, municiones y pertrechos en hombros de morenos y desde este punto siguióse después la marcha al campo de San Gabriel, desde el cual, después que comió la tropa, se dividió en 3 columnas, la de la izquierda se dio el mando a Vega, compuesta de 64 fusileros y hasta 500 hombres lanceros y flecheros los más, para que se dirigiese a ocupar los médanos de la Boca del Río. La columna de la derecha, compuesta del mismo número de fusileros, lanceros y flecheros, se destinó a las órdenes de don Basilio López para que ocupase el Hatillo del Botado, situado al sur de la Vela en una elevación ventajosa, previniéndole al mismo tiempo extendiese sus líneas a cortar las comunicaciones de Guaíbacoa y costa arriba y yo con Miralles y Carabaño, marché con la columna del centro compuesta del mismo número de fusileros, y 100 hombres montados con el tren de artillería al paso del río, dejando en la ciudad al capitán de paisanos don Martín Echave con la segunda división de Casicure, 17 fusileros y dos compañías de indios, cuyo cuerpo y reserva aseguraba a un mismo tiempo las propiedades de las casas abandonadas por sus dueños. Luego que llegué mandé mandar situar las avanzadas de la otra parte del río y una gran guardia de caballería de 20 hombres. La artillería la dejé a mi espalda porque no siendo más que de dos cañones de a 4 y 3 pedreros, y que desde la cresta de la caja del río, no enfilaba bien la avenida enemiga, podía ser arroyado, si ellos me cargaban con todas sus fuerzas, respecto que las mías no podían sostenerse con 64 fusiles y algunas escopetas, al paso que si llegaba este lance, los enemigos en mi retirada entrarían en un espacioso llano en donde la artillería desde una caja del monte que la orillaba, emplearía sus fuegos sobre ellos, que, poniéndolos en desorden la caballería los acabaría de destruir del todo. Mi posición se comunicaba perfectamente con mis alas y aunque la derecha me distaba algún tanto más, la llanura que mediaba entre ambas me facilitaba que la caballería dificultase la interrupción; la izquierda se apoyaba sobre la mar, y aunque muy próxima a los enemigos tenía el río por delante que era muy difícil de vadear.




 Día 11.—Como a las tres de la madrugada, teniendo Miralles las tropas sobre las armas, mientras se hacían las descubiertas por las guerrillas pasado un buen rato se oyó un tiroteo en la izquierda que se fue aumentando a medida que amanecía y siguió protegido del cañón de los buques fondeados y de una lancha cañonera que se aproximaba a la Boca del río, de lo cual dio parte Vegas, como de que varios botes y canoas, sin distinguir su número, se hallaban en la Boca; que estaba empeñado en la acción con dichos botes que se defendían con obstinación y solicitaba se le reforzase con más fusilería, pero que Miralles le contestó se defendiese con la que tenía. Amanecido ya volvió Vega a reiterar su parte de que el enemigo dirigía una columna por la playa y nuestras avanzadas, que otra por dentro de los médanos con un cañón, sin duda con el objeto de  proteger la acción que aun duraba en la boca..


Miralles contestó a Vega no tuviese cuidado de aquellos enemigos que se le dirigían por su frente, pues se le hacia retroceder muy aprisa. Así fue porque Miralles remitió inmediatamente al teniente de pardos urbanos Antonio de Moros, con el resto de su compañía y algunos escopeteros de Casicure para reforzar al subteniente de paisanos García y al sargento primero de los mismos urbanos blancos José Manuel Colina, ordenándoles que flanqueasen a los enemigos por su costado izquierdo. Envió también a Echauspe con 80 caballos para que si descendían al llano desde los médanos que ocupaban

 

pudiesen atacarlos en su retirada, cortándoles esta, luego que los enemigos, muy distantes aún de la boca, se vieron con fuegos que los flanqueaban y la caballería casi a su espalda, comenzaron a retroceder que no bastaba la presencia y amenazas de sus oficiales que a caballo con los sables procuraban contenerlos, para que a lo menos no abandonasen el cañón, pero viendo frustradas sus esperanzas desistieron de su empeño y se retiraron disparando sobre la caballería algunos cañonazos.

 

Echauspe, comandante de ella, prolongó el frente de su caballería poniéndola en ala, pero no a su gente, con el ánimo de atacarlo en su retirada, pero no sacó más fruto que el de once voluntarios que salieron al frente, con cuyo corto número no pudo ejecutar su bizarría. La acción duró tres horas. Vega se portó con el mayor valor y constancia, como sus subalternos y tropa con bizarría.

 

Perdió el enemigo 20 muertos, 5 prisioneros, tres canoas y un bote lleno de barrilería y pipas. Se escaparon dos botes muy aprisa a los que se dirigían algunos a nado, que se ahogarían, respecto a que después han parecido 8 ó 9 cadáveres en la costa de Paraguaná. En las columnas auxiliares de la Vela tuvieron también pérdida da hombres porque en aquel sitio había una fetidez intolerable de muertos enterrados por los mismos enemigos y que los contrarios habían embarcado muchos heridos a bordo de sus buques, entre ellos tres oficiales. Si la columna de la derecha no hubiera tenido la desgracia de equivocar su camino la noche del diez, hubiera tomado un cañón y treinta hombres que se retiraron a la Vela y estuvieron perdidos en el monte, además de que nos faltó por aquella parte la fuerza que hubiera contribuido mucho a consternar más a los enemigos en su ataque y aún quizá a cortarle su retirada. Después de la acción entró la segunda división de Casicure y ocupando la ciudad la tercera y cuarta, compuesta de ocho compañías en número de 600 hombres.

 

Día 12.—Ordenó a los oficiales de guerrilla que hiciesen las descubiertas bien largas, hasta encontrar las de los enemigos y habiéndose retirado muy tarde dieron parte de que sólo tenían sus centinelas en la en punta del médano que corre sobre la misma Vela y que habían observado que tenían muchos botes fondeados en la playa y otros en continuo movimiento desde ella a los buques, que, estos se habían aproximado, los de de menor porte al castillo de San Pedro, guardando una especie de línea o cordón y dando los costados de estribor a la avenida de nuestro campo de a la Vela. A las tres de esta tarde hubo un fuerte aguacero, y concibiendo yo que el silencio de los enemigos podía ser causa de intentar con refuerzo de las tripulaciones algún ataque contra algunos de mis puntos, y más cuando no ignoraría que nuestra tropa estaba a la inclemencia bien mojada, pensé a un mismo tiempo observarlos y darles a conocer que estábamos muy sobre nosotros mismos. A este fin mandé a Echauspe con la caballería al istmo más inmediato a la Vela, lo cual ejecutado les tiró varios pistoletazos para provocarlos, los insultó a boleo y aún con los sombreros, pero nada bastó a moverlos y se regresó el cuerpo montado dándome parte de lo ocurrido, como de las muchas lanchas y botes que había en la playa. Con estos anteriores creí desde luego que el enemigo pensaba reembarcarse lo cual me era tan sensible cuanto me había propuesto exterminarlo de una vez y formé la idea, que supuesto que el terreno me facilitaba adelantar mis líneas ejecutándolo me pondría en disposición de incomodarlo de día y de noche con el cañón y atacarlo en su puesto en el mismo momento que tuviese el menor descuido con sus lanchas de fuerza u otro motivo me lo indicase.

 

Determiné nombrar a Vega para que con su columna de la izquierda se pasase al pueblo El Carrizal a ocupar la derecha. Nombré a carabaño para que pasase a tomar el mando del centro y marchar yo a ocupar la izquierda sobre la Boquita, apoyando mi ala en la punta de los médanos, de suerte que los enemigos, no podían hacer el menor movimiento que no fuese visto y observado Hoy entró la 3a división de Casicure en el campo.

 

Día 13.—Reencargué a las guerrillas hiciesen las descubiertas hasta encontrarse con los enemigos; pero no encontrando ninguno se retiraron y sólo observaban algunos pocos botes en la playa. Cuando trataba yo de mover mi campo, llegó una espía amiga como a las ocho de la mañana, diciendo que los enemigos se habían reembarcado, y que sólo había algunos botes en la Vela cargando algunos efectos.

Inmediatamente comuniqué las noticias a los jefes de los puestos y que se pusieran sobre las armas y destiné a Miralles con la primera división de su partida de 400 hombres, 50 fusileros y 80 caballos para que marchase a la Vela; y a López previne que su derecha destacase una pequeña columna de observación al llano.

 

Marchó Miralles con toda la precaución que exigía una noticia no muy comprobada, haciendo las descubiertas y avanzando poco a poco mientras aquella se manifestaban sin novedad, y en esta disposición llegó a La Vela cuando ya se hallaban en ella García y Colina con sus respectivas guerrillas.

 

Los enemigos se hicieron a la vela gobernando al norte, cuarta al noroeste. Miralles lleno de gozo hizo hacer tres descargas precediendo tres vivas al rey. Este fuego me hizo creer por el pronto alguna novedad. Marché prontamente y salí de mi cuidado con mi llegada. Di las disposiciones necesarias, entre ellas que Vega volviese a tomar el mando y me restituí al campo con Miralles.

 

Día 14.—Dejando la guarnición competente de La Vela y la demás punta hasta Cumarebo, marché a la ciudad y entré en ella, con tres divisiones de Casicure, la compañía de fusileros de pardos de ésta y a retaguardia la caballería,

 

Día 15.—Este día se cantó el Tedeum en la Iglesia mayor de esta ciudad, con toda la solemnidad posible en acción de gracia al Todo Poderoso por haber arrojado las armas del rey al traidor y sus secuaces con escarmiento, y por la fidelidad general de todos los habitantes de esta ciudad y distrito, a su soberano, que, a un mismo tiempo han hecho ver al falaz seductor que su inicua expresión de haber sido llamado, es hija solamente de su debilidad y ligereza para cohonestar sus depravados designios contra su patria y por los graves perjuicios que la ha irrogado, habiéndolo todos despreciado sus proclamas sediciosas; y el Ilustre Ayuntamiento de esta ciudad, desde el Presidente hasta el último Regidor, no admitió alguno el pliego que les envió, ni le abrieron ni contestaron, cuya conducta propia del honor de sus miembros desconcertó las ideas que se había propuesto el traidor. Las demás clases distinguidas de la ciudad la abandonaron uniéndose al jefe de las armas con desprecio de sus intereses para tomarlas y arrojarlo como lo hicieron, lo cual los hará memorables y dignos de todo elogio. Su pérdida de 62 hombres que tuvo, conocida por nuestra parte y hasta 133 que echó menos en Orua, sin numerar los muchos heridos que llevó y que han muerto los más, desengañó a sus partidarios que rehusaron después seguirlo y fueron embarcados por los ingleses para conducirlos a la Barbada en donde se cree se deshará la expedición.

 

 

 

Coro, 4 de octubre de 1806.

 

 

 

Juan Manuel de Salas.

 

 

 

NOTA: Transcripción de Dolores Bonet de Sotillo, Paleógrafo de la Academia Nacional de la Historia. En la transcripción se ha utilizado ortografía moderna.

 

 

 

ARCHIVOS DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA

 

 

 

SUCESOS DE LA INVASIÓN Y TOMA DEL PUERTO REAL DE LA VELA DE CORO Y CIUDAD DE CORO. AÑO DE 1806.

 

 

 

(Diario de un oficial realista)

 

 

 

En los archivos de la Academia, se han encontrado el original que reproducimos relativo a la toma de La Vela y Coro, por el General Miranda en 1806. Los hechos son narrados por un oficial español del real ejército que combatió al Precursor. Naturalmente, el realista ve en su adversario todas las infamias y todas las perfidias, como sucede siempre, incapaz como era con su miopía política de comprender el significado del intento revolucionario y el pensamiento independentista de signo continental del Generalísimo de nuestra Primera República.

 

Diario puntual y exacto de la invasión del Puerto Real de La Vela de Coro y ciudad de Coro, hecha por el infame, pérfido y traidor Francisco de Miranda, desde el 1º de agosto de 1806 hasta el 13 del mismo mes y año, que precipitado y vergonzosamente, se le hizo poner en fuga por las victoriosas armas del Rey de España y sus leales corianos. Mandados por el Capitán del Ejército, Comandante de ellas en esta jurisdicción don Juan Manuel de Salas, a saber:

 

 

Día 1.—A las once y tres cuartos de esta noche, me dio parte el comandante de La Vela, Don José Vega. Capitán de Milicias. Graduados de infantería que las vigías de Barlovento habían observado que ocho buques grandes, muchos de ellos se dirigían al puerto. Inmediatamente despaché extraordinarios, a los comandantes de Paraguaná y Casicure Teniente de San Luís y comisionado, para que aprontasen su fuerza armada. La guarnición de esta ciudad tomó las armas, se dispuso la artillería y reforcé la Vela con 20 fusileros v 100 lanceros.

