PARTE DE GUERRA DE JUAN MANUEL DE SALAS
TRABAJO DE INVESTIGACIÓN REALIZADO
POR HERNÀN BLANCO
Sin duda alguna Francisco de Miranda fue un hombre genial, grande e inobjetable como hombre de ideas y de acciones. Su aporte a la historia política de Venezuela es grandioso y admirable. Un quijote del republicanismo, con un gran ideal en su corazón, capaz de sacrificarlo todo en pro de la emancipación de las colonias hispanoamericanas, que era su mayor deseo. Sin embargo, todos los esfuerzos materiales en procura de lograr resultados positivos a favor de la libertad e independencia de Venezuela, resultaron infructuosos. Fracasó en Ocumare, en Coro, y al frente de las fuerzas armadas. Además, entregó la primera república con la firma de un armisticio, razón por la cual, Bolívar lo entrega a los españoles por considerar su decisión un acto de traición a la patria. Realmente no fue un acto de traición, Miranda solo creyó que a través de la rendición podría ahorrarle sufrimiento al pueblo Venezolano en virtud del desorden que él como militar disciplinado, veía en el ejército venezolano de entonces. ¡Bochinche, Bochinche! Fueron las expresiones que de él se recuerdan. Cualquiera podría pensar que fue un error de su parte, yo creo más bien, que providencialmente, Miranda no estaba destinado a llegar más allá de donde finalmente terminó su grandiosa vida, como fue su prisión en La Carraca, tragedia que le ocasionó el joven Bolívar. Gracias a Bolívar, el Imperio español estaba de fiesta, había caído el pez gordo. El más buscado enemigo de España. Miranda encarcelado y Bolívar perdonado. Todo era providencial, no había llegado el momento. Para 1806 cuando miranda realizó sus invasiones a Venezuela, muy pocos creían posible alcanzar la independencia de España. Es historia, que Bolívar y la oligarquía caraqueña se opusieron y rechazaron las acciones de Miranda en Ocumare y en Coro, al cual llamaron loco. De hecho el movimiento independentista en América Hispana no se desencadena gracias a la iniciativa de los americanos, es gracias a la providencial intervención de Napoleón en España. Allí comenzó todo. Y no fue hasta el 5 de julio de 1811, cuando realmente se materializa la Independencia. En mi opinión es un error histórico confundir el 19 de abril como el inicio de la Independencia, porque hay suficientes elementos que demuestran lo contrario. Si era legítimo que la oligarquía caraqueña despreciara a Miranda, los corianos igualmente tenían el mismo derecho de rechazar las propuestas libertarias de Miranda. Hay historiadores que absurdamente critican a los corianos de entonces por no respaldar las iniciativas de Miranda, de promover un movimiento revolucionario desde el suelo coriano. Digo yo, ¿Por qué tenían los corianos que recibir a Miranda con los brazos abiertos? ¿Es que acaso 275 años, queriendo y cuidando el terruño, dependiendo del gobierno de España en lo social, económico y cultural, se podían tirar por la borda de la noche a la mañana así como si nada, para seguir las ideas y el liderazgo de un desconocido que nadie en Venezuela estaba dispuesto a aceptar? Muchos historiadores han tratado de ridiculizar a los corianos y a su comandante Juan Manuel de Salas, llamándolos cobardes, sin saber realmente lo que pasó. ¿Alguna vez historiador alguno se ha puesto a investigar o a preguntarse que estrategias militares desarrollaron nuestros antepasados corianos durante ese tiempo y de los cuales muchos descendemos, para enfrentar las permanentes invasiones de los piratas? ¿Era el repliegue y desalojo de la ciudad cobardía o estrategia militar? ¿Eran militares de graduación o tirapiedras los comandantes que el gobierno imperial destacaba en Coro? En estos días de agosto del 2010, escuche a un famoso historiador en la televisión, especulando sobre las razones que pudo haber tenido Miranda para invadir a Coro, insinuando que era una provincia sin importancia. Preguntándose ¿Por qué no invadió a Caracas? Especulando, esta es la respuesta en mi opinión. Miranda debió saber o suponer, que los corianos jamás les perdonaron a los caraqueños el despojo del Gobierno Real y el Gobierno Eclesial. He allí la razón. Quizás eso les hizo pensar, que el descontento de los corianos pudiera servir a sus pretensiones. Lamentablemente no fue así. Error de cálculo. Los corianos, ciertamente estaban resentidos con el gobierno central. Pero no estaban dispuestos a aventurarse y mucho menos a ser desleales. La insignificante provincia tuvo su oportunidad de demostrar que no era tan insignificante el 5 de julio de 1811, cuando se negó a participar del movimiento independentista. Los bravos corianos demostraron ser consecuentes con sus principios. Fidelidad y lealtad fue la divisa de la corianidad, especialmente los Caquetíos, únicos aborígenes “libres” de Venezuela, con privilegios reales, que hasta el último momento derramaron su sangre a favor de la Madre Patria, así lo decidieron ellos. La historia solo debe ocuparse de la verdad, no de juzgar los aspectos sentimentales. El siguiente diálogo se inspira en un documento, desconocido por la gran mayoría de los historiadores venezolanos, que es revelador de la contundente respuesta que el gobierno de la colonia dio a Francisco de Miranda. Dicho documento es público, está registrado en libro editado por la Academia Nacional de la Historia, y fue transcrito por la Paleógrafa Dolores Bonet de Sotillo. Me consta que muchos historiadores, investigadores incluso, lo desconocen y los pocos que lo han leído lo ocultan intencionalmente. Hernán Blanco