 

Día 2.—Al amanecer el vigía de La Retama observó, que la escuadrilla enemiga se componía de un "novio, dos fragatas. Tres bergantines. y tres goletas ancladas a sotavento del puerto. Los dos bergantines se habían hecho a la vela con dirección al fondeadero, como también que los primeros indicaban desembarcar gente en la costa del Istmo; reiteré mis órdenes a los dichos comandantes y demás para que se pusiesen en marcha con sus fuerzas y yo con las mías de 80 fusileros y 234 lanceros, me situé en el paso del río, punto medio entre la ciudad y la Vela con el objeto de cubrir la ciudad y ocupar los Médanos, si los enemigos desembarcaban en la costa donde comienza el Istmo, pero en la marcha otro parte de Vega confirmó el anterior con la diferencia de no expresar el desembarco que salió falso. Esta tarde observé con don Ignacio Emazabel desde la vigía de La Retama y me aseguré que a sotavento había dos fragatas y un bergantín anclados, otra fragata grande, dos goletas de gabias y tres pequeñas voltejeando con dirección al fuerte de San Pedro, dos bergantines de mucho porte anclados delante de él que, en la boca del río había un lanchón lleno de gente y últimamente que la disposición de los buques indicaba dos o tres desembarcos, ya fuese para distraer mis fuerzas a llamarlos al falso, mientras realizaban el cierto. Como estaba advertido que los enemigos podían reunir en la Isla de Trinidad 3.000 hombres y los buques a la vista podían contener a lo menos 2.000, creí también que intentasen dirigir parte de sus fuerzas a la Boca del río y Paguarita. Lo primero para cortar la retirada de la guarnición de la Vela, tomándola por su espalda y lo segundo para situarse en lo más estrecho del Istmo de la península quitándome el auxilio de esta fuerza numerosa, resolví replegarme a un punto que cubriese todas las avenidas desde la costa a la ciudad, no distante de los parajes que la Vigía señalase al pueblo de Cumarebo, socorriese La Vela y me manifestase con fogatas, hachas y cohetes lo que observase por la noche, en ella tiraron los enemigos varios cañones sobre el fuerte de San Pedro, de hora en hora, correspondiéndoseles de nuestra parte con menos intermisión. Se me unieron 10 hombres que armé con lanzas.

 

Día 3.—En esta madrugada se me agregó una compañía de indios de Mitare, con 80 hombres y a las cinco y media avisó Vega de subsistir los enemigos en la misma disposición que en la tarde anterior. Al poco rato se oyó un fuego vivo que me hizo poner en movimiento. Pero cesó tan pronto, que luego empezaron a llegar algunos soldados dispersos de la guarnición de la Vela y me manifestaron que los enemigos habían desembarcado en número de 500 hombres, por el punto de Barlovento que llaman de Santiaguillo. Protegidos de los fuegos de sus buques y lanchas armadas, no obstante seguí mi marcha a donde el camino se estrecha más, para cubrir mucho mejor la ciudad.

 

Supe también que la guarnición de La Vela se retiraba dispersa por los cardonales y paso de las Calderas, buscando el asilo de las alturas. Combinando la pérdida de este punto con mis fuerzas conocí, que con 80 fusileros únicos no podía determinarse a ninguna acción que los demás lanceros y flecheros son inútiles por la calidad de sus armas. Que si atacaban o esperaban el ataque de los enemigos, debía ser precisamente envuelto o arroyado y en este caso la dispersión de los paisanos era consiguiente, dejando la calidad expuesta a ser cogida con su vecindario que a la sombra de mi resistencia hubiera subsistido en sus hogares, que aunque no me atacasen los enemigos podían encerrarme en la ciudad, apoderarse por el paso de las Calderas de los desfiladeros de Caujarao, cortarme aquella retirada la comunicación con Paraguaná y Casicure, quitarme los víveres, impedir la reunión de los socorros de Barquisimeto, Carora y el Tocuyo, y lo que hubiera sido más funesto, abrirse una entrada al centro de la sierra donde están las esclavitudes de todas las haciendas de esta jurisdicción que, es regular se acuerden todavía de sus padres, hermanos, amigos y parientes que murieron a resultas de la sublevación de 1795 y últimamente que, las primeras ventajas, si las hubiera logrado el traidor dispensador, mis fuerzas hubieran hecho una sensación extraordinaria en los espíritus débiles y mansos, cautos, que habrían exaltado las fuerzas y talentos del vencedor y en seguida le hubiera sido más fácil a éste, propagar e impresionar sus perversas ideas. Determiné retirarme al sitio elevado de Buena Vista que cubre la entrada a la serranía. Mandé al teniente de paisanos Don Francisco de Manzano con Don José de Tellería, que se emboscasen con algunas compañías de indios en los cardonales que orillean el camino real de La Vela y me diese parte de las ocurrencias. A las seis de la mañana despaché postas a los Tenientes de Barquisimeto, Carora y Tocuyo para que me auxiliasen con sus Fuerzas. A las doce de la misma se agregó Vega con parte de su tropa, pasé a reconocer el sitio de Caujarao que me aseguraba cubrir a un mismo tiempo la avenida de La Vela que se une con el camino de la serranía, el descanso de mi tropa y el riesgo de una sorpresa. A las siete de esta tarde un vecino de La Vela me dijo a la voz que los enemigos habían desembarcado la artillería y disponían las cureñas de algunas piezas de La Vela, con el objeto de aprestarse para atacar la ciudad. Me informó también que había mucha gente en tierra y que le quedaba mucha mas en los buques, pero no satisfecho con su noticia, le volví a despachar para que adquiriese más pormenor, y en efecto a las nueve de la noche volvió y dijo que, las tropas que estaban en tierra serían como unos 500 hombres, y que abordo quedaba el mayor número.

 

Según oyó que le parecían disciplinados de todas naciones y blancos que, la artillería desembarcada eran seis cañones de campaña y que habían mandado habilitar los de a 4 de La Vela para conducirlos también. Que pensaban marchar para la ciudad al día siguiente y que los buques fondeados quedaban acordonados en el puerto.

 

Aunque de ningún modo me era posible hacer frente a los enemigos, ni en toda la llanura que media entre La Vela y la ciudad, hay una posición ventajosa que pudiera suplir con su defensa muy pocos fusileros a muchos de los enemigos, pensé no obstante incomodarlos en el camino desde los cardonales. Aunque muy claros no dejan de proporcionar bien que con dificultad, este género de guerrillas, para lo cual destiné al subteniente Don Francisco Carabaño que marchase y le previne procediese de acuerdo con Manzano que ya tenía 270 indios que se esforzasen a verificar la empresa con la mayor bizarría.

 

En este día se me unieron 102 hombres, pocos de ellos armados con lanzas y escopetas: 47 negros para el transporte de la artillería, municiones; 19 hombres montados, unos con espadas, otros con pistolas y otros desarmados y 209 flecheros cuya mayor parte estaba en el llano con Manzano.

 

 

Día 4.—A las tres y media de esta mañana marchó Carabaño con 80 fusileros, 3 compañías de lanceros y 12 montados, dirigiendo la columna de 300 hombres al camino real de la Vela por el que llaman de las Huertas, y yo me quedé con otros 200, entre fusileros, lanceros e indios flecheros para seguir a Carabaño, sostenerlo en caso de que se viese empeñado, o de proteger su retirada si se veía arroyado de los enemigos; pero acabando de arreglar mi columna para marchar, llegó un hombre montado corriendo a rienda suelta con la noticia que los enemigos habían entrado a la ciudad y se había oído una descarga de fusilería en ella, confirmándola el parte de Manzano que recibí al mismo tiempo y algunos vecinos que fueron llegando expresaron que la entrada la verificaron antes del amanecer como que el tiroteo oído fue un saludo cuando llegaron a ocupar la plaza principal. Al instante mandé a Carabaño se me reuniese, lo que verificado pasé a ocupar la posición de Río Seco, que me asegura de toda sorpresa y aún de ser atacado por fuerzas muy superiores respecto de los desfiladeros, pasos del río y dominaciones ventajosas que cubren todo lo largo del camino. Mientras me reuní con las fuerzas de Paraguaná y Casicure y entre tanto procuré alentar la gente que estaba algo abatida, los unos con la derrota que sufrieron en la Vela y los otros con lo que aquellos les contaban haciéndoles al mismo tiempo conocer y despreciar al enemigo por medio de las guerrillas.

 

Conociendo también que el agua estaba escasa y larga la del río, que los víveres y forrajes lo estaban también, celebré una junta para ocurrir al remedio y aunque por el momento opinaban todos que se trasladase el campo al interior de la sierra, conocí en seguida otros perjuicios más graves, como eran la dificultad de reunir las fuerzas de Paraguaná y Casicure, dejar al enemigo más libertad para sus operaciones y subsistencia; esparcir con más frecuencia sus máximas y últimamente el que llegase a creer que nuestra enorme distancia era un signo no tanto de conveniencia como de una vergonzosa fuga, por cuyas razones subsistió siempre el campo en Río Seco.

 

Despaché órdenes al Teniente de San Luís, Comisionados y Alcaldes de indios, avisé al Ministro de Real Hacienda Don Juan Manuel de Iturbe que se hallaba con la Reales Cajas en la Serranía de Quiragua, para que remitieran cuantas provisiones hubiesen al campamento donde se pagarían de contado. Estas providencias fueron suficientes para que desde aquel entonces no faltase al campo su subsistencia y socorro en dinero.

 

En este las avanzadas de Buena Vista y Caujarao, remitían algunos vecinos dispersos y bajaron otros de San Luís cuya mayor parte se despidió por no tener armas, siendo el total de los reunidos 63, pocos de ellos con algunas escopetas y algunos sables, 47 montados con espadas y pistolas y 88 flecheros. Llegaron también el resto de la compañía de La Vela menos once hombres que estaban destacados en Cumarebo, que se despidieron mucha parte de ellos por no tener armas. A las diez de la noche despaché al Teniente de paisanos Don Manuel de la Carrera y Colina, bien instruido de mi situación, fuerzas y las de mis enemigos, según las noticias hasta entonces recibidas para que las comunicase de paso al Comandante de Casicure y se dirigiese sin detención a Maracaibo en solicitud de auxilios, la eficacia y actividad de Carrera proporcionó un socorro de aquel señor Gobernador de 200 hombres al mando del Teniente Coronel don Ramón Correa y Guevara, y 8.000 cartuchos de fusil.

 

Día 5.—Se nombraron dos partidas de guerrillas de a 25 hombres cada una a las órdenes de los subtenientes de paisanos Don José María Medina y Don Casimiro García. Despaché un espía a La Vela que volvió al anochecer con la noticia que los enemigos guarnecían aquel puerto con más marinería que tropa y que trabajaban una cortadura donde llaman la Salina.

 

Las partidas de guerrillas se adelantaron hasta el campo inmediato de la ciudad y no encontraron avanzadas algunas de los enemigos, que las tenían reducidas a la orilla exterior de la población. La avenida de Buena Vista remitió tres indios nuestros que dijeron venían a presentarse y traían puestas unas chaquetas azules con vueltas amarillas.

 

En este día se reunieron 32 hombres desarmados que admití como los demás que sucesivamente venían sin ellas para quitarles todo pretexto de ausentarse. También llegaron 88 montados, de San Luís y Pedregal, armados unos con pistolas, otros con espadas y muchos sin arma alguna y 235 flecheros

 

Día 6.—La guerrilla de García remitió tres prisioneros de los enemigos que encontró sin armas, se les recibió su declaración y remitieron con el expediente a Puerto Cabello. Se agregaron este día al campo 108 hombres desarmados.

 

Día 7.—Los sargentos montados Diego Zabala y Vicente Morillo pidieron voluntariamente salir de guerrillas con seis soldados de su cuerpo y volvieron al mediodía después de haber tenido en el sitio del Barrial un encuentro con los enemigos que perdieron un oficial, muerto por el Morillo. Se reunieron 15 hombres desarmados y los fusileros de la Vela que estaban destacados en Cumarebo.

 

Día 8.—A las ocho de la mañana recibí avisos del cura don Pedro Pérez y del Administrador de Correos don Nicolás Yanes y de don Miguel Álvarez, de que los enemigos habían abandonado la ciudad la noche anterior como a las diez de ella, dejando muchas casas abiertas. Inmediatamente destiné a Vegas con 100 hombres y 30 montados, de guarnición, y que procurase evitar el robo de las casas. Don Juan Meogui condujo un indio y las guerrillas remitieron un sueco y un americano, este y el indio con chaqueta encarnada. Dijeron que se quedaron dormidos en Coro cuando lo abandonaron los enemigos y fueron aprehendidos en el camino de la Vela. Se agregaron en este día 10 hombres desarmados.

 

Día 9.—A las seis de esta tarde se me presentó el Comandante de Casicure don José García Miralles a quien instruí de todo, y conviniendo sus reflexiones con las mías, determiné no diferir un momento situarnos al frente del enemigo en posiciones ventajosas para detallar después las operaciones que debían seguirse a su destrucción, reduciéndolos a los estrechos límites de la población que ocupaba, incomodarlo en ella de día y noche, atacarlo en el momento que una mar de leva le impidiese conservar sus flancos y espaldas por los buques menores, lanchas y botes armados que tenían con este objeto acordonados en el puerto.

 

Vega me dio parte de haber entrado en la ciudad la primera división de Casicure de cinco compañías con 370 hombres al mando del capitán don Manuel Ustua, y 30 caballos, y en seguida entró la segunda del mismo partido, de cuatro compañías con 270 hombres al mando del capitán Don Javier Morios. Di las providencias correspondientes para mover el campo al salir la luna. A las 7 de la noche condujo Don Santos Aristizabal un prisionero húsar desmontado de nación piamontés, armado de sable y fusil. En este día se me reunieron trece hombres desarmados.

 

Día 10.—A las tres de la mañana marchó el campo a Buena Vista, como también la artillería y víveres, municiones y pertrechos en hombros de morenos y desde este punto siguióse después la marcha al campo de San Gabriel, desde el cual, después que comió la tropa, se dividió en 3 columnas, la de la izquierda se dio el mando a Vega, compuesta de 64 fusileros y hasta 500 hombres lanceros y flecheros los más, para que se dirigiese a ocupar los médanos de la Boca del Río.

 

La columna de la derecha, compuesta del mismo número de fusileros, lanceros y flecheros, se destinó a las órdenes de don Basilio López para que ocupase el Hatillo del Botado, situado al sur de la Vela en una elevación ventajosa, previniéndole al mismo tiempo extendiese sus líneas a cortar las comunicaciones de Guaíbacoa y costa arriba y yo con Miralles y Carabaño, marché con la columna del centro compuesta del mismo número de fusileros, y 100 hombres montados con el tren de artillería al paso del río, dejando en la ciudad al capitán de paisanos don Martín Echave con la segunda división de Casicure, 17 fusileros y dos compañías de indios, cuyo cuerpo y reserva aseguraba a un mismo tiempo las propiedades de las casas abandonadas por sus dueños. Luego que llegué mandé mandar situar las avanzadas de la otra parte del río y una gran guardia de caballería de 20 hombres. La artillería la dejé a mi espalda porque no siendo más que de dos cañones de a 4 y 3 pedreros, y que desde la cresta de la caja del río, no enfilaba bien la avenida enemiga, podía ser arroyado, si ellos me cargaban con todas sus fuerzas, respecto que las mías no podían sostenerse con 64 fusiles y algunas escopetas, al paso que si llegaba este lance, los enemigos en mi retirada entrarían en un espacioso llano en donde la artillería desde una caja del monte que la orillaba, emplearía sus fuegos sobre ellos, que, poniéndolos en desorden la caballería los acabaría de destruir del todo. Mi posición se comunicaba perfectamente con mis alas y aunque la derecha me distaba algún tanto más, la llanura que mediaba entre ambas me facilitaba que la caballería dificultase la interrupción; la izquierda se apoyaba sobre la mar, y aunque muy próxima a los enemigos tenía el río por delante que era muy difícil de vadear.

 

Día 11.—Como a las tres de la madrugada, teniendo Miralles las tropas sobre las armas, mientras se hacían las descubiertas por las guerrillas pasado un buen rato se oyó un tiroteo en la izquierda que se fue aumentando a medida que amanecía y siguió protegido del cañón de los buques fondeados y de una lancha cañonera que se aproximaba a la Boca del río, de lo cual dio parte Vegas, como de que varios botes y canoas, sin distinguir su número, se hallaban en la Boca; que estaba empeñado en la acción con dichos botes que se defendían con obstinación y solicitaba se le reforzase con más fusilería, pero que Miralles le contestó se defendiese con la que tenía. Amanecido ya volvió Vega a reiterar su parte de que el enemigo dirigía una columna por la playa y nuestras avanzadas, que otra por dentro de los médanos con un cañón, sin duda con el objeto de  proteger la acción que aun duraba en la boca..

 

Miralles contestó a Vega no tuviese cuidado de aquellos enemigos que se le dirigían por su frente, pues se le hacia retroceder muy aprisa. Así fue porque Miralles remitió inmediatamente al teniente de pardos urbanos Antonio de Moros, con el resto de su compañía y algunos escopeteros de Casicure para reforzar al subteniente de paisanos García y al sargento primero de los mismos urbanos blancos José Manuel Colina, ordenándoles que flanqueasen a los enemigos por su costado izquierdo. Envió también a Echauspe con 80 caballos para que si descendían al llano desde los médanos que ocupaban

 

pudiesen atacarlos en su retirada, cortándoles esta, luego que los enemigos, muy distantes aún de la boca, se vieron con fuegos que los flanqueaban y la caballería casi a su espalda, comenzaron a retroceder que no bastaba la presencia y amenazas de sus oficiales que a caballo con los sables procuraban contenerlos, para que a lo menos no abandonasen el cañón, pero viendo frustradas sus esperanzas desistieron de su empeño y se retiraron disparando sobre la caballería algunos cañonazos.

 

Echauspe, comandante de ella, prolongó el frente de su caballería poniéndola en ala, pero no a su gente, con el ánimo de atacarlo en su retirada, pero no sacó más fruto que el de once voluntarios que salieron al frente, con cuyo corto número no pudo ejecutar su bizarría. La acción duró tres horas. Vega se portó con el mayor valor y constancia, como sus subalternos y tropa con bizarría.

 

Perdió el enemigo 20 muertos, 5 prisioneros, tres canoas y un bote lleno de barrilería y pipas. Se escaparon dos botes muy aprisa a los que se dirigían algunos a nado, que se ahogarían, respecto a que después han parecido 8 ó 9 cadáveres en la costa de Paraguaná. En las columnas auxiliares de la Vela tuvieron también pérdida da hombres porque en aquel sitio había una fetidez intolerable de muertos enterrados por los mismos enemigos y que los contrarios habían embarcado muchos heridos a bordo de sus buques, entre ellos tres oficiales. Si la columna de la derecha no hubiera tenido la desgracia de equivocar su camino la noche del diez, hubiera tomado un cañón y treinta hombres que se retiraron a la Vela y estuvieron perdidos en el monte, además de que nos faltó por aquella parte la fuerza que hubiera contribuido mucho a consternar más a los enemigos en su ataque y aún quizá a cortarle su retirada. Después de la acción entró la segunda división de Casicure y ocupando la ciudad la tercera y cuarta, compuesta de ocho compañías en número de 600 hombres.

 

Día 12.—Ordenó a los oficiales de guerrilla que hiciesen las descubiertas bien largas, hasta encontrar las de los enemigos y habiéndose retirado muy tarde dieron parte de que sólo tenían sus centinelas en la en punta del médano que corre sobre la misma Vela y que habían observado que tenían muchos botes fondeados en la playa y otros en continuo movimiento desde ella a los buques, que, estos se habían aproximado, los de de menor porte al castillo de San Pedro, guardando una especie de línea o cordón y dando los costados de estribor a la avenida de nuestro campo de a la Vela. A las tres de esta tarde hubo un fuerte aguacero, y concibiendo yo que el silencio de los enemigos podía ser causa de intentar con refuerzo de las tripulaciones algún ataque contra algunos de mis puntos, y más cuando no ignoraría que nuestra tropa estaba a la inclemencia bien mojada, pensé a un mismo tiempo observarlos y darles a conocer que estábamos muy sobre nosotros mismos. A este fin mandé a Echauspe con la caballería al istmo más inmediato a la Vela, lo cual ejecutado les tiró varios pistoletazos para provocarlos, los insultó a boleo y aún con los sombreros, pero nada bastó a moverlos y se regresó el cuerpo montado dándome parte de lo ocurrido, como de las muchas lanchas y botes que había en la playa. Con estos anteriores creí desde luego que el enemigo pensaba reembarcarse lo cual me era tan sensible cuanto me había propuesto exterminarlo de una vez y formé la idea, que supuesto que el terreno me facilitaba adelantar mis líneas ejecutándolo me pondría en disposición de incomodarlo de día y de noche con el cañón y atacarlo en su puesto en el mismo momento que tuviese el menor descuido con sus lanchas de fuerza u otro motivo me lo indicase.

 

Determiné nombrar a Vega para que con su columna de la izquierda se pasase al pueblo El Carrizal a ocupar la derecha. Nombré a carabaño para que pasase a tomar el mando del centro y marchar yo a ocupar la izquierda sobre la Boquita, apoyando mi ala en la punta de los médanos, de suerte que los enemigos, no podían hacer el menor movimiento que no fuese visto y observado Hoy entró la 3a división de Casicure en el campo.

 

Día 13.—Reencargué a las guerrillas hiciesen las descubiertas hasta encontrarse con los enemigos; pero no encontrando ninguno se retiraron y sólo observaban algunos pocos botes en la playa. Cuando trataba yo de mover mi campo, llegó una espía amiga como a las ocho de la mañana, diciendo que los enemigos se habían reembarcado, y que sólo había algunos botes en la Vela cargando algunos efectos.

Inmediatamente comuniqué las noticias a los jefes de los puestos y que se pusieran sobre las armas y destiné a Miralles con la primera división de su partida de 400 hombres, 50 fusileros y 80 caballos para que marchase a la Vela; y a López previne que su derecha destacase una pequeña columna de observación al llano.

 

Marchó Miralles con toda la precaución que exigía una noticia no muy comprobada, haciendo las descubiertas y avanzando poco a poco mientras aquella se manifestaban sin novedad, y en esta disposición llegó a La Vela cuando ya se hallaban en ella García y Colina con sus respectivas guerrillas.

 

Los enemigos se hicieron a la vela gobernando al norte, cuarta al noroeste. Miralles lleno de gozo hizo hacer tres descargas precediendo tres vivas al rey. Este fuego me hizo creer por el pronto alguna novedad. Marché prontamente y salí de mi cuidado con mi llegada. Di las disposiciones necesarias, entre ellas que Vega volviese a tomar el mando y me restituí al campo con Miralles.

 

Día 14.—Dejando la guarnición competente de La Vela y la demás punta hasta Cumarebo, marché a la ciudad y entré en ella, con tres divisiones de Casicure, la compañía de fusileros de pardos de ésta y a retaguardia la caballería,

 

Día 15.—Este día se cantó el Tedeum en la Iglesia mayor de esta ciudad, con toda la solemnidad posible en acción de gracia al Todo Poderoso por haber arrojado las armas del rey al traidor y sus secuaces con escarmiento, y por la fidelidad general de todos los habitantes de esta ciudad y distrito, a su soberano, que, a un mismo tiempo han hecho ver al falaz seductor que su inicua expresión de haber sido llamado, es hija solamente de su debilidad y ligereza para cohonestar sus depravados designios contra su patria y por los graves perjuicios que la ha irrogado, habiéndolo todos despreciado sus proclamas sediciosas; y el Ilustre Ayuntamiento de esta ciudad, desde el Presidente hasta el último Regidor, no admitió alguno el pliego que les envió, ni le abrieron ni contestaron, cuya conducta propia del honor de sus miembros desconcertó las ideas que se había propuesto el traidor. Las demás clases distinguidas de la ciudad la abandonaron uniéndose al jefe de las armas con desprecio de sus intereses para tomarlas y arrojarlo como lo hicieron, lo cual los hará memorables y dignos de todo elogio. Su pérdida de 62 hombres que tuvo, conocida por nuestra parte y hasta 133 que echó menos en Orua, sin numerar los muchos heridos que llevó y que han muerto los más, desengañó a sus partidarios que rehusaron después seguirlo y fueron embarcados por los ingleses para conducirlos a la Barbada en donde se cree se deshará la expedición.

 

 

 

Coro, 4 de octubre de 1806.

 

 

 

Juan Manuel de Salas.

 

 

 

NOTA: Transcripción de Dolores Bonet de Sotillo, Paleógrafo de la Academia Nacional de la Historia. En la transcripción se ha utilizado ortografía moderna.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

ARCHIVOS DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA

 

 

 

SUCESOS DE LA INVASIÓN Y TOMA DEL PUERTO REAL DE LA VELA DE CORO Y CIUDAD DE CORO. AÑO DE 1806.

 

 

 

(Diario de un oficial realista)

 

 

 

En los archivos de la Academia, se han encontrado el original que reproducimos relativo a la toma de La Vela y Coro, por el General Miranda en 1806. Los hechos son narrados por un oficial español del real ejército que combatió al Precursor. Naturalmente, el realista ve en su adversario todas las infamias y todas las perfidias, como sucede siempre, incapaz como era con su miopía política de comprender el significado del intento revolucionario y el pensamiento independentista de signo continental del Generalísimo de nuestra Primera República.

 

Diario puntual y exacto de la invasión del Puerto Real de La Vela de Coro y ciudad de Coro, hecha por el infame, pérfido y traidor Francisco de Miranda, desde el 1º de agosto de 1806 hasta el 13 del mismo mes y año, que precipitado y vergonzosamente, se le hizo poner en fuga por las victoriosas armas del Rey de España y sus leales corianos. Mandados por el Capitán del Ejército, Comandante de ellas en esta jurisdicción don Juan Manuel de Salas, a saber:

 

 

Día 1.—A las once y tres cuartos de esta noche, me dio parte el comandante de La Vela, Don José Vega. Capitán de Milicias. Graduados de infantería que las vigías de Barlovento habían observado que ocho buques grandes, muchos de ellos se dirigían al puerto. Inmediatamente despaché extraordinarios, a los comandantes de Paraguaná y Casicure Teniente de San Luís y comisionado, para que aprontasen su fuerza armada. La guarnición de esta ciudad tomó las armas, se dispuso la artillería y reforcé la Vela con 20 fusileros v 100 lanceros.

 

Día 2.—Al amanecer el vigía de La Retama observó, que la escuadrilla enemiga se componía de un "novio, dos fragatas. Tres bergantines. y tres goletas ancladas a sotavento del puerto. Los dos bergantines se habían hecho a la vela con dirección al fondeadero, como también que los primeros indicaban desembarcar gente en la costa del Istmo; reiteré mis órdenes a los dichos comandantes y demás para que se pusiesen en marcha con sus fuerzas y yo con las mías de 80 fusileros y 234 lanceros, me situé en el paso del río, punto medio entre la ciudad y la Vela con el objeto de cubrir la ciudad y ocupar los Médanos, si los enemigos desembarcaban en la costa donde comienza el Istmo, pero en la marcha otro parte de Vega confirmó el anterior con la diferencia de no expresar el desembarco que salió falso. Esta tarde observé con don Ignacio Emazabel desde la vigía de La Retama y me aseguré que a sotavento había dos fragatas y un bergantín anclados, otra fragata grande, dos goletas de gabias y tres pequeñas voltejeando con dirección al fuerte de San Pedro, dos bergantines de mucho porte anclados delante de él que, en la boca del río había un lanchón lleno de gente y últimamente que la disposición de los buques indicaba dos o tres desembarcos, ya fuese para distraer mis fuerzas a llamarlos al falso, mientras realizaban el cierto. Como estaba advertido que los enemigos podían reunir en la Isla de Trinidad 3.000 hombres y los buques a la vista podían contener a lo menos 2.000, creí también que intentasen dirigir parte de sus fuerzas a la Boca del río y Paguarita. Lo primero para cortar la retirada de la guarnición de la Vela, tomándola por su espalda y lo segundo para situarse en lo más estrecho del Istmo de la península quitándome el auxilio de esta fuerza numerosa, resolví replegarme a un punto que cubriese todas las avenidas desde la costa a la ciudad, no distante de los parajes que la Vigía señalase al pueblo de Cumarebo, socorriese La Vela y me manifestase con fogatas, hachas y cohetes lo que observase por la noche, en ella tiraron los enemigos varios cañones sobre el fuerte de San Pedro, de hora en hora, correspondiéndoseles de nuestra parte con menos intermisión. Se me unieron 10 hombres que armé con lanzas.