ARCHIVOS DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA SUCESOS DE LA INVASIÓN Y TOMA DEL PUERTO REAL DE LA VELA DE CORO Y CIUDAD DE CORO. AÑO DE 1806. (Diario de un oficial realista) En los archivos de la Academia, se han encontrado el original que reproducimos relativo a la toma de La Vela y Coro, por el General Miranda en 1806. Los hechos son narrados por un oficial español del real ejército que combatió al Precursor. Naturalmente, el realista ve en su adversario todas las infamias y todas las perfidias, como sucede siempre, incapaz como era con su miopía política de comprender el significado del intento revolucionario y el pensamiento independentista de signo continental del Generalísimo de nuestra Primera República. Diario puntual y exacto de la invasión del Puerto Real de La Vela de Coro y ciudad de Coro, hecha por el infame, pérfido y traidor Francisco de Miranda, desde el 1º de agosto de 1806 hasta el 13 del mismo mes y año, qué precipitado y vergonzosamente, se le hizo poner en fuga por las victoriosas armas del Rey de España y sus leales corianos. Mandados por el Capitán del Ejército, Comandante de ellas en esta jurisdicción don Juan Manuel de Salas, a saber: Día 1.—A las once y tres cuartos de esta noche, me dio parte el comandante de La Vela, Don José Vega. Capitán de Milicias. Graduados de infantería que las vigías de Barlovento habían observado que ocho buques grandes, muchos de ellos se dirigían al puerto. Inmediatamente, despaché extraordinarios, a los comandantes de Paraguaná y Casicure Teniente de San Luis y comisionado, para que aprontasen su fuerza armada. La guarnición de esta ciudad tomó las armas, se dispuso la artillería y reforcé la Vela con 20 fusileros v 100 lanceros. Día 2.—Al amanecer el vigía de La Retama observó, que la escuadrilla enemiga se componía de un "novio, dos fragatas. Tres bergantines y tres goletas ancladas a sotavento del puerto. Los dos bergantines se habían hecho a la vela con dirección al fondeadero, como también que los primeros indicaban desembarcar gente en la costa del Istmo; reiteré mis órdenes a los dichos comandantes y demás para que se pusiesen en marcha con sus fuerzas y yo con las mías de 80 fusileros y 234 lanceros, me situé en el paso del río, punto medio entre la ciudad y la Vela con el objeto de cubrir la ciudad y ocupar los Médanos, si los enemigos desembarcaban en la costa donde comienza el Istmo, pero en la marcha otro parte de Vega confirmó el anterior con la diferencia de no expresar el desembarco que salió falso. Esta tarde observé con don Ignacio Emazabel desde la vigía de La Retama y me aseguré que a sotavento había dos fragatas y un bergantín anclados, otra fragata grande, dos goletas de gabias y tres pequeñas voltejeando con dirección al fuerte de San Pedro, dos bergantines de mucho porte anclados delante de él que, en la boca del río había un lanchón lleno de gente y últimamente que la disposición de los buques indicaba dos o tres desembarcos, ya fuese para distraer mis fuerzas a llamarlos al falso, mientras realizaban el cierto. Como estaba advertido que los enemigos podían reunir en la Isla de Trinidad 3.000 hombres y los buques a la vista podían contener a lo menos 2.000, creí también que intentasen dirigir parte de sus fuerzas a la Boca del río y Paguarita. Lo primero para cortar la retirada de la guarnición de la Vela, tomándola por su espalda y lo segundo para situarse en lo más estrecho del Istmo de la península quitándome el auxilio de esta fuerza numerosa, resolví replegarme a un punto que cubriese todas las avenidas desde la costa a la ciudad, no distante de los parajes que la Vigía señalase al pueblo de Cumarebo, socorriese La Vela y me manifestase con fogatas, hachas y cohetes lo que observase por la noche, en ella tiraron los enemigos varios cañones sobre el fuerte de San Pedro, de hora en hora, correspondiéndoseles de nuestra parte con menos intermisión. Se me unieron 10 hombres que armé con lanzas. Día 3.—En esta madrugada se me agregó una compañía de indios de Mitare, con 80 hombres y a las cinco y media avisó Vega de subsistir los enemigos en la misma disposición que en la tarde anterior. Al poco rato se oyó un fuego vivo que me hizo poner en movimiento. Pero cesó tan pronto, que luego empezaron a llegar algunos soldados dispersos de la guarnición de la Vela y me manifestaron que los enemigos habían desembarcado en número de 500 hombres, por el punto de Barlovento que llaman de Santiaguillo. Protegidos de los fuegos de sus buques y lanchas armadas, no obstante seguí mi marcha a donde el camino se estrecha más, para cubrir mucho mejor la ciudad. Supe también que la guarnición de La Vela se retiraba dispersa por los cardonales y paso de las Calderas, buscando el asilo de las alturas. Combinando la pérdida de este punto con mis fuerzas conocí, que con 80 fusileros únicos no podía determinarse a ninguna acción que los demás lanceros y flecheros son inútiles por la calidad de sus armas. Que si atacaban o esperaban el ataque de los enemigos, debía ser precisamente envuelto o arroyado y en este caso la dispersión de los paisanos era consiguiente, dejando la calidad expuesta a ser cogida con su vecindario que a la sombra de mi resistencia hubiera subsistido en sus hogares, que aunque no me atacasen los enemigos podían encerrarme en la ciudad, apoderarse por el paso de las Calderas de los desfiladeros de Caujarao, cortarme aquella retirada la comunicación con Paraguaná y Casicure, quitarme los víveres, impedir la reunión de los socorros de Barquisimeto, Carora y el Tocuyo, y lo que hubiera sido más funesto, abrirse una entrada al centro de la sierra donde están las esclavitudes de todas las haciendas de esta jurisdicción que, es regular se acuerden todavía de sus padres, hermanos, amigos y parientes que murieron a resultas de la sublevación de 1795 y últimamente que, las primeras ventajas, si las hubiera logrado el traidor dispensador, mis fuerzas hubieran hecho una sensación extraordinaria en los espíritus débiles y mansos, cautos, que habrían exaltado las fuerzas y talentos del vencedor y en seguida le hubiera sido más fácil a este, propagar e impresionar sus perversas ideas. Determiné retirarme al sitio elevado de Buena Vista que cubre la entrada a la serranía. Mandé al teniente de paisanos Don Francisco de Manzano con Don José de Tellería, que se emboscasen con algunas compañías de indios en los cardonales que orillean el camino real de La Vela y me diese parte de las ocurrencias. A las seis de la mañana despaché postas a los Tenientes de Barquisimeto, Carora y Tocuyo para que me auxiliasen con sus Fuerzas. A las doce de la misma se agregó Vega con parte de su tropa, pasé a reconocer el sitio de Caujarao que me aseguraba cubrir a un mismo tiempo la avenida de La Vela que se une con el camino de la serranía, el descanso de mi tropa y el riesgo de una sorpresa. A las siete de esta tarde un vecino de La Vela me dijo a la voz que los enemigos habían desembarcado la artillería y disponían las cureñas de algunas piezas de La Vela, con el objeto de aprestarse para atacar la ciudad. Me informó también que había mucha gente en tierra y que le quedaba mucha más en los buques, pero no satisfecho con su noticia, le volví a despachar para que adquiriese más pormenor, y en efecto a las nueve de la noche volvió y dijo que, las tropas que estaban en tierra serían como unos 500 hombres, y que abordo quedaba el mayor número. Según