 

Día 3.—En esta madrugada se me agregó una compañía de indios de Mitare, con 80 hombres y a las cinco y media avisó Vega de subsistir los enemigos en la misma disposición que en la tarde anterior. Al poco rato se oyó un fuego vivo que me hizo poner en movimiento. Pero cesó tan pronto, que luego empezaron a llegar algunos soldados dispersos de la guarnición de la Vela y me manifestaron que los enemigos habían desembarcado en número de 500 hombres, por el punto de Barlovento que llaman de Santiaguillo. Protegidos de los fuegos de sus buques y lanchas armadas, no obstante seguí mi marcha a donde el camino se estrecha más, para cubrir mucho mejor la ciudad.

 

Supe también que la guarnición de La Vela se retiraba dispersa por los cardonales y paso de las Calderas, buscando el asilo de las alturas. Combinando la pérdida de este punto con mis fuerzas conocí, que con 80 fusileros únicos no podía determinarse a ninguna acción que los demás lanceros y flecheros son inútiles por la calidad de sus armas. Que si atacaban o esperaban el ataque de los enemigos, debía ser precisamente envuelto o arroyado y en este caso la dispersión de los paisanos era consiguiente, dejando la calidad expuesta a ser cogida con su vecindario que a la sombra de mi resistencia hubiera subsistido en sus hogares, que aunque no me atacasen los enemigos podían encerrarme en la ciudad, apoderarse por el paso de las Calderas de los desfiladeros de Caujarao, cortarme aquella retirada la comunicación con Paraguaná y Casicure, quitarme los víveres, impedir la reunión de los socorros de Barquisimeto, Carora y el Tocuyo, y lo que hubiera sido más funesto, abrirse una entrada al centro de la sierra donde están las esclavitudes de todas las haciendas de esta jurisdicción que, es regular se acuerden todavía de sus padres, hermanos, amigos y parientes que murieron a resultas de la sublevación de 1795 y últimamente que, las primeras ventajas, si las hubiera logrado el traidor dispensador, mis fuerzas hubieran hecho una sensación extraordinaria en los espíritus débiles y mansos, cautos, que habrían exaltado las fuerzas y talentos del vencedor y en seguida le hubiera sido más fácil a éste, propagar e impresionar sus perversas ideas. Determiné retirarme al sitio elevado de Buena Vista que cubre la entrada a la serranía. Mandé al teniente de paisanos Don Francisco de Manzano con Don José de Tellería, que se emboscasen con algunas compañías de indios en los cardonales que orillean el camino real de La Vela y me diese parte de las ocurrencias. A las seis de la mañana despaché postas a los Tenientes de Barquisimeto, Carora y Tocuyo para que me auxiliasen con sus Fuerzas. A las doce de la misma se agregó Vega con parte de su tropa, pasé a reconocer el sitio de Caujarao que me aseguraba cubrir a un mismo tiempo la avenida de La Vela que se une con el camino de la serranía, el descanso de mi tropa y el riesgo de una sorpresa. A las siete de esta tarde un vecino de La Vela me dijo a la voz que los enemigos habían desembarcado la artillería y disponían las cureñas de algunas piezas de La Vela, con el objeto de aprestarse para atacar la ciudad. Me informó también que había mucha gente en tierra y que le quedaba mucha mas en los buques, pero no satisfecho con su noticia, le volví a despachar para que adquiriese más pormenor, y en efecto a las nueve de la noche volvió y dijo que, las tropas que estaban en tierra serían como unos 500 hombres, y que abordo quedaba el mayor número.

 

Según oyó que le parecían disciplinados de todas naciones y blancos que, la artillería desembarcada eran seis cañones de campaña y que habían mandado habilitar los de a 4 de La Vela para conducirlos también. Que pensaban marchar para la ciudad al día siguiente y que los buques fondeados quedaban acordonados en el puerto.

 

Aunque de ningún modo me era posible hacer frente a los enemigos, ni en toda la llanura que media entre La Vela y la ciudad, hay una posición ventajosa que pudiera suplir con su defensa muy pocos fusileros a muchos de los enemigos, pensé no obstante incomodarlos en el camino desde los cardonales. Aunque muy claros no dejan de proporcionar bien que con dificultad, este género de guerrillas, para lo cual destiné al subteniente Don Francisco Carabaño que marchase y le previne procediese de acuerdo con Manzano que ya tenía 270 indios que se esforzasen a verificar la empresa con la mayor bizarría.

 

En este día se me unieron 102 hombres, pocos de ellos armados con lanzas y escopetas: 47 negros para el transporte de la artillería, municiones; 19 hombres montados, unos con espadas, otros con pistolas y otros desarmados y 209 flecheros cuya mayor parte estaba en el llano con Manzano.

 

 

Día 4.—A las tres y media de esta mañana marchó Carabaño con 80 fusileros, 3 compañías de lanceros y 12 montados, dirigiendo la columna de 300 hombres al camino real de la Vela por el que llaman de las Huertas, y yo me quedé con otros 200, entre fusileros, lanceros e indios flecheros para seguir a Carabaño, sostenerlo en caso de que se viese empeñado, o de proteger su retirada si se veía arroyado de los enemigos; pero acabando de arreglar mi columna para marchar, llegó un hombre montado corriendo a rienda suelta con la noticia que los enemigos habían entrado a la ciudad y se había oído una descarga de fusilería en ella, confirmándola el parte de Manzano que recibí al mismo tiempo y algunos vecinos que fueron llegando expresaron que la entrada la verificaron antes del amanecer como que el tiroteo oído fue un saludo cuando llegaron a ocupar la plaza principal. Al instante mandé a Carabaño se me reuniese, lo que verificado pasé a ocupar la posición de Río Seco, que me asegura de toda sorpresa y aún de ser atacado por fuerzas muy superiores respecto de los desfiladeros, pasos del río y dominaciones ventajosas que cubren todo lo largo del camino. Mientras me reuní con las fuerzas de Paraguaná y Casicure y entre tanto procuré alentar la gente que estaba algo abatida, los unos con la derrota que sufrieron en la Vela y los otros con lo que aquellos les contaban haciéndoles al mismo tiempo conocer y despreciar al enemigo por medio de las guerrillas.

 

Conociendo también que el agua estaba escasa y larga la del río, que los víveres y forrajes lo estaban también, celebré una junta para ocurrir al remedio y aunque por el momento opinaban todos que se trasladase el campo al interior de la sierra, conocí en seguida otros perjuicios más graves, como eran la dificultad de reunir las fuerzas de Paraguaná y Casicure, dejar al enemigo más libertad para sus operaciones y subsistencia; esparcir con más frecuencia sus máximas y últimamente el que llegase a creer que nuestra enorme distancia era un signo no tanto de conveniencia como de una vergonzosa fuga, por cuyas razones subsistió siempre el campo en Río Seco.

 

Despaché órdenes al Teniente de San Luís, Comisionados y Alcaldes de indios, avisé al Ministro de Real Hacienda Don Juan Manuel de Iturbe que se hallaba con la Reales Cajas en la Serranía de Quiragua, para que remitieran cuantas provisiones hubiesen al campamento donde se pagarían de contado. Estas providencias fueron suficientes para que desde aquel entonces no faltase al campo su subsistencia y socorro en dinero.

 

En este las avanzadas de Buena Vista y Caujarao, remitían algunos vecinos dispersos y bajaron otros de San Luís cuya mayor parte se despidió por no tener armas, siendo el total de los reunidos 63, pocos de ellos con algunas escopetas y algunos sables, 47 montados con espadas y pistolas y 88 flecheros. Llegaron también el resto de la compañía de La Vela menos once hombres que estaban destacados en Cumarebo, que se despidieron mucha parte de ellos por no tener armas. A las diez de la noche despaché al Teniente de paisanos Don Manuel de la Carrera y Colina, bien instruido de mi situación, fuerzas y las de mis enemigos, según las noticias hasta entonces recibidas para que las comunicase de paso al Comandante de Casicure y se dirigiese sin detención a Maracaibo en solicitud de auxilios, la eficacia y actividad de Carrera proporcionó un socorro de aquel señor Gobernador de 200 hombres al mando del Teniente Coronel don Ramón Correa y Guevara, y 8.000 cartuchos de fusil.

 

Día 5.—Se nombraron dos partidas de guerrillas de a 25 hombres cada una a las órdenes de los subtenientes de paisanos Don José María Medina y Don Casimiro García. Despaché un espía a La Vela que volvió al anochecer con la noticia que los enemigos guarnecían aquel puerto con más marinería que tropa y que trabajaban una cortadura donde llaman la Salina.

 

Las partidas de guerrillas se adelantaron hasta el campo inmediato de la ciudad y no encontraron avanzadas algunas de los enemigos, que las tenían reducidas a la orilla exterior de la población. La avenida de Buena Vista remitió tres indios nuestros que dijeron venían a presentarse y traían puestas unas chaquetas azules con vueltas amarillas.

 

En este día se reunieron 32 hombres desarmados que admití como los demás que sucesivamente venían sin ellas para quitarles todo pretexto de ausentarse. También llegaron 88 montados, de San Luís y Pedregal, armados unos con pistolas, otros con espadas y muchos sin arma alguna y 235 flecheros

 

Día 6.—La guerrilla de García remitió tres prisioneros de los enemigos que encontró sin armas, se les recibió su declaración y remitieron con el expediente a Puerto Cabello. Se agregaron este día al campo 108 hombres desarmados.

 

Día 7.—Los sargentos montados Diego Zabala y Vicente Morillo pidieron voluntariamente salir de guerrillas con seis soldados de su cuerpo y volvieron al mediodía después de haber tenido en el sitio del Barrial un encuentro con los enemigos que perdieron un oficial, muerto por el Morillo. Se reunieron 15 hombres desarmados y los fusileros de la Vela que estaban destacados en Cumarebo.

 

Día 8.—A las ocho de la mañana recibí avisos del cura don Pedro Pérez y del Administrador de Correos don Nicolás Yanes y de don Miguel Álvarez, de que los enemigos habían abandonado la ciudad la noche anterior como a las diez de ella, dejando muchas casas abiertas. Inmediatamente destiné a Vegas con 100 hombres y 30 montados, de guarnición, y que procurase evitar el robo de las casas. Don Juan Meogui condujo un indio y las guerrillas remitieron un sueco y un americano, este y el indio con chaqueta encarnada. Dijeron que se quedaron dormidos en Coro cuando lo abandonaron los enemigos y fueron aprehendidos en el camino de la Vela. Se agregaron en este día 10 hombres desarmados.

 

Día 9.—A las seis de esta tarde se me presentó el Comandante de Casicure don José García Miralles a quien instruí de todo, y conviniendo sus reflexiones con las mías, determiné no diferir un momento situarnos al frente del enemigo en posiciones ventajosas para detallar después las operaciones que debían seguirse a su destrucción, reduciéndolos a los estrechos límites de la población que ocupaba, incomodarlo en ella de día y noche, atacarlo en el momento que una mar de leva le impidiese conservar sus flancos y espaldas por los buques menores, lanchas y botes armados que tenían con este objeto acordonados en el puerto.

 

Vega me dio parte de haber entrado en la ciudad la primera división de Casicure de cinco compañías con 370 hombres al mando del capitán don Manuel Ustua, y 30 caballos, y en seguida entró la segunda del mismo partido, de cuatro compañías con 270 hombres al mando del capitán Don Javier Morios. Di las providencias correspondientes para mover el campo al salir la luna. A las 7 de la noche condujo Don Santos Aristizabal un prisionero húsar desmontado de nación piamontés, armado de sable y fusil. En este día se me reunieron trece hombres desarmados.

 

Día 10.—A las tres de la mañana marchó el campo a Buena Vista, como también la artillería y víveres, municiones y pertrechos en hombros de morenos y desde este punto siguióse después la marcha al campo de San Gabriel, desde el cual, después que comió la tropa, se dividió en 3 columnas, la de la izquierda se dio el mando a Vega, compuesta de 64 fusileros y hasta 500 hombres lanceros y flecheros los más, para que se dirigiese a ocupar los médanos de la Boca del Río.

 

La columna de la derecha, compuesta del mismo número de fusileros, lanceros y flecheros, se destinó a las órdenes de don Basilio López para que ocupase el Hatillo del Botado, situado al sur de la Vela en una elevación ventajosa, previniéndole al mismo tiempo extendiese sus líneas a cortar las comunicaciones de Guaíbacoa y costa arriba y yo con Miralles y Carabaño, marché con la columna del centro compuesta del mismo número de fusileros, y 100 hombres montados con el tren de artillería al paso del río, dejando en la ciudad al capitán de paisanos don Martín Echave con la segunda división de Casicure, 17 fusileros y dos compañías de indios, cuyo cuerpo y reserva aseguraba a un mismo tiempo las propiedades de las casas abandonadas por sus dueños. Luego que llegué mandé mandar situar las avanzadas de la otra parte del río y una gran guardia de caballería de 20 hombres. La artillería la dejé a mi espalda porque no siendo más que de dos cañones de a 4 y 3 pedreros, y que desde la cresta de la caja del río, no enfilaba bien la avenida enemiga, podía ser arroyado, si ellos me cargaban con todas sus fuerzas, respecto que las mías no podían sostenerse con 64 fusiles y algunas escopetas, al paso que si llegaba este lance, los enemigos en mi retirada entrarían en un espacioso llano en donde la artillería desde una caja del monte que la orillaba, emplearía sus fuegos sobre ellos, que, poniéndolos en desorden la caballería los acabaría de destruir del todo. Mi posición se comunicaba perfectamente con mis alas y aunque la derecha me distaba algún tanto más, la llanura que mediaba entre ambas me facilitaba que la caballería dificultase la interrupción; la izquierda se apoyaba sobre la mar, y aunque muy próxima a los enemigos tenía el río por delante que era muy difícil de vadear.

 

ARCHIVOS DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA SUCESOS DE LA INVASIÓN Y TOMA DEL PUERTO REAL DE LA VELA DE CORO Y CIUDAD DE CORO. AÑO DE 1806. (Diario de un oficial realista) En los archivos de la Academia, se han encontrado el original que reproducimos relativo a la toma de La Vela y Coro, por el General Miranda en 1806. Los hechos son narrados por un oficial español del real ejército que combatió al Precursor. Naturalmente, el realista ve en su adversario todas las infamias y todas las perfidias, como sucede siempre, incapaz como era con su miopía política de comprender el significado del intento revolucionario y el pensamiento independentista de signo continental del Generalísimo de nuestra Primera República. Diario puntual y exacto de la invasión del Puerto Real de La Vela de Coro y ciudad de Coro, hecha por el infame, pérfido y traidor Francisco de Miranda, desde el 1º de agosto de 1806 hasta el 13 del mismo mes y año, qué precipitado y vergonzosamente, se le hizo poner en fuga por las victoriosas armas del Rey de España y sus leales corianos. Mandados por el Capitán del Ejército, Comandante de ellas en esta jurisdicción don Juan Manuel de Salas, a saber: Día 1.—A las once y tres cuartos de esta noche, me dio parte el comandante de La Vela, Don José Vega. Capitán de Milicias. Graduados de infantería que las vigías de Barlovento habían observado que ocho buques grandes, muchos de ellos se dirigían al puerto. Inmediatamente, despaché extraordinarios, a los comandantes de Paraguaná y Casicure Teniente de San Luis y comisionado, para que aprontasen su fuerza armada. La guarnición de esta ciudad tomó las armas, se dispuso la artillería y reforcé la Vela con 20 fusileros v 100 lanceros. Día 2.—Al amanecer el vigía de La Retama observó, que la escuadrilla enemiga se componía de un "Navio, dos fragatas. Tres bergantines y tres goletas ancladas a sotavento del puerto. Los dos bergantines se habían hecho a la vela con dirección al fondeadero, como también que los primeros indicaban desembarcar gente en la costa del Istmo; reiteré mis órdenes a los dichos comandantes y demás para que se pusiesen en marcha con sus fuerzas y yo con las mías de 80 fusileros y 234 lanceros, me situé en el paso del río, punto medio entre la ciudad y la Vela con el objeto de cubrir la ciudad y ocupar los Médanos, si los enemigos desembarcaban en la costa donde comienza el Istmo, pero en la marcha otro parte de Vega confirmó el anterior con la diferencia de no expresar el desembarco que salió falso. Esta tarde observé con don Ignacio Emazabel desde la vigía de La Retama y me aseguré que a sotavento había dos fragatas y un bergantín anclados, otra fragata grande, dos goletas de gabias y tres pequeñas voltejeando con dirección al fuerte de San Pedro, dos bergantines de mucho porte anclados delante de él que, en la boca del río había un lanchón lleno de gente y últimamente que la disposición de los buques indicaba dos o tres desembarcos, ya fuese para distraer mis fuerzas a llamarlos al falso, mientras realizaban el cierto. Como estaba advertido que los enemigos podían reunir en la Isla de Trinidad 3.000 hombres y los buques a la vista podían contener a lo menos 2.000, creí también que intentasen dirigir parte de sus fuerzas a la Boca del río y Paguarita. Lo primero para cortar la retirada de la guarnición de la Vela, tomándola por su espalda y lo segundo para situarse en lo más estrecho del Istmo de la península quitándome el auxilio de esta fuerza numerosa, resolví replegarme a un punto que cubriese todas las avenidas desde la costa a la ciudad, no distante de los parajes que la Vigía señalase al pueblo de Cumarebo, socorriese La Vela y me manifestase con fogatas, hachas y cohetes lo que observase por la noche, en ella tiraron los enemigos varios cañones sobre el fuerte de San Pedro, de hora en hora, correspondiéndoseles de nuestra parte con menos intermisión. Se me unieron 10 hombres que armé con lanzas. Día 3.—En esta madrugada se me agregó una compañía de indios de Mitare, con 80 hombres y a las cinco y media avisó Vega de subsistir los enemigos en la misma disposición que en la tarde anterior. Al poco rato se oyó un fuego vivo que me hizo poner en movimiento. Pero cesó tan pronto, que luego empezaron a llegar algunos soldados dispersos de la guarnición de la Vela y me manifestaron que los enemigos habían desembarcado en número de 500 hombres, por el punto de Barlovento que llaman de Santiaguillo. Protegidos de los fuegos de sus buques y lanchas armadas, no obstante seguí mi marcha a donde el camino se estrecha más, para cubrir mucho mejor la ciudad. Supe también que la guarnición de La Vela se retiraba dispersa por los cardonales y paso de las Calderas, buscando el asilo de las alturas. Combinando la pérdida de este punto con mis fuerzas conocí, que con 80 fusileros únicos no podía determinarse a ninguna acción que los demás lanceros y flecheros son inútiles por la calidad de sus armas. Que si atacaban o esperaban el ataque de los enemigos, debía ser precisamente envuelto o arroyado y en este caso la dispersión de los paisanos era consiguiente, dejando la calidad expuesta a ser cogida con su vecindario que a la sombra de mi resistencia hubiera subsistido en sus hogares, que aunque no me atacasen los enemigos podían encerrarme en la ciudad, apoderarse por el paso de las Calderas de los desfiladeros de Caujarao, cortarme aquella retirada la comunicación con Paraguaná y Casicure, quitarme los víveres, impedir la reunión de los socorros de Barquisimeto, Carora y el Tocuyo, y lo que hubiera sido más funesto, abrirse una entrada al centro de la sierra donde están las esclavitudes de todas las haciendas de esta jurisdicción que, es regular se acuerden todavía de sus padres, hermanos, amigos y parientes que murieron a resultas de la sublevación de 1795 y últimamente que, las primeras ventajas, si las hubiera logrado el traidor dispensador, mis fuerzas hubieran hecho una sensación extraordinaria en los espíritus débiles y mansos, cautos, que habrían exaltado las fuerzas y talentos del vencedor y en seguida le hubiera sido más fácil a este, propagar e impresionar sus perversas ideas. Determiné retirarme al sitio elevado de Buena Vista que cubre la entrada a la serranía. Mandé al teniente de paisanos Don Francisco de Manzano con Don José de Tellería, que se emboscasen con algunas compañías de indios en los cardonales que orillean el camino real de La Vela y me diese parte de las ocurrencias. A las seis de la mañana despaché postas a los Tenientes de Barquisimeto, Carora y Tocuyo para que me auxiliasen con sus Fuerzas. A las doce de la misma se agregó Vega con parte de su tropa, pasé a reconocer el sitio de Caujarao que me aseguraba cubrir a un mismo tiempo la avenida de La Vela que se une con el camino de la serranía, el descanso de mi tropa y el riesgo de una sorpresa. A las siete de esta tarde un vecino de La Vela me dijo a la voz que los enemigos habían desembarcado la artillería y disponían las cureñas de algunas piezas de La Vela, con el objeto de aprestarse para atacar la ciudad. Me informó también que había mucha gente en tierra y que le quedaba mucha más en los buques, pero no satisfecho con su noticia, le volví a despachar para que adquiriese más pormenor, y en efecto a las nueve de la noche volvió y dijo que, las tropas que estaban en tierra serían como unos 500 hombres, y que abordo quedaba el mayor número. Según oyó que le parecían disciplinados de todas naciones y blancos que, la artillería desembarcada eran seis cañones de campaña y que habían mandado habilitar los de a 4 de La Vela para conducirlos también. Que pensaban marchar para la ciudad al día siguiente y que los buques fondeados quedaban acordonados en el puerto. Aunque de ningún modo me era posible hacer frente a los enemigos, ni en toda la llanura que media entre La Vela y la ciudad, hay una posición ventajosa que pudiera suplir con su defensa muy pocos fusileros a muchos de los enemigos, pensé no obstante incomodarlos en el camino desde los cardonales. Aunque muy claros no dejan de proporcionar bien que con dificultad, este género de guerrillas, para lo cual destiné al subteniente Don Francisco Carabaño que marchase y le previne procediese de acuerdo con Manzano que ya tenía 270 indios que se esforzasen a verificar la empresa con la mayor bizarría. En este día se me unieron 102 hombres, pocos de ellos armados con lanzas y escopetas: 47 negros para el transporte de la artillería, municiones; 19 hombres montados, unos con espadas, otros con pistolas y otros desarmados y 209 flecheros cuya mayor parte estaba en el llano con Manzano. Día 4.—A las tres y media de esta mañana marchó Carabaño con 80 fusileros, 3 compañías de lanceros y 12 montados, dirigiendo la columna de 300 hombres al camino real de la Vela por el que llaman de las Huertas, y yo me quedé con otros 200, entre fusileros, lanceros e indios flecheros para seguir a Carabaño, sostenerlo en caso de que se viese empeñado, o de proteger su retirada si se veía arroyado de los enemigos; pero acabando de arreglar mi columna para marchar, llegó un hombre montado corriendo a rienda suelta con la noticia que los enemigos habían entrado a la ciudad y se había oído una descarga de fusilería en ella, confirmándola el parte de Manzano que recibí al mismo tiempo y algunos vecinos que fueron llegando expresaron que la entrada la verificaron antes del amanecer como que el tiroteo oído fue un saludo cuando llegaron a ocupar la plaza principal. Al instante mandé a Carabaño se me reuniese, lo que verificado pasé a ocupar la posición de Río Seco, que me asegura de toda sorpresa y aun de ser atacado por fuerzas muy superiores respecto de los desfiladeros, pasos del río y dominaciones ventajosas que cubren todo lo largo del camino. Mientras me reuní con las fuerzas de Paraguaná y Casicure y entre tanto procuré alentar la gente que estaba algo abatida, los unos con la derrota que sufrieron en la Vela y los otros con lo que aquellos les contaban haciéndoles al mismo tiempo conocer y despreciar al enemigo por medio de las guerrillas. Conociendo también que el agua estaba escasa y larga la del río, que los víveres y forrajes lo estaban también, celebré una junta para ocurrir al remedio y aunque por el momento opinaban todos que se trasladase el campo al interior de la sierra, conocí en seguida otros perjuicios más graves, como eran la dificultad de reunir las fuerzas de Paraguaná y Casicure, dejar al enemigo más libertad para sus operaciones y subsistencia; esparcir con más frecuencia sus máximas y últimamente el que llegase a creer que nuestra enorme distancia era un signo no tanto de conveniencia como de una vergonzosa fuga, por cuyas razones subsistió siempre el campo en Río Seco. Despaché órdenes al Teniente de San Luís, Comisionados y Alcaldes de indios, avisé al Ministro de Real Hacienda Don Juan Manuel de Iturbe que se hallaba con las Reales Cajas en la Serranía de Quiragua, para que remitieran cuantas provisiones hubiesen al campamento donde se pagarían de contado. Estas providencias fueron suficientes para que desde aquel entonces no faltase al campo su subsistencia y socorro en dinero. En este las avanzadas de Buena Vista y Caujarao, remitían algunos vecinos dispersos y bajaron otros de San Luis cuya mayor parte se despidió por no tener armas, siendo el total de los reunidos 63, pocos de ellos con algunas escopetas y algunos sables, 47 montados con espadas y pistolas y 88 flecheros. Llegaron también el resto de la compañía de La Vela menos once hombres que estaban destacados en Cumarebo, que se despidieron mucha parte de ellos por no tener armas. A las diez de la noche despaché al Teniente de paisanos Don Manuel de la Carrera y Colina, bien instruido de mi situación, fuerzas y las de mis enemigos, según las noticias hasta entonces recibidas para que las comunicase de paso al Comandante de Casicure y se dirigiese sin detención a Maracaibo en solicitud de auxilios, la eficacia y actividad de Carrera proporcionó un socorro de aquel señor Gobernador de 200 hombres al mando del Teniente Coronel don Ramón Correa y Guevara, y 8.000 cartuchos de fusil. Día 5.—Se nombraron dos partidas de guerrillas de a 25 hombres cada una a las órdenes de los subtenientes de paisanos Don José María Medina y Don Casimiro García. Despaché un espía a La Vela que volvió al anochecer con la noticia que los enemigos guarnecían aquel puerto con más marinería que tropa y que trabajaban una cortadura donde llaman la Salina. Las partidas de guerrillas se adelantaron hasta el campo inmediato de la ciudad y no encontraron avanzadas algunas de los enemigos, que las tenían reducidas a la orilla exterior de la población. La avenida de Buena Vista remitió tres indios nuestros que dijeron venían a presentarse y traían puestas unas chaquetas azules con vueltas amarillas. En este día se reunieron 32 hombres desarmados que admití como los demás que sucesivamente venían sin ellas para quitarles todo pretexto de ausentarse. También llegaron 88 montados, de San Luis y Pedregal, armados unos con pistolas, otros con espadas y muchos sin arma alguna y 235 flecheros Día 6.—La guerrilla de García remitió tres prisioneros de los enemigos que encontró sin armas, se les recibió su declaración y remitieron con el expediente a Puerto Cabello. Se agregaron este día al campo 108 hombres desarmados. Día 7.—Los sargentos montados Diego Zabala y Vicente Morillo pidieron voluntariamente salir de guerrillas con seis soldados de su cuerpo y volvieron al mediodía después de haber tenido en el sitio del Barrial un encuentro con los enemigos que perdieron un oficial, muerto por el Morillo. Se reunieron 15 hombres desarmados y los fusileros de la Vela que estaban destacados en Cumarebo. Día 8.—A las ocho de la mañana recibí avisos del cura don Pedro Pérez y del Administrador de Correos don Nicolás Yanes y de don Miguel Álvarez, de que los enemigos habían abandonado la ciudad la noche anterior como a las diez de ella, dejando muchas casas abiertas. Inmediatamente, destiné a Vegas con 100 hombres y 30 montados, de guarnición, y que procurase evitar el robo de las casas. Don Juan Meogui condujo un indio y las guerrillas remitieron un sueco y un americano, este y el indio con chaqueta encarnada. Dijeron que se quedaron dormidos en Coro cuando lo abandonaron los enemigos y fueron aprehendidos en el camino de la Vela. Se agregaron en este día 10 hombres desarmados. Día 9.—A las seis de esta tarde se me presentó el Comandante de Casicure don José García Miralles a quien instruí de todo, y conviniendo sus reflexiones con las mías, determiné no diferir un momento situarnos al frente del enemigo en posiciones ventajosas para detallar después las operaciones que debían seguirse a su destrucción, reduciéndolos a los estrechos límites de la población que ocupaba, incomodarlo en ella de día y noche, atacarlo en el momento que una mar de leva le impidiese conservar sus flancos y espaldas por los buques menores, lanchas y botes armados que tenían con este objeto acordonados en el puerto. Vega me dio parte de haber entrado en la ciudad la primera división de Casicure de cinco compañías con 370 hombres al mando del capitán don Manuel Ustua, y 30 caballos, y en seguida entró la segunda del mismo partido, de cuatro compañías con 270 hombres al mando del capitán Don Javier Morios. Di las providencias correspondientes para mover el campo al salir la luna. A las 7 de la noche condujo Don Santos Aristizabal un prisionero húsar desmontado de nación piamontés, armado de sable y fusil. En este día se me reunieron trece hombres desarmados. Día 10.—A las tres de la mañana marchó el campo a Buena Vista, como también la artillería y víveres, municiones y pertrechos en hombros de morenos y desde este punto siguióse después la marcha al campo de San Gabriel, desde el cual, después que comió la tropa, se dividió en 3 columnas, la de la izquierda se dio el mando a Vega, compuesta de 64 fusileros y hasta 500 hombres lanceros y flecheros los más, para que se dirigiese a ocupar los médanos de la Boca del Río. La columna de la derecha, compuesta del mismo número de fusileros, lanceros y flecheros, se destinó a las órdenes de don Basilio López para que ocupase el Hatillo del Botado, situado al sur de la Vela en una elevación ventajosa, previniéndole al mismo tiempo extendiese sus líneas a cortar las comunicaciones de Guaíbacoa y costa arriba y yo con Miralles y Carabaño, marché con la columna del centro compuesta del mismo número de fusileros, y 100 hombres montados con el tren de artillería al paso del río, dejando en la ciudad al capitán de paisanos don Martín Echave con la segunda división de Casicure, 17 fusileros y dos compañías de indios, cuyo cuerpo y reserva aseguraba a un mismo tiempo las propiedades de las casas abandonadas por sus dueños. Luego que llegué mandé mandar situar las avanzadas de la otra parte del río y una gran guardia de caballería de 20 hombres. La artillería la dejé a mi espalda porque no siendo más que de dos cañones de a 4 y 3 pedreros, y que desde la cresta de la caja del río, no enfilaba bien la avenida enemiga, podía ser arroyado, si ellos me cargaban con todas sus fuerzas, respecto que las mías no podían sostenerse con 64 fusiles y algunas escopetas, al paso que si llegaba este lance, los enemigos en mi retirada entrarían en un espacioso llano en donde la artillería desde una caja del monte que la orillaba, emplearía sus fuegos sobre ellos, que, poniéndolos en desorden la caballería los acabaría de destruir del todo. Mi posición se comunicaba perfectamente con mis alas y aunque la derecha me distaba algún tanto más, la llanura que mediaba entre ambas me facilitaba que la caballería dificultase la interrupción; la izquierda se apoyaba sobre la mar, y aunque muy próxima a los enemigos tenía el río por delante que era muy difícil de vadear.

 

Día 11.—Como a las tres de la madrugada, teniendo Miralles las tropas sobre las armas, mientras se hacían las descubiertas por las guerrillas pasado un buen rato se oyó un tiroteo en la izquierda que se fue aumentando a medida que amanecía y siguió protegido del cañón de los buques fondeados y de una lancha cañonera que se aproximaba a la Boca del río, de lo cual dio parte Vegas, como de que varios botes y canoas, sin distinguir su número, se hallaban en la Boca; que estaba empeñado en la acción con dichos botes que se defendían con obstinación y solicitaba se le reforzase con más fusilería, pero que Miralles le contestó se defendiese con la que tenía. Amanecido ya volvió Vega a reiterar su parte de que el enemigo dirigía una columna por la playa y nuestras avanzadas, que otra por dentro de los médanos con un cañón, sin duda con el objeto de  proteger la acción que aun duraba en la boca..

Miralles contestó a Vega no tuviese cuidado de aquellos enemigos que se le dirigían por su frente, pues se le hacia retroceder muy aprisa. Así fue porque Miralles remitió inmediatamente al teniente de pardos urbanos Antonio de Moros, con el resto de su compañía y algunos escopeteros de Casicure para reforzar al subteniente de paisanos García y al sargento primero de los mismos urbanos blancos José Manuel Colina, ordenándoles que flanqueasen a los enemigos por su costado izquierdo. Envió también a Echauspe con 80 caballos para que si descendían al llano desde los médanos que ocupaban

 

pudiesen atacarlos en su retirada, cortándoles esta, luego que los enemigos, muy distantes aún de la boca, se vieron con fuegos que los flanqueaban y la caballería casi a su espalda, comenzaron a retroceder que no bastaba la presencia y amenazas de sus oficiales que a caballo con los sables procuraban contenerlos, para que a lo menos no abandonasen el cañón, pero viendo frustradas sus esperanzas desistieron de su empeño y se retiraron disparando sobre la caballería algunos cañonazos.

 

Echauspe, comandante de ella, prolongó el frente de su caballería poniéndola en ala, pero no a su gente, con el ánimo de atacarlo en su retirada, pero no sacó más fruto que el de once voluntarios que salieron al frente, con cuyo corto número no pudo ejecutar su bizarría. La acción duró tres horas. Vega se portó con el mayor valor y constancia, como sus subalternos y tropa con bizarría.

 

Perdió el enemigo 20 muertos, 5 prisioneros, tres canoas y un bote lleno de barrilería y pipas. Se escaparon dos botes muy aprisa a los que se dirigían algunos a nado, que se ahogarían, respecto a que después han parecido 8 ó 9 cadáveres en la costa de Paraguaná. En las columnas auxiliares de la Vela tuvieron también pérdida da hombres porque en aquel sitio había una fetidez intolerable de muertos enterrados por los mismos enemigos y que los contrarios habían embarcado muchos heridos a bordo de sus buques, entre ellos tres oficiales. Si la columna de la derecha no hubiera tenido la desgracia de equivocar su camino la noche del diez, hubiera tomado un cañón y treinta hombres que se retiraron a la Vela y estuvieron perdidos en el monte, además de que nos faltó por aquella parte la fuerza que hubiera contribuido mucho a consternar más a los enemigos en su ataque y aún quizá a cortarle su retirada. Después de la acción entró la segunda división de Casicure y ocupando la ciudad la tercera y cuarta, compuesta de ocho compañías en número de 600 hombres.

 

Día 12.—Ordenó a los oficiales de guerrilla que hiciesen las descubiertas bien largas, hasta encontrar las de los enemigos y habiéndose retirado muy tarde dieron parte de que sólo tenían sus centinelas en la en punta del médano que corre sobre la misma Vela y que habían observado que tenían muchos botes fondeados en la playa y otros en continuo movimiento desde ella a los buques, que, estos se habían aproximado, los de de menor porte al castillo de San Pedro, guardando una especie de línea o cordón y dando los costados de estribor a la avenida de nuestro campo de a la Vela. A las tres de esta tarde hubo un fuerte aguacero, y concibiendo yo que el silencio de los enemigos podía ser causa de intentar con refuerzo de las tripulaciones algún ataque contra algunos de mis puntos, y más cuando no ignoraría que nuestra tropa estaba a la inclemencia bien mojada, pensé a un mismo tiempo observarlos y darles a conocer que estábamos muy sobre nosotros mismos. A este fin mandé a Echauspe con la caballería al istmo más inmediato a la Vela, lo cual ejecutado les tiró varios pistoletazos para provocarlos, los insultó a boleo y aún con los sombreros, pero nada bastó a moverlos y se regresó el cuerpo montado dándome parte de lo ocurrido, como de las muchas lanchas y botes que había en la playa. Con estos anteriores creí desde luego que el enemigo pensaba reembarcarse lo cual me era tan sensible cuanto me había propuesto exterminarlo de una vez y formé la idea, que supuesto que el terreno me facilitaba adelantar mis líneas ejecutándolo me pondría en disposición de incomodarlo de día y de noche con el cañón y atacarlo en su puesto en el mismo momento que tuviese el menor descuido con sus lanchas de fuerza u otro motivo me lo indicase.

 

Determiné nombrar a Vega para que con su columna de la izquierda se pasase al pueblo El Carrizal a ocupar la derecha. Nombré a carabaño para que pasase a tomar el mando del centro y marchar yo a ocupar la izquierda sobre la Boquita, apoyando mi ala en la punta de los médanos, de suerte que los enemigos, no podían hacer el menor movimiento que no fuese visto y observado Hoy entró la 3a división de Casicure en el campo.

 

Día 13.—Reencargué a las guerrillas hiciesen las descubiertas hasta encontrarse con los enemigos; pero no encontrando ninguno se retiraron y sólo observaban algunos pocos botes en la playa. Cuando trataba yo de mover mi campo, llegó una espía amiga como a las ocho de la mañana, diciendo que los enemigos se habían reembarcado, y que sólo había algunos botes en la Vela cargando algunos efectos.

Inmediatamente comuniqué las noticias a los jefes de los puestos y que se pusieran sobre las armas y destiné a Miralles con la primera división de su partida de 400 hombres, 50 fusileros y 80 caballos para que marchase a la Vela; y a López previne que su derecha destacase una pequeña columna de observación al llano.

 

Marchó Miralles con toda la precaución que exigía una noticia no muy comprobada, haciendo las descubiertas y avanzando poco a poco mientras aquella se manifestaban sin novedad, y en esta disposición llegó a La Vela cuando ya se hallaban en ella García y Colina con sus respectivas guerrillas.

 

Los enemigos se hicieron a la vela gobernando al norte, cuarta al noroeste. Miralles lleno de gozo hizo hacer tres descargas precediendo tres vivas al rey. Este fuego me hizo creer por el pronto alguna novedad. Marché prontamente y salí de mi cuidado con mi llegada. Di las disposiciones necesarias, entre ellas que Vega volviese a tomar el mando y me restituí al campo con Miralles.

 

Día 14.—Dejando la guarnición competente de La Vela y la demás punta hasta Cumarebo, marché a la ciudad y entré en ella, con tres divisiones de Casicure, la compañía de fusileros de pardos de ésta y a retaguardia la caballería,

 

Día 15.—Este día se cantó el Tedeum en la Iglesia mayor de esta ciudad, con toda la solemnidad posible en acción de gracia al Todo Poderoso por haber arrojado las armas del rey al traidor y sus secuaces con escarmiento, y por la fidelidad general de todos los habitantes de esta ciudad y distrito, a su soberano, que, a un mismo tiempo han hecho ver al falaz seductor que su inicua expresión de haber sido llamado, es hija solamente de su debilidad y ligereza para cohonestar sus depravados designios contra su patria y por los graves perjuicios que la ha irrogado, habiéndolo todos despreciado sus proclamas sediciosas; y el Ilustre Ayuntamiento de esta ciudad, desde el Presidente hasta el último Regidor, no admitió alguno el pliego que les envió, ni le abrieron ni contestaron, cuya conducta propia del honor de sus miembros desconcertó las ideas que se había propuesto el traidor. Las demás clases distinguidas de la ciudad la abandonaron uniéndose al jefe de las armas con desprecio de sus intereses para tomarlas y arrojarlo como lo hicieron, lo cual los hará memorables y dignos de todo elogio. Su pérdida de 62 hombres que tuvo, conocida por nuestra parte y hasta 133 que echó menos en Orua, sin numerar los muchos heridos que llevó y que han muerto los más, desengañó a sus partidarios que rehusaron después seguirlo y fueron embarcados por los ingleses para conducirlos a la Barbada en donde se cree se deshará la expedición.

 

 

 

Coro, 4 de octubre de 1806.

 

 

 

Juan Manuel de Salas.

 

 

 

NOTA: Transcripción de Dolores Bonet de Sotillo, Paleógrafo de la Academia Nacional de la Historia. En la transcripción se ha utilizado ortografía moderna.

 

 

 

ARCHIVOS DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA

 

 

 

SUCESOS DE LA INVASIÓN Y TOMA DEL PUERTO REAL DE LA VELA DE CORO Y CIUDAD DE CORO. AÑO DE 1806.

 

 

 

(Diario de un oficial realista)

 

 

 

En los archivos de la Academia, se han encontrado el original que reproducimos relativo a la toma de La Vela y Coro, por el General Miranda en 1806. Los hechos son narrados por un oficial español del real ejército que combatió al Precursor. Naturalmente, el realista ve en su adversario todas las infamias y todas las perfidias, como sucede siempre, incapaz como era con su miopía política de comprender el significado del intento revolucionario y el pensamiento independentista de signo continental del Generalísimo de nuestra Primera República.

 

Diario puntual y exacto de la invasión del Puerto Real de La Vela de Coro y ciudad de Coro, hecha por el infame, pérfido y traidor Francisco de Miranda, desde el 1º de agosto de 1806 hasta el 13 del mismo mes y año, que precipitado y vergonzosamente, se le hizo poner en fuga por las victoriosas armas del Rey de España y sus leales corianos. Mandados por el Capitán del Ejército, Comandante de ellas en esta jurisdicción don Juan Manuel de Salas, a saber:

 

 

Día 1.—A las once y tres cuartos de esta noche, me dio parte el comandante de La Vela, Don José Vega. Capitán de Milicias. Graduados de infantería que las vigías de Barlovento habían observado que ocho buques grandes, muchos de ellos se dirigían al puerto. Inmediatamente despaché extraordinarios, a los comandantes de Paraguaná y Casicure Teniente de San Luís y comisionado, para que aprontasen su fuerza armada. La guarnición de esta ciudad tomó las armas, se dispuso la artillería y reforcé la Vela con 20 fusileros v 100 lanceros.

 

Día 2.—Al amanecer el vigía de La Retama observó, que la escuadrilla enemiga se componía de un "novio, dos fragatas. Tres bergantines. y tres goletas ancladas a sotavento del puerto. Los dos bergantines se habían hecho a la vela con dirección al fondeadero, como también que los primeros indicaban desembarcar gente en la costa del Istmo; reiteré mis órdenes a los dichos comandantes y demás para que se pusiesen en marcha con sus fuerzas y yo con las mías de 80 fusileros y 234 lanceros, me situé en el paso del río, punto medio entre la ciudad y la Vela con el objeto de cubrir la ciudad y ocupar los Médanos, si los enemigos desembarcaban en la costa donde comienza el Istmo, pero en la marcha otro parte de Vega confirmó el anterior con la diferencia de no expresar el desembarco que salió falso. Esta tarde observé con don Ignacio Emazabel desde la vigía de La Retama y me aseguré que a sotavento había dos fragatas y un bergantín anclados, otra fragata grande, dos goletas de gabias y tres pequeñas voltejeando con dirección al fuerte de San Pedro, dos bergantines de mucho porte anclados delante de él que, en la boca del río había un lanchón lleno de gente y últimamente que la disposición de los buques indicaba dos o tres desembarcos, ya fuese para distraer mis fuerzas a llamarlos al falso, mientras realizaban el cierto. Como estaba advertido que los enemigos podían reunir en la Isla de Trinidad 3.000 hombres y los buques a la vista podían contener a lo menos 2.000, creí también que intentasen dirigir parte de sus fuerzas a la Boca del río y Paguarita. Lo primero para cortar la retirada de la guarnición de la Vela, tomándola por su espalda y lo segundo para situarse en lo más estrecho del Istmo de la península quitándome el auxilio de esta fuerza numerosa, resolví replegarme a un punto que cubriese todas las avenidas desde la costa a la ciudad, no distante de los parajes que la Vigía señalase al pueblo de Cumarebo, socorriese La Vela y me manifestase con fogatas, hachas y cohetes lo que observase por la noche, en ella tiraron los enemigos varios cañones sobre el fuerte de San Pedro, de hora en hora, correspondiéndoseles de nuestra parte con menos intermisión. Se me unieron 10 hombres que armé con lanzas.

 

Día 3.—En esta madrugada se me agregó una compañía de indios de Mitare, con 80 hombres y a las cinco y media avisó Vega de subsistir los enemigos en la misma disposición que en la tarde anterior. Al poco rato se oyó un fuego vivo que me hizo poner en movimiento. Pero cesó tan pronto, que luego empezaron a llegar algunos soldados dispersos de la guarnición de la Vela y me manifestaron que los enemigos habían desembarcado en número de 500 hombres, por el punto de Barlovento que llaman de Santiaguillo. Protegidos de los fuegos de sus buques y lanchas armadas, no obstante seguí mi marcha a donde el camino se estrecha más, para cubrir mucho mejor la ciudad.

 

Supe también que la guarnición de La Vela se retiraba dispersa por los cardonales y paso de las Calderas, buscando el asilo de las alturas. Combinando la pérdida de este punto con mis fuerzas conocí, que con 80 fusileros únicos no podía determinarse a ninguna acción que los demás lanceros y flecheros son inútiles por la calidad de sus armas. Que si atacaban o esperaban el ataque de los enemigos, debía ser precisamente envuelto o arroyado y en este caso la dispersión de los paisanos era consiguiente, dejando la calidad expuesta a ser cogida con su vecindario que a la sombra de mi resistencia hubiera subsistido en sus hogares, que aunque no me atacasen los enemigos podían encerrarme en la ciudad, apoderarse por el paso de las Calderas de los desfiladeros de Caujarao, cortarme aquella retirada la comunicación con Paraguaná y Casicure, quitarme los víveres, impedir la reunión de los socorros de Barquisimeto, Carora y el Tocuyo, y lo que hubiera sido más funesto, abrirse una entrada al centro de la sierra donde están las esclavitudes de todas las haciendas de esta jurisdicción que, es regular se acuerden todavía de sus padres, hermanos, amigos y parientes que murieron a resultas de la sublevación de 1795 y últimamente que, las primeras ventajas, si las hubiera logrado el traidor dispensador, mis fuerzas hubieran hecho una sensación extraordinaria en los espíritus débiles y mansos, cautos, que habrían exaltado las fuerzas y talentos del vencedor y en seguida le hubiera sido más fácil a éste, propagar e impresionar sus perversas ideas. Determiné retirarme al sitio elevado de Buena Vista que cubre la entrada a la serranía. Mandé al teniente de paisanos Don Francisco de Manzano con Don José de Tellería, que se emboscasen con algunas compañías de indios en los cardonales que orillean el camino real de La Vela y me diese parte de las ocurrencias. A las seis de la mañana despaché postas a los Tenientes de Barquisimeto, Carora y Tocuyo para que me auxiliasen con sus Fuerzas. A las doce de la misma se agregó Vega con parte de su tropa, pasé a reconocer el sitio de Caujarao que me aseguraba cubrir a un mismo tiempo la avenida de La Vela que se une con el camino de la serranía, el descanso de mi tropa y el riesgo de una sorpresa. A las siete de esta tarde un vecino de La Vela me dijo a la voz que los enemigos habían desembarcado la artillería y disponían las cureñas de algunas piezas de La Vela, con el objeto de aprestarse para atacar la ciudad. Me informó también que había mucha gente en tierra y que le quedaba mucha mas en los buques, pero no satisfecho con su noticia, le volví a despachar para que adquiriese más pormenor, y en efecto a las nueve de la noche volvió y dijo que, las tropas que estaban en tierra serían como unos 500 hombres, y que abordo quedaba el mayor número.

 

Según oyó que le parecían disciplinados de todas naciones y blancos que, la artillería desembarcada eran seis cañones de campaña y que habían mandado habilitar los de a 4 de La Vela para conducirlos también. Que pensaban marchar para la ciudad al día siguiente y que los buques fondeados quedaban acordonados en el puerto.

 

Aunque de ningún modo me era posible hacer frente a los enemigos, ni en toda la llanura que media entre La Vela y la ciudad, hay una posición ventajosa que pudiera suplir con su defensa muy pocos fusileros a muchos de los enemigos, pensé no obstante incomodarlos en el camino desde los cardonales. Aunque muy claros no dejan de proporcionar bien que con dificultad, este género de guerrillas, para lo cual destiné al subteniente Don Francisco Carabaño que marchase y le previne procediese de acuerdo con Manzano que ya tenía 270 indios que se esforzasen a verificar la empresa con la mayor bizarría.

 

En este día se me unieron 102 hombres, pocos de ellos armados con lanzas y escopetas: 47 negros para el transporte de la artillería, municiones; 19 hombres montados, unos con espadas, otros con pistolas y otros desarmados y 209 flecheros cuya mayor parte estaba en el llano con Manzano.

 

 

Día 4.—A las tres y media de esta mañana marchó Carabaño con 80 fusileros, 3 compañías de lanceros y 12 montados, dirigiendo la columna de 300 hombres al camino real de la Vela por el que llaman de las Huertas, y yo me quedé con otros 200, entre fusileros, lanceros e indios flecheros para seguir a Carabaño, sostenerlo en caso de que se viese empeñado, o de proteger su retirada si se veía arroyado de los enemigos; pero acabando de arreglar mi columna para marchar, llegó un hombre montado corriendo a rienda suelta con la noticia que los enemigos habían entrado a la ciudad y se había oído una descarga de fusilería en ella, confirmándola el parte de Manzano que recibí al mismo tiempo y algunos vecinos que fueron llegando expresaron que la entrada la verificaron antes del amanecer como que el tiroteo oído fue un saludo cuando llegaron a ocupar la plaza principal. Al instante mandé a Carabaño se me reuniese, lo que verificado pasé a ocupar la posición de Río Seco, que me asegura de toda sorpresa y aún de ser atacado por fuerzas muy superiores respecto de los desfiladeros, pasos del río y dominaciones ventajosas que cubren todo lo largo del camino. Mientras me reuní con las fuerzas de Paraguaná y Casicure y entre tanto procuré alentar la gente que estaba algo abatida, los unos con la derrota que sufrieron en la Vela y los otros con lo que aquellos les contaban haciéndoles al mismo tiempo conocer y despreciar al enemigo por medio de las guerrillas.

 

Conociendo también que el agua estaba escasa y larga la del río, que los víveres y forrajes lo estaban también, celebré una junta para ocurrir al remedio y aunque por el momento opinaban todos que se trasladase el campo al interior de la sierra, conocí en seguida otros perjuicios más graves, como eran la dificultad de reunir las fuerzas de Paraguaná y Casicure, dejar al enemigo más libertad para sus operaciones y subsistencia; esparcir con más frecuencia sus máximas y últimamente el que llegase a creer que nuestra enorme distancia era un signo no tanto de conveniencia como de una vergonzosa fuga, por cuyas razones subsistió siempre el campo en Río Seco.

 

Despaché órdenes al Teniente de San Luís, Comisionados y Alcaldes de indios, avisé al Ministro de Real Hacienda Don Juan Manuel de Iturbe que se hallaba con la Reales Cajas en la Serranía de Quiragua, para que remitieran cuantas provisiones hubiesen al campamento donde se pagarían de contado. Estas providencias fueron suficientes para que desde aquel entonces no faltase al campo su subsistencia y socorro en dinero.

 

En este las avanzadas de Buena Vista y Caujarao, remitían algunos vecinos dispersos y bajaron otros de San Luís cuya mayor parte se despidió por no tener armas, siendo el total de los reunidos 63, pocos de ellos con algunas escopetas y algunos sables, 47 montados con espadas y pistolas y 88 flecheros. Llegaron también el resto de la compañía de La Vela menos once hombres que estaban destacados en Cumarebo, que se despidieron mucha parte de ellos por no tener armas. A las diez de la noche despaché al Teniente de paisanos Don Manuel de la Carrera y Colina, bien instruido de mi situación, fuerzas y las de mis enemigos, según las noticias hasta entonces recibidas para que las comunicase de paso al Comandante de Casicure y se dirigiese sin detención a Maracaibo en solicitud de auxilios, la eficacia y actividad de Carrera proporcionó un socorro de aquel señor Gobernador de 200 hombres al mando del Teniente Coronel don Ramón Correa y Guevara, y 8.000 cartuchos de fusil.

 

Día 5.—Se nombraron dos partidas de guerrillas de a 25 hombres cada una a las órdenes de los subtenientes de paisanos Don José María Medina y Don Casimiro García. Despaché un espía a La Vela que volvió al anochecer con la noticia que los enemigos guarnecían aquel puerto con más marinería que tropa y que trabajaban una cortadura donde llaman la Salina.

 

Las partidas de guerrillas se adelantaron hasta el campo inmediato de la ciudad y no encontraron avanzadas algunas de los enemigos, que las tenían reducidas a la orilla exterior de la población. La avenida de Buena Vista remitió tres indios nuestros que dijeron venían a presentarse y traían puestas unas chaquetas azules con vueltas amarillas.

 

En este día se reunieron 32 hombres desarmados que admití como los demás que sucesivamente venían sin ellas para quitarles todo pretexto de ausentarse. También llegaron 88 montados, de San Luís y Pedregal, armados unos con pistolas, otros con espadas y muchos sin arma alguna y 235 flecheros

 

Día 6.—La guerrilla de García remitió tres prisioneros de los enemigos que encontró sin armas, se les recibió su declaración y remitieron con el expediente a Puerto Cabello. Se agregaron este día al campo 108 hombres desarmados.

 

Día 7.—Los sargentos montados Diego Zabala y Vicente Morillo pidieron voluntariamente salir de guerrillas con seis soldados de su cuerpo y volvieron al mediodía después de haber tenido en el sitio del Barrial un encuentro con los enemigos que perdieron un oficial, muerto por el Morillo. Se reunieron 15 hombres desarmados y los fusileros de la Vela que estaban destacados en Cumarebo.

 

Día 8.—A las ocho de la mañana recibí avisos del cura don Pedro Pérez y del Administrador de Correos don Nicolás Yanes y de don Miguel Álvarez, de que los enemigos habían abandonado la ciudad la noche anterior como a las diez de ella, dejando muchas casas abiertas. Inmediatamente destiné a Vegas con 100 hombres y 30 montados, de guarnición, y que procurase evitar el robo de las casas. Don Juan Meogui condujo un indio y las guerrillas remitieron un sueco y un americano, este y el indio con chaqueta encarnada. Dijeron que se quedaron dormidos en Coro cuando lo abandonaron los enemigos y fueron aprehendidos en el camino de la Vela. Se agregaron en este día 10 hombres desarmados.

 

Día 9.—A las seis de esta tarde se me presentó el Comandante de Casicure don José García Miralles a quien instruí de todo, y conviniendo sus reflexiones con las mías, determiné no diferir un momento situarnos al frente del enemigo en posiciones ventajosas para detallar después las operaciones que debían seguirse a su destrucción, reduciéndolos a los estrechos límites de la población que ocupaba, incomodarlo en ella de día y noche, atacarlo en el momento que una mar de leva le impidiese conservar sus flancos y espaldas por los buques menores, lanchas y botes armados que tenían con este objeto acordonados en el puerto.

 

Vega me dio parte de haber entrado en la ciudad la primera división de Casicure de cinco compañías con 370 hombres al mando del capitán don Manuel Ustua, y 30 caballos, y en seguida entró la segunda del mismo partido, de cuatro compañías con 270 hombres al mando del capitán Don Javier Morios. Di las providencias correspondientes para mover el campo al salir la luna. A las 7 de la noche condujo Don Santos Aristizabal un prisionero húsar desmontado de nación piamontés, armado de sable y fusil. En este día se me reunieron trece hombres desarmados.

 

Día 10.—A las tres de la mañana marchó el campo a Buena Vista, como también la artillería y víveres, municiones y pertrechos en hombros de morenos y desde este punto siguióse después la marcha al campo de San Gabriel, desde el cual, después que comió la tropa, se dividió en 3 columnas, la de la izquierda se dio el mando a Vega, compuesta de 64 fusileros y hasta 500 hombres lanceros y flecheros los más, para que se dirigiese a ocupar los médanos de la Boca del Río.

 

La columna de la derecha, compuesta del mismo número de fusileros, lanceros y flecheros, se destinó a las órdenes de don Basilio López para que ocupase el Hatillo del Botado, situado al sur de la Vela en una elevación ventajosa, previniéndole al mismo tiempo extendiese sus líneas a cortar las comunicaciones de Guaíbacoa y costa arriba y yo con Miralles y Carabaño, marché con la columna del centro compuesta del mismo número de fusileros, y 100 hombres montados con el tren de artillería al paso del río, dejando en la ciudad al capitán de paisanos don Martín Echave con la segunda división de Casicure, 17 fusileros y dos compañías de indios, cuyo cuerpo y reserva aseguraba a un mismo tiempo las propiedades de las casas abandonadas por sus dueños. Luego que llegué mandé mandar situar las avanzadas de la otra parte del río y una gran guardia de caballería de 20 hombres. La artillería la dejé a mi espalda porque no siendo más que de dos cañones de a 4 y 3 pedreros, y que desde la cresta de la caja del río, no enfilaba bien la avenida enemiga, podía ser arroyado, si ellos me cargaban con todas sus fuerzas, respecto que las mías no podían sostenerse con 64 fusiles y algunas escopetas, al paso que si llegaba este lance, los enemigos en mi retirada entrarían en un espacioso llano en donde la artillería desde una caja del monte que la orillaba, emplearía sus fuegos sobre ellos, que, poniéndolos en desorden la caballería los acabaría de destruir del todo. Mi posición se comunicaba perfectamente con mis alas y aunque la derecha me distaba algún tanto más, la llanura que mediaba entre ambas me facilitaba que la caballería dificultase la interrupción; la izquierda se apoyaba sobre la mar, y aunque muy próxima a los enemigos tenía el río por delante que era muy difícil de vadear.

 

Día 11.—Como a las tres de la madrugada, teniendo Miralles las tropas sobre las armas, mientras se hacían las descubiertas por las guerrillas pasado un buen rato se oyó un tiroteo en la izquierda que se fue aumentando a medida que amanecía y siguió protegido del cañón de los buques fondeados y de una lancha cañonera que se aproximaba a la Boca del río, de lo cual dio parte Vegas, como de que varios botes y canoas, sin distinguir su número, se hallaban en la Boca; que estaba empeñado en la acción con dichos botes que se defendían con obstinación y solicitaba se le reforzase con más fusilería, pero que Miralles le contestó se defendiese con la que tenía. Amanecido ya volvió Vega a reiterar su parte de que el enemigo dirigía una columna por la playa y nuestras avanzadas, que otra por dentro de los médanos con un cañón, sin duda con el objeto de  proteger la acción que aun duraba en la boca..

 

Miralles contestó a Vega no tuviese cuidado de aquellos enemigos que se le dirigían por su frente, pues se le hacia retroceder muy aprisa. Así fue porque Miralles remitió inmediatamente al teniente de pardos urbanos Antonio de Moros, con el resto de su compañía y algunos escopeteros de Casicure para reforzar al subteniente de paisanos García y al sargento primero de los mismos urbanos blancos José Manuel Colina, ordenándoles que flanqueasen a los enemigos por su costado izquierdo. Envió también a Echauspe con 80 caballos para que si descendían al llano desde los médanos que ocupaban

 

pudiesen atacarlos en su retirada, cortándoles esta, luego que los enemigos, muy distantes aún de la boca, se vieron con fuegos que los flanqueaban y la caballería casi a su espalda, comenzaron a retroceder que no bastaba la presencia y amenazas de sus oficiales que a caballo con los sables procuraban contenerlos, para que a lo menos no abandonasen el cañón, pero viendo frustradas sus esperanzas desistieron de su empeño y se retiraron disparando sobre la caballería algunos cañonazos.

 

Echauspe, comandante de ella, prolongó el frente de su caballería poniéndola en ala, pero no a su gente, con el ánimo de atacarlo en su retirada, pero no sacó más fruto que el de once voluntarios que salieron al frente, con cuyo corto número no pudo ejecutar su bizarría. La acción duró tres horas. Vega se portó con el mayor valor y constancia, como sus subalternos y tropa con bizarría.

 

Perdió el enemigo 20 muertos, 5 prisioneros, tres canoas y un bote lleno de barrilería y pipas. Se escaparon dos botes muy aprisa a los que se dirigían algunos a nado, que se ahogarían, respecto a que después han parecido 8 ó 9 cadáveres en la costa de Paraguaná. En las columnas auxiliares de la Vela tuvieron también pérdida da hombres porque en aquel sitio había una fetidez intolerable de muertos enterrados por los mismos enemigos y que los contrarios habían embarcado muchos heridos a bordo de sus buques, entre ellos tres oficiales. Si la columna de la derecha no hubiera tenido la desgracia de equivocar su camino la noche del diez, hubiera tomado un cañón y treinta hombres que se retiraron a la Vela y estuvieron perdidos en el monte, además de que nos faltó por aquella parte la fuerza que hubiera contribuido mucho a consternar más a los enemigos en su ataque y aún quizá a cortarle su retirada. Después de la acción entró la segunda división de Casicure y ocupando la ciudad la tercera y cuarta, compuesta de ocho compañías en número de 600 hombres.

 

Día 12.—Ordenó a los oficiales de guerrilla que hiciesen las descubiertas bien largas, hasta encontrar las de los enemigos y habiéndose retirado muy tarde dieron parte de que sólo tenían sus centinelas en la en punta del médano que corre sobre la misma Vela y que habían observado que tenían muchos botes fondeados en la playa y otros en continuo movimiento desde ella a los buques, que, estos se habían aproximado, los de de menor porte al castillo de San Pedro, guardando una especie de línea o cordón y dando los costados de estribor a la avenida de nuestro campo de a la Vela. A las tres de esta tarde hubo un fuerte aguacero, y concibiendo yo que el silencio de los enemigos podía ser causa de intentar con refuerzo de las tripulaciones algún ataque contra algunos de mis puntos, y más cuando no ignoraría que nuestra tropa estaba a la inclemencia bien mojada, pensé a un mismo tiempo observarlos y darles a conocer que estábamos muy sobre nosotros mismos. A este fin mandé a Echauspe con la caballería al istmo más inmediato a la Vela, lo cual ejecutado les tiró varios pistoletazos para provocarlos, los insultó a boleo y aún con los sombreros, pero nada bastó a moverlos y se regresó el cuerpo montado dándome parte de lo ocurrido, como de las muchas lanchas y botes que había en la playa. Con estos anteriores creí desde luego que el enemigo pensaba reembarcarse lo cual me era tan sensible cuanto me había propuesto exterminarlo de una vez y formé la idea, que supuesto que el terreno me facilitaba adelantar mis líneas ejecutándolo me pondría en disposición de incomodarlo de día y de noche con el cañón y atacarlo en su puesto en el mismo momento que tuviese el menor descuido con sus lanchas de fuerza u otro motivo me lo indicase.

 

Determiné nombrar a Vega para que con su columna de la izquierda se pasase al pueblo El Carrizal a ocupar la derecha. Nombré a carabaño para que pasase a tomar el mando del centro y marchar yo a ocupar la izquierda sobre la Boquita, apoyando mi ala en la punta de los médanos, de suerte que los enemigos, no podían hacer el menor movimiento que no fuese visto y observado Hoy entró la 3a división de Casicure en el campo.

 

Día 13.—Reencargué a las guerrillas hiciesen las descubiertas hasta encontrarse con los enemigos; pero no encontrando ninguno se retiraron y sólo observaban algunos pocos botes en la playa. Cuando trataba yo de mover mi campo, llegó una espía amiga como a las ocho de la mañana, diciendo que los enemigos se habían reembarcado, y que sólo había algunos botes en la Vela cargando algunos efectos.

Inmediatamente comuniqué las noticias a los jefes de los puestos y que se pusieran sobre las armas y destiné a Miralles con la primera división de su partida de 400 hombres, 50 fusileros y 80 caballos para que marchase a la Vela; y a López previne que su derecha destacase una pequeña columna de observación al llano.

 

Marchó Miralles con toda la precaución que exigía una noticia no muy comprobada, haciendo las descubiertas y avanzando poco a poco mientras aquella se manifestaban sin novedad, y en esta disposición llegó a La Vela cuando ya se hallaban en ella García y Colina con sus respectivas guerrillas.

 

Los enemigos se hicieron a la vela gobernando al norte, cuarta al noroeste. Miralles lleno de gozo hizo hacer tres descargas precediendo tres vivas al rey. Este fuego me hizo creer por el pronto alguna novedad. Marché prontamente y salí de mi cuidado con mi llegada. Di las disposiciones necesarias, entre ellas que Vega volviese a tomar el mando y me restituí al campo con Miralles.

 

Día 14.—Dejando la guarnición competente de La Vela y la demás punta hasta Cumarebo, marché a la ciudad y entré en ella, con tres divisiones de Casicure, la compañía de fusileros de pardos de ésta y a retaguardia la caballería,

 

Día 15.—Este día se cantó el Tedeum en la Iglesia mayor de esta ciudad, con toda la solemnidad posible en acción de gracia al Todo Poderoso por haber arrojado las armas del rey al traidor y sus secuaces con escarmiento, y por la fidelidad general de todos los habitantes de esta ciudad y distrito, a su soberano, que, a un mismo tiempo han hecho ver al falaz seductor que su inicua expresión de haber sido llamado, es hija solamente de su debilidad y ligereza para cohonestar sus depravados designios contra su patria y por los graves perjuicios que la ha irrogado, habiéndolo todos despreciado sus proclamas sediciosas; y el Ilustre Ayuntamiento de esta ciudad, desde el Presidente hasta el último Regidor, no admitió alguno el pliego que les envió, ni le abrieron ni contestaron, cuya conducta propia del honor de sus miembros desconcertó las ideas que se había propuesto el traidor. Las demás clases distinguidas de la ciudad la abandonaron uniéndose al jefe de las armas con desprecio de sus intereses para tomarlas y arrojarlo como lo hicieron, lo cual los hará memorables y dignos de todo elogio. Su pérdida de 62 hombres que tuvo, conocida por nuestra parte y hasta 133 que echó menos en Orua, sin numerar los muchos heridos que llevó y que han muerto los más, desengañó a sus partidarios que rehusaron después seguirlo y fueron embarcados por los ingleses para conducirlos a la Barbada en donde se cree se deshará la expedición.

  

 Coro, 4 de octubre de 1806.

 

 

Juan Manuel de Salas.

 

 NOTA: Transcripción de Dolores Bonet de Sotillo, Paleógrafo de la Academia Nacional de la Historia. En la transcripción se ha utilizado ortografía moderna.