oyó que le parecían disciplinados de todas naciones y blancos que, la artillería desembarcada eran seis cañones de campaña y que habían mandado habilitar los de a 4 de La Vela para conducirlos también. Que pensaban marchar para la ciudad al día siguiente y que los buques fondeados quedaban acordonados en el puerto. Aunque de ningún modo me era posible hacer frente a los enemigos, ni en toda la llanura que media entre La Vela y la ciudad, hay una posición ventajosa que pudiera suplir con su defensa muy pocos fusileros a muchos de los enemigos, pensé no obstante incomodarlos en el camino desde los cardonales. Aunque muy claros no dejan de proporcionar bien que con dificultad, este género de guerrillas, para lo cual destiné al subteniente Don Francisco Carabaño que marchase y le previne procediese de acuerdo con Manzano que ya tenía 270 indios que se esforzasen a verificar la empresa con la mayor bizarría. En este día se me unieron 102 hombres, pocos de ellos armados con lanzas y escopetas: 47 negros para el transporte de la artillería, municiones; 19 hombres montados, unos con espadas, otros con pistolas y otros desarmados y 209 flecheros cuya mayor parte estaba en el llano con Manzano. Día 4.—A las tres y media de esta mañana marchó Carabaño con 80 fusileros, 3 compañías de lanceros y 12 montados, dirigiendo la columna de 300 hombres al camino real de la Vela por el que llaman de las Huertas, y yo me quedé con otros 200, entre fusileros, lanceros e indios flecheros para seguir a Carabaño, sostenerlo en caso de que se viese empeñado, o de proteger su retirada si se veía arroyado de los enemigos; pero acabando de arreglar mi columna para marchar, llegó un hombre montado corriendo a rienda suelta con la noticia que los enemigos habían entrado a la ciudad y se había oído una descarga de fusilería en ella, confirmándola el parte de Manzano que recibí al mismo tiempo y algunos vecinos que fueron llegando expresaron que la entrada la verificaron antes del amanecer como que el tiroteo oído fue un saludo cuando llegaron a ocupar la plaza principal. Al instante mandé a Carabaño se me reuniese, lo que verificado pasé a ocupar la posición de Río Seco, que me asegura de toda sorpresa y aun de ser atacado por fuerzas muy superiores respecto de los desfiladeros, pasos del río y dominaciones ventajosas que cubren todo lo largo del camino. Mientras me reuní con las fuerzas de Paraguaná y Casicure y entre tanto procuré alentar la gente que estaba algo abatida, los unos con la derrota que sufrieron en la Vela y los otros con lo que aquellos les contaban haciéndoles al mismo tiempo conocer y despreciar al enemigo por medio de las guerrillas. Conociendo también que el agua estaba escasa y larga la del río, que los víveres y forrajes lo estaban también, celebré una junta para ocurrir al remedio y aunque por el momento opinaban todos que se trasladase el campo al interior de la sierra, conocí en seguida otros perjuicios más graves, como eran la dificultad de reunir las fuerzas de Paraguaná y Casicure, dejar al enemigo más libertad para sus operaciones y subsistencia; esparcir con más frecuencia sus máximas y últimamente el que llegase a creer que nuestra enorme distancia era un signo no tanto de conveniencia como de una vergonzosa fuga, por cuyas razones subsistió siempre el campo en Río Seco. Despaché órdenes al Teniente de San Luis, Comisionados y Alcaldes de indios, avisé al Ministro de Real Hacienda Don Juan Manuel de Iturbe que se hallaba con las Reales Cajas en la Serranía de Quiragua, para que remitieran cuantas provisiones hubiesen al campamento donde se pagarían de contado. Estas providencias fueron suficientes para que desde aquel entonces no faltase al campo su subsistencia y socorro en dinero. En este las avanzadas de Buena Vista y Caujarao, remitían algunos vecinos dispersos y bajaron otros de San Luís cuya mayor parte se despidió por no tener armas, siendo el total de los reunidos 63, pocos de ellos con algunas escopetas y algunos sables, 47 montados con espadas y pistolas y 88 flecheros. Llegaron también el resto de la compañía de La Vela menos once hombres que estaban destacados en Cumarebo, que se despidieron mucha parte de ellos por no tener armas. A las diez de la noche despaché al Teniente de paisanos Don Manuel de la Carrera y Colina, bien instruido de mi situación, fuerzas y las de mis enemigos, según las noticias hasta entonces recibidas para que las comunicase de paso al Comandante de Casicure y se dirigiese sin detención a Maracaibo en solicitud de auxilios, la eficacia y actividad de Carrera proporcionó un socorro de aquel señor Gobernador de 200 hombres al mando del Teniente Coronel don Ramón Correa y Guevara, y 8.000 cartuchos de fusil. Día 5.—Se nombraron dos partidas de guerrillas de a 25 hombres cada una a las órdenes de los subtenientes de paisanos Don José María Medina y Don Casimiro García. Despaché un espía a La Vela que volvió al anochecer con la noticia que los enemigos guarnecían aquel puerto con más marinería que tropa y que trabajaban una cortadura donde llaman la Salina. Las partidas de guerrillas se adelantaron hasta el campo inmediato de la ciudad y no encontraron avanzadas algunas de los enemigos, que las tenían reducidas a la orilla exterior de la población. La avenida de Buena Vista remitió tres indios nuestros que dijeron venían a presentarse y traían puestas unas chaquetas azules con vueltas amarillas. En este día se reunieron 32 hombres desarmados que admití como los demás que sucesivamente venían sin ellas para quitarles todo pretexto de ausentarse. También llegaron 88 montados, de San Luis y Pedregal, armados unos con pistolas, otros con espadas y muchos sin arma alguna y 235 flecheros Día 6.—La guerrilla de García remitió tres prisioneros de los enemigos que encontró sin armas, se les recibió su declaración y remitieron con el expediente a Puerto Cabello. Se agregaron este día al campo 108 hombres desarmados. Día 7.—Los sargentos montados Diego Zabala y Vicente Morillo pidieron voluntariamente salir de guerrillas con seis soldados de su cuerpo y volvieron al mediodía después de haber tenido en el sitio del Barrial un encuentro con los enemigos que perdieron un oficial, muerto por el Morillo. Se reunieron 15 hombres desarmados y los fusileros de la Vela que estaban destacados en Cumarebo. Día 8.—A las ocho de la mañana recibí avisos del cura don Pedro Pérez y del Administrador de Correos don Nicolás Yanes y de don Miguel Álvarez, de que los enemigos habían abandonado la ciudad la noche anterior como a las diez de ella, dejando muchas casas abiertas. Inmediatamente, destiné a Vegas con 100 hombres y 30 montados, de guarnición, y que procurase evitar el robo de las casas. Don Juan Meogui condujo un indio y las guerrillas remitieron un sueco y un americano, este y el indio con chaqueta encarnada. Dijeron que se quedaron dormidos en Coro cuando lo abandonaron los enemigos y fueron aprehendidos en el camino de la Vela. Se agregaron en este día 10 hombres desarmados. Día 9.—A las seis de esta tarde se me presentó el Comandante de Casicure don José García Miralles a quien instruí de todo, y conviniendo sus reflexiones con las mías, determiné no diferir un momento situarnos al frente del enemigo en posiciones ventajosas para detallar después las operaciones que debían seguirse a su destrucción, reduciéndolos a los estrechos límites de la población que ocupaba, incomodarlo en ella de día y noche, atacarlo en el momento que una mar de leva le impidiese conservar sus flancos y espaldas por los buques menores, lanchas y botes armados que tenían con este objeto acordonados en el puerto. Vega me dio parte de haber entrado en la ciudad la primera división de Casicure de cinco compañías con 370 hombres al mando del capitán don Manuel Ustua, y 30 caballos, y en seguida entró la segunda del mismo partido, de cuatro compañías con 270 hombres al mando del capitán Don Javier Morios. Di las providencias correspondientes para mover el campo al salir la luna. A las 7 de la noche condujo Don Santos Aristizabal un prisionero húsar desmontado de nación piamontés, armado de sable y fusil. En este día se me reunieron trece hombres desarmados. Día 10.—A las tres de la mañana marchó el campo a Buena Vista, como también la artillería y víveres, municiones y pertrechos en hombros de morenos y desde este punto siguióse después la marcha al campo de San Gabriel, desde el cual, después que comió la tropa, se dividió en 3 columnas, la de la izquierda se dio el mando a Vega, compuesta de 64 fusileros y hasta 500 hombres lanceros y flecheros los más, para que se dirigiese a ocupar los médanos de la Boca del Río. La columna de la derecha, compuesta del mismo número de fusileros, lanceros y flecheros, se destinó a las órdenes de don Basilio López para que ocupase el Hatillo del Botado, situado al sur de la Vela en una elevación ventajosa, previniéndole al mismo tiempo extendiese sus líneas a cortar las comunicaciones de Guaíbacoa y costa arriba y yo con Miralles y Carabaño, marché con la columna del centro compuesta del mismo número de fusileros, y 100 hombres montados con el tren de artillería al paso del río, dejando en la ciudad al capitán de paisanos don Martín Echave con la segunda división de Casicure, 17 fusileros y dos compañías de indios, cuyo cuerpo y reserva aseguraba a un mismo tiempo las propiedades de las casas abandonadas por sus dueños. Luego que llegué mandé mandar situar las avanzadas de la otra parte del río y una gran guardia de caballería de 20 hombres. La artillería la dejé a mi espalda porque no siendo más que de dos cañones de a 4 y 3 pedreros, y que desde la cresta de la caja del río, no enfilaba bien la avenida enemiga, podía ser arroyado, si ellos me cargaban con todas sus fuerzas, respecto que las mías no podían sostenerse con 64 fusiles y algunas escopetas, al paso que si llegaba este lance, los enemigos en mi retirada entrarían en un espacioso llano en donde la artillería desde una caja del monte que la orillaba, emplearía sus fuegos sobre ellos, que, poniéndolos en desorden la caballería los acabaría de destruir del todo. Mi posición se comunicaba perfectamente con mis alas y aunque la derecha me distaba algún tanto más, la llanura que mediaba entre ambas me facilitaba que la caballería dificultase la interrupción; la izquierda se apoyaba sobre la mar, y aunque muy próxima a los enemigos tenía el río por delante que era muy difícil de vadear.
Miralles contestó a Vega no tuviese cuidado de aquellos enemigos que se le
dirigían por su frente, pues se le hacia retroceder muy aprisa. Así fue porque
Miralles remitió inmediatamente al teniente de pardos urbanos Antonio de Moros,
con el resto de su compañía y algunos escopeteros de Casicure para reforzar al
subteniente de paisanos García y al sargento primero de los mismos urbanos
blancos José Manuel Colina, ordenándoles que flanqueasen a los enemigos por su
costado izquierdo. Envió también a Echauspe con 80 caballos para que si
descendían al llano desde los médanos que ocupaban
pudiesen atacarlos en su retirada,
cortándoles esta, luego que los enemigos, muy distantes aún de la boca, se
vieron con fuegos que los flanqueaban y la caballería casi a su espalda,
comenzaron a retroceder que no bastaba la presencia y amenazas de sus oficiales
que a caballo con los sables procuraban contenerlos, para que a lo menos no
abandonasen el cañón, pero viendo frustradas sus esperanzas desistieron de su
empeño y se retiraron disparando sobre la caballería algunos cañonazos.
Echauspe, comandante de ella, prolongó
el frente de su caballería poniéndola en ala, pero no a su gente, con el ánimo
de atacarlo en su retirada, pero no sacó más fruto que el de once voluntarios
que salieron al frente, con cuyo corto número no pudo ejecutar su bizarría. La
acción duró tres horas. Vega se portó con el mayor valor y constancia, como sus
subalternos y tropa con bizarría.
Perdió el enemigo 20 muertos, 5
prisioneros, tres canoas y un bote lleno de barrilería y pipas. Se escaparon
dos botes muy aprisa a los que se dirigían algunos a nado, que se ahogarían,
respecto a que después han parecido 8 ó 9 cadáveres en la costa de Paraguaná.
En las columnas auxiliares de la Vela tuvieron también pérdida da hombres
porque en aquel sitio había una fetidez intolerable de muertos enterrados por
los mismos enemigos y que los contrarios habían embarcado muchos heridos a
bordo de sus buques, entre ellos tres oficiales. Si la columna de la
derecha no hubiera tenido la desgracia de equivocar su camino la noche del
diez, hubiera tomado un cañón y treinta hombres que se retiraron a la Vela y
estuvieron perdidos en el monte, además de que nos faltó por aquella parte la
fuerza que hubiera contribuido mucho a consternar más a los enemigos en su
ataque y aún quizá a cortarle su retirada. Después de la acción entró la
segunda división de Casicure y ocupando la ciudad la tercera y cuarta,
compuesta de ocho compañías en número de 600 hombres.
Día 12.—Ordenó a los oficiales de
guerrilla que hiciesen las descubiertas bien largas, hasta encontrar las de los
enemigos y habiéndose retirado muy tarde dieron parte de que sólo tenían sus
centinelas en la en punta del médano que corre sobre la misma Vela y que habían
observado que tenían muchos botes fondeados en la playa y otros en continuo
movimiento desde ella a los buques, que, estos se habían aproximado, los de de
menor porte al castillo de San Pedro, guardando una especie de línea o cordón y
dando los costados de estribor a la avenida de nuestro campo de a la Vela. A
las tres de esta tarde hubo un fuerte aguacero, y concibiendo yo que el
silencio de los enemigos podía ser causa de intentar con refuerzo de las
tripulaciones algún ataque contra algunos de mis puntos, y más cuando no
ignoraría que nuestra tropa estaba a la inclemencia bien mojada, pensé a un
mismo tiempo observarlos y darles a conocer que estábamos muy sobre nosotros
mismos. A este fin mandé a Echauspe con la caballería al istmo más inmediato a
la Vela, lo cual ejecutado les tiró varios pistoletazos para provocarlos, los
insultó a boleo y aún con los sombreros, pero nada bastó a moverlos y se
regresó el cuerpo montado dándome parte de lo ocurrido, como de las muchas
lanchas y botes que había en la playa. Con estos anteriores creí desde luego
que el enemigo pensaba reembarcarse lo cual me era tan sensible cuanto me había
propuesto exterminarlo de una vez y formé la idea, que supuesto que el terreno
me facilitaba adelantar mis líneas ejecutándolo me pondría en disposición de
incomodarlo de día y de noche con el cañón y atacarlo en su puesto en el mismo
momento que tuviese el menor descuido con sus lanchas de fuerza u otro motivo
me lo indicase.
Determiné nombrar a Vega para que con su
columna de la izquierda se pasase al pueblo El Carrizal a ocupar la derecha.
Nombré a carabaño para que pasase a tomar el mando del centro y marchar yo a
ocupar la izquierda sobre la Boquita, apoyando mi ala en la punta de los médanos,
de suerte que los enemigos, no podían hacer el menor movimiento que no fuese
visto y observado Hoy entró la 3a división de Casicure en el campo.
Día 13.—Reencargué a las guerrillas
hiciesen las descubiertas hasta encontrarse con los enemigos; pero no
encontrando ninguno se retiraron y sólo observaban algunos pocos botes en la
playa. Cuando trataba yo de mover mi campo, llegó una espía amiga como a las
ocho de la mañana, diciendo que los enemigos se habían reembarcado, y que sólo
había algunos botes en la Vela cargando algunos efectos.
Inmediatamente comuniqué las noticias a
los jefes de los puestos y que se pusieran sobre las armas y destiné a Miralles
con la primera división de su partida de 400 hombres, 50 fusileros y 80
caballos para que marchase a la Vela; y a López previne que su derecha
destacase una pequeña columna de observación al llano.
Marchó Miralles con toda la precaución
que exigía una noticia no muy comprobada, haciendo las descubiertas y avanzando
poco a poco mientras aquella se manifestaban sin novedad, y en esta disposición
llegó a La Vela cuando ya se hallaban en ella García y Colina con sus
respectivas guerrillas.
Los enemigos se hicieron a la vela
gobernando al norte, cuarta al noroeste. Miralles lleno de gozo hizo hacer tres
descargas precediendo tres vivas al rey. Este fuego me hizo creer por el pronto
alguna novedad. Marché prontamente y salí de mi cuidado con mi llegada. Di las
disposiciones necesarias, entre ellas que Vega volviese a tomar el mando y me
restituí al campo con Miralles.
Día 14.—Dejando la guarnición competente
de La Vela y la demás punta hasta Cumarebo, marché a la ciudad y entré en ella,
con tres divisiones de Casicure, la compañía de fusileros de pardos de ésta y a
retaguardia la caballería,
Día 15.—Este día se cantó el Tedeum en
la Iglesia mayor de esta ciudad, con toda la solemnidad posible en acción de
gracia al Todo Poderoso por haber arrojado las armas del rey al traidor y sus
secuaces con escarmiento, y por la fidelidad general de todos los habitantes de
esta ciudad y distrito, a su soberano, que, a un mismo tiempo han hecho ver al
falaz seductor que su inicua expresión de haber sido llamado, es hija solamente
de su debilidad y ligereza para cohonestar sus depravados designios contra su
patria y por los graves perjuicios que la ha irrogado, habiéndolo todos
despreciado sus proclamas sediciosas; y el Ilustre Ayuntamiento de esta ciudad,
desde el Presidente hasta el último Regidor, no admitió alguno el pliego que
les envió, ni le abrieron ni contestaron, cuya conducta propia del honor de sus
miembros desconcertó las ideas que se había propuesto el traidor. Las demás
clases distinguidas de la ciudad la abandonaron uniéndose al jefe de las armas
con desprecio de sus intereses para tomarlas y arrojarlo como lo hicieron, lo
cual los hará memorables y dignos de todo elogio. Su pérdida de 62 hombres que
tuvo, conocida por nuestra parte y hasta 133 que echó menos en Orua, sin
numerar los muchos heridos que llevó y que han muerto los más, desengañó a sus
partidarios que rehusaron después seguirlo y fueron embarcados por los ingleses
para conducirlos a la Barbada en donde se cree se deshará la expedición.
Coro, 4 de octubre de 1806.
Juan Manuel de Salas.
NOTA: Transcripción de Dolores Bonet de
Sotillo, Paleógrafo de la Academia Nacional de la Historia. En la transcripción
se ha utilizado ortografía moderna.
ARCHIVOS DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA
HISTORIA
SUCESOS DE LA INVASIÓN Y TOMA DEL PUERTO
REAL DE LA VELA DE CORO Y CIUDAD DE CORO. AÑO DE 1806.
(Diario de un oficial realista)
En los archivos de la Academia, se han
encontrado el original que reproducimos relativo a la toma de La Vela y Coro,
por el General Miranda en 1806. Los hechos son narrados por un oficial español
del real ejército que combatió al Precursor. Naturalmente, el realista ve en su
adversario todas las infamias y todas las perfidias, como sucede siempre,
incapaz como era con su miopía política de comprender el significado del
intento revolucionario y el pensamiento independentista de signo continental
del Generalísimo de nuestra Primera República.
Diario puntual y exacto de la invasión
del Puerto Real de La Vela de Coro y ciudad de Coro, hecha por el infame,
pérfido y traidor Francisco de Miranda, desde el 1º de agosto de 1806 hasta el
13 del mismo mes y año, que precipitado y vergonzosamente, se le hizo poner en
fuga por las victoriosas armas del Rey de España y sus leales corianos.
Mandados por el Capitán del Ejército, Comandante de ellas en esta jurisdicción
don Juan Manuel de Salas, a saber:
Día 1.—A las once y tres cuartos de esta
noche, me dio parte el comandante de La Vela, Don José Vega. Capitán de
Milicias. Graduados de infantería que las vigías de Barlovento habían observado
que ocho buques grandes, muchos de ellos se dirigían al puerto. Inmediatamente
despaché extraordinarios, a los comandantes de Paraguaná y Casicure Teniente de
San Luís y comisionado, para que aprontasen su fuerza armada. La guarnición de
esta ciudad tomó las armas, se dispuso la artillería y reforcé la Vela con 20
fusileros v 100 lanceros.
Día 2.—Al amanecer el vigía de La Retama
observó, que la escuadrilla enemiga se componía de un "novio, dos
fragatas. Tres bergantines. y tres goletas ancladas a sotavento del puerto. Los
dos bergantines se habían hecho a la vela con dirección al fondeadero, como
también que los primeros indicaban desembarcar gente en la costa del Istmo;
reiteré mis órdenes a los dichos comandantes y demás para que se pusiesen en
marcha con sus fuerzas y yo con las mías de 80 fusileros y 234 lanceros, me
situé en el paso del río, punto medio entre la ciudad y la Vela con el objeto
de cubrir la ciudad y ocupar los Médanos, si los enemigos desembarcaban en la
costa donde comienza el Istmo, pero en la marcha otro parte de Vega confirmó el
anterior con la diferencia de no expresar el desembarco que salió falso. Esta
tarde observé con don Ignacio Emazabel desde la vigía de La Retama y me aseguré
que a sotavento había dos fragatas y un bergantín anclados, otra fragata
grande, dos goletas de gabias y tres pequeñas voltejeando con dirección al
fuerte de San Pedro, dos bergantines de mucho porte anclados delante de él que,
en la boca del río había un lanchón lleno de gente y últimamente que la
disposición de los buques indicaba dos o tres desembarcos, ya fuese para
distraer mis fuerzas a llamarlos al falso, mientras realizaban el cierto. Como
estaba advertido que los enemigos podían reunir en la Isla de Trinidad 3.000
hombres y los buques a la vista podían contener a lo menos 2.000, creí también
que intentasen dirigir parte de sus fuerzas a la Boca del río y Paguarita. Lo
primero para cortar la retirada de la guarnición de la Vela, tomándola por su
espalda y lo segundo para situarse en lo más estrecho del Istmo de la península
quitándome el auxilio de esta fuerza numerosa, resolví replegarme a un punto
que cubriese todas las avenidas desde la costa a la ciudad, no distante de los
parajes que la Vigía señalase al pueblo de Cumarebo, socorriese La Vela y me
manifestase con fogatas, hachas y cohetes lo que observase por la noche, en
ella tiraron los enemigos varios cañones sobre el fuerte de San Pedro, de hora
en hora, correspondiéndoseles de nuestra parte con menos intermisión. Se me
unieron 10 hombres que armé con lanzas.
Día 3.—En esta madrugada se me agregó
una compañía de indios de Mitare, con 80 hombres y a las cinco y media avisó
Vega de subsistir los enemigos en la misma disposición que en la tarde
anterior. Al poco rato se oyó un fuego vivo que me hizo poner en movimiento.
Pero cesó tan pronto, que luego empezaron a llegar algunos soldados dispersos
de la guarnición de la Vela y me manifestaron que los enemigos habían
desembarcado en número de 500 hombres, por el punto de Barlovento que llaman de
Santiaguillo. Protegidos de los fuegos de sus buques y lanchas armadas, no
obstante seguí mi marcha a donde el camino se estrecha más, para cubrir mucho mejor
la ciudad.
Supe también que la guarnición de La
Vela se retiraba dispersa por los cardonales y paso de las Calderas, buscando
el asilo de las alturas. Combinando la pérdida de este punto con mis fuerzas
conocí, que con 80 fusileros únicos no podía determinarse a ninguna acción que
los demás lanceros y flecheros son inútiles por la calidad de sus armas. Que si
atacaban o esperaban el ataque de los enemigos, debía ser precisamente envuelto
o arroyado y en este caso la dispersión de los paisanos era consiguiente,
dejando la calidad expuesta a ser cogida con su vecindario que a la sombra de
mi resistencia hubiera subsistido en sus hogares, que aunque no me atacasen los
enemigos podían encerrarme en la ciudad, apoderarse por el paso de las Calderas
de los desfiladeros de Caujarao, cortarme aquella retirada la comunicación con
Paraguaná y Casicure, quitarme los víveres, impedir la reunión de los socorros
de Barquisimeto, Carora y el Tocuyo, y lo que hubiera sido más funesto, abrirse
una entrada al centro de la sierra donde están las esclavitudes de todas las
haciendas de esta jurisdicción que, es regular se acuerden todavía de sus
padres, hermanos, amigos y parientes que murieron a resultas de la sublevación
de 1795 y últimamente que, las primeras ventajas, si las hubiera logrado el
traidor dispensador, mis fuerzas hubieran hecho una sensación extraordinaria en
los espíritus débiles y mansos, cautos, que habrían exaltado las fuerzas y
talentos del vencedor y en seguida le hubiera sido más fácil a éste, propagar e
impresionar sus perversas ideas. Determiné retirarme al sitio elevado de Buena
Vista que cubre la entrada a la serranía. Mandé al teniente de paisanos Don
Francisco de Manzano con Don José de Tellería, que se emboscasen con algunas
compañías de indios en los cardonales que orillean el camino real de La Vela y
me diese parte de las ocurrencias. A las seis de la mañana despaché postas a
los Tenientes de Barquisimeto, Carora y Tocuyo para que me auxiliasen con sus
Fuerzas. A las doce de la misma se agregó Vega con parte de su tropa, pasé a
reconocer el sitio de Caujarao que me aseguraba cubrir a un mismo tiempo la
avenida de La Vela que se une con el camino de la serranía, el descanso de mi
tropa y el riesgo de una sorpresa. A las siete de esta tarde un vecino de La
Vela me dijo a la voz que los enemigos habían desembarcado la artillería y
disponían las cureñas de algunas piezas de La Vela, con el objeto de aprestarse
para atacar la ciudad. Me informó también que había mucha gente en tierra y que
le quedaba mucha mas en los buques, pero no satisfecho con su noticia, le volví
a despachar para que adquiriese más pormenor, y en efecto a las nueve de la
noche volvió y dijo que, las tropas que estaban en tierra serían como unos 500
hombres, y que abordo quedaba el mayor número.
Según oyó que le parecían disciplinados
de todas naciones y blancos que, la artillería desembarcada eran seis cañones
de campaña y que habían mandado habilitar los de a 4 de La Vela para
conducirlos también. Que pensaban marchar para la ciudad al día siguiente y que
los buques fondeados quedaban acordonados en el puerto.
Aunque de ningún modo me era posible
hacer frente a los enemigos, ni en toda la llanura que media entre La Vela y la
ciudad, hay una posición ventajosa que pudiera suplir con su defensa muy pocos
fusileros a muchos de los enemigos, pensé no obstante incomodarlos en el camino
desde los cardonales. Aunque muy claros no dejan de proporcionar bien que con
dificultad, este género de guerrillas, para lo cual destiné al subteniente Don
Francisco Carabaño que marchase y le previne procediese de acuerdo con Manzano que
ya tenía 270 indios que se esforzasen a verificar la empresa con la mayor
bizarría.
En este día se me unieron 102 hombres,
pocos de ellos armados con lanzas y escopetas: 47 negros para el transporte de
la artillería, municiones; 19 hombres montados, unos con espadas, otros con
pistolas y otros desarmados y 209 flecheros cuya mayor parte estaba en el llano
con Manzano.
Día 4.—A las tres y media de esta mañana
marchó Carabaño con 80 fusileros, 3 compañías de lanceros y 12 montados,
dirigiendo la columna de 300 hombres al camino real de la Vela por el que
llaman de las Huertas, y yo me quedé con otros 200, entre fusileros, lanceros e
indios flecheros para seguir a Carabaño, sostenerlo en caso de que se viese
empeñado, o de proteger su retirada si se veía arroyado de los enemigos; pero
acabando de arreglar mi columna para marchar, llegó un hombre montado corriendo
a rienda suelta con la noticia que los enemigos habían entrado a la ciudad y se
había oído una descarga de fusilería en ella, confirmándola el parte de Manzano
que recibí al mismo tiempo y algunos vecinos que fueron llegando expresaron que
la entrada la verificaron antes del amanecer como que el tiroteo oído fue un
saludo cuando llegaron a ocupar la plaza principal. Al instante mandé a
Carabaño se me reuniese, lo que verificado pasé a ocupar la posición de Río
Seco, que me asegura de toda sorpresa y aún de ser atacado por fuerzas muy
superiores respecto de los desfiladeros, pasos del río y dominaciones
ventajosas que cubren todo lo largo del camino. Mientras me reuní con las
fuerzas de Paraguaná y Casicure y entre tanto procuré alentar la gente que
estaba algo abatida, los unos con la derrota que sufrieron en la Vela y los
otros con lo que aquellos les contaban haciéndoles al mismo tiempo conocer y despreciar
al enemigo por medio de las guerrillas.
Conociendo también que el agua estaba
escasa y larga la del río, que los víveres y forrajes lo estaban también,
celebré una junta para ocurrir al remedio y aunque por el momento opinaban
todos que se trasladase el campo al interior de la sierra, conocí en seguida
otros perjuicios más graves, como eran la dificultad de reunir las fuerzas de
Paraguaná y Casicure, dejar al enemigo más libertad para sus operaciones y
subsistencia; esparcir con más frecuencia sus máximas y últimamente el que
llegase a creer que nuestra enorme distancia era un signo no tanto de
conveniencia como de una vergonzosa fuga, por cuyas razones subsistió siempre
el campo en Río Seco.
Despaché órdenes al Teniente de San
Luís, Comisionados y Alcaldes de indios, avisé al Ministro de Real Hacienda Don
Juan Manuel de Iturbe que se hallaba con la Reales Cajas en la Serranía de
Quiragua, para que remitieran cuantas provisiones hubiesen al campamento donde
se pagarían de contado. Estas providencias fueron suficientes para que desde
aquel entonces no faltase al campo su subsistencia y socorro en dinero.
En este las avanzadas de Buena Vista y
Caujarao, remitían algunos vecinos dispersos y bajaron otros de San Luís cuya
mayor parte se despidió por no tener armas, siendo el total de los reunidos 63,
pocos de ellos con algunas escopetas y algunos sables, 47 montados con espadas
y pistolas y 88 flecheros. Llegaron también el resto de la compañía de La Vela
menos once hombres que estaban destacados en Cumarebo, que se despidieron mucha
parte de ellos por no tener armas. A las diez de la noche despaché al Teniente
de paisanos Don Manuel de la Carrera y Colina, bien instruido de mi situación,
fuerzas y las de mis enemigos, según las noticias hasta entonces recibidas para
que las comunicase de paso al Comandante de Casicure y se dirigiese sin
detención a Maracaibo en solicitud de auxilios, la eficacia y actividad de
Carrera proporcionó un socorro de aquel señor Gobernador de 200 hombres al
mando del Teniente Coronel don Ramón Correa y Guevara, y 8.000 cartuchos de
fusil.
Día 5.—Se nombraron dos partidas de
guerrillas de a 25 hombres cada una a las órdenes de los subtenientes de
paisanos Don José María Medina y Don Casimiro García. Despaché un espía a La
Vela que volvió al anochecer con la noticia que los enemigos guarnecían aquel
puerto con más marinería que tropa y que trabajaban una cortadura donde llaman
la Salina.
Las partidas de guerrillas se
adelantaron hasta el campo inmediato de la ciudad y no encontraron avanzadas
algunas de los enemigos, que las tenían reducidas a la orilla exterior de la
población. La avenida de Buena Vista remitió tres indios nuestros que dijeron
venían a presentarse y traían puestas unas chaquetas azules con vueltas
amarillas.
En este día se reunieron 32 hombres
desarmados que admití como los demás que sucesivamente venían sin ellas para
quitarles todo pretexto de ausentarse. También llegaron 88 montados, de San
Luís y Pedregal, armados unos con pistolas, otros con espadas y muchos sin arma
alguna y 235 flecheros
Día 6.—La guerrilla de García remitió
tres prisioneros de los enemigos que encontró sin armas, se les recibió su
declaración y remitieron con el expediente a Puerto Cabello. Se agregaron este
día al campo 108 hombres desarmados.
Día 7.—Los sargentos montados Diego
Zabala y Vicente Morillo pidieron voluntariamente salir de guerrillas con seis
soldados de su cuerpo y volvieron al mediodía después de haber tenido en el
sitio del Barrial un encuentro con los enemigos que perdieron un oficial,
muerto por el Morillo. Se reunieron 15 hombres desarmados y los fusileros de la
Vela que estaban destacados en Cumarebo.
Día 8.—A las ocho de la mañana recibí
avisos del cura don Pedro Pérez y del Administrador de Correos don Nicolás Yanes
y de don Miguel Álvarez, de que los enemigos habían abandonado la ciudad la
noche anterior como a las diez de ella, dejando muchas casas abiertas.
Inmediatamente destiné a Vegas con 100 hombres y 30 montados, de guarnición, y
que procurase evitar el robo de las casas. Don Juan Meogui condujo un indio y
las guerrillas remitieron un sueco y un americano, este y el indio con chaqueta
encarnada. Dijeron que se quedaron dormidos en Coro cuando lo abandonaron los
enemigos y fueron aprehendidos en el camino de la Vela. Se agregaron en este
día 10 hombres desarmados.
Día 9.—A las seis de esta tarde se me
presentó el Comandante de Casicure don José García Miralles a quien instruí de
todo, y conviniendo sus reflexiones con las mías, determiné no diferir un
momento situarnos al frente del enemigo en posiciones ventajosas para detallar
después las operaciones que debían seguirse a su destrucción, reduciéndolos a
los estrechos límites de la población que ocupaba, incomodarlo en ella de día y
noche, atacarlo en el momento que una mar de leva le impidiese conservar sus
flancos y espaldas por los buques menores, lanchas y botes armados que tenían
con este objeto acordonados en el puerto.
Vega me dio parte de haber entrado en la
ciudad la primera división de Casicure de cinco compañías con 370 hombres al
mando del capitán don Manuel Ustua, y 30 caballos, y en seguida entró la
segunda del mismo partido, de cuatro compañías con 270 hombres al mando del
capitán Don Javier Morios. Di las providencias correspondientes para mover el
campo al salir la luna. A las 7 de la noche condujo Don Santos Aristizabal un
prisionero húsar desmontado de nación piamontés, armado de sable y fusil. En
este día se me reunieron trece hombres desarmados.
Día 10.—A las tres de la mañana marchó
el campo a Buena Vista, como también la artillería y víveres, municiones y
pertrechos en hombros de morenos y desde este punto siguióse después la marcha
al campo de San Gabriel, desde el cual, después que comió la tropa, se dividió
en 3 columnas, la de la izquierda se dio el mando a Vega, compuesta de 64
fusileros y hasta 500 hombres lanceros y flecheros los más, para que se
dirigiese a ocupar los médanos de la Boca del Río.
La columna de la derecha, compuesta del
mismo número de fusileros, lanceros y flecheros, se destinó a las órdenes de
don Basilio López para que ocupase el Hatillo del Botado, situado al sur de la
Vela en una elevación ventajosa, previniéndole al mismo tiempo extendiese sus
líneas a cortar las comunicaciones de Guaíbacoa y costa arriba y yo con
Miralles y Carabaño, marché con la columna del centro compuesta del mismo
número de fusileros, y 100 hombres montados con el tren de artillería al paso
del río, dejando en la ciudad al capitán de paisanos don Martín Echave con la
segunda división de Casicure, 17 fusileros y dos compañías de indios, cuyo
cuerpo y reserva aseguraba a un mismo tiempo las propiedades de las casas
abandonadas por sus dueños. Luego que llegué mandé mandar situar las avanzadas
de la otra parte del río y una gran guardia de caballería de 20 hombres. La
artillería la dejé a mi espalda porque no siendo más que de dos cañones de a 4
y 3 pedreros, y que desde la cresta de la caja del río, no enfilaba bien la
avenida enemiga, podía ser arroyado, si ellos me cargaban con todas sus
fuerzas, respecto que las mías no podían sostenerse con 64 fusiles y algunas
escopetas, al paso que si llegaba este lance, los enemigos en mi retirada
entrarían en un espacioso llano en donde la artillería desde una caja del monte
que la orillaba, emplearía sus fuegos sobre ellos, que, poniéndolos en desorden
la caballería los acabaría de destruir del todo. Mi posición se comunicaba
perfectamente con mis alas y aunque la derecha me distaba algún tanto más, la
llanura que mediaba entre ambas me facilitaba que la caballería dificultase la
interrupción; la izquierda se apoyaba sobre la mar, y aunque muy próxima a los
enemigos tenía el río por delante que era muy difícil de vadear.
Día 11.—Como a las tres de la madrugada,
teniendo Miralles las tropas sobre las armas, mientras se hacían las
descubiertas por las guerrillas pasado un buen rato se oyó un tiroteo en la
izquierda que se fue aumentando a medida que amanecía y siguió protegido del
cañón de los buques fondeados y de una lancha cañonera que se aproximaba a la
Boca del río, de lo cual dio parte Vegas, como de que varios botes y canoas,
sin distinguir su número, se hallaban en la Boca; que estaba empeñado en la
acción con dichos botes que se defendían con obstinación y solicitaba se le
reforzase con más fusilería, pero que Miralles le contestó se defendiese con la
que tenía. Amanecido ya volvió Vega a reiterar su parte de que el enemigo
dirigía una columna por la playa y nuestras avanzadas, que otra por dentro de
los médanos con un cañón, sin duda con el objeto de proteger la acción que aun duraba en la
boca..
Miralles contestó a Vega no tuviese
cuidado de aquellos enemigos que se le dirigían por su frente, pues se le hacia
retroceder muy aprisa. Así fue porque Miralles remitió inmediatamente al
teniente de pardos urbanos Antonio de Moros, con el resto de su compañía y
algunos escopeteros de Casicure para reforzar al subteniente de paisanos García
y al sargento primero de los mismos urbanos blancos José Manuel Colina, ordenándoles
que flanqueasen a los enemigos por su costado izquierdo. Envió también a
Echauspe con 80 caballos para que si descendían al llano desde los médanos que
ocupaban
pudiesen atacarlos en su retirada,
cortándoles esta, luego que los enemigos, muy distantes aún de la boca, se
vieron con fuegos que los flanqueaban y la caballería casi a su espalda,
comenzaron a retroceder que no bastaba la presencia y amenazas de sus oficiales
que a caballo con los sables procuraban contenerlos, para que a lo menos no
abandonasen el cañón, pero viendo frustradas sus esperanzas desistieron de su
empeño y se retiraron disparando sobre la caballería algunos cañonazos.
Echauspe, comandante de ella, prolongó
el frente de su caballería poniéndola en ala, pero no a su gente, con el ánimo
de atacarlo en su retirada, pero no sacó más fruto que el de once voluntarios
que salieron al frente, con cuyo corto número no pudo ejecutar su bizarría. La
acción duró tres horas. Vega se portó con el mayor valor y constancia, como sus
subalternos y tropa con bizarría.
Perdió el enemigo 20 muertos, 5
prisioneros, tres canoas y un bote lleno de barrilería y pipas. Se escaparon
dos botes muy aprisa a los que se dirigían algunos a nado, que se ahogarían,
respecto a que después han parecido 8 ó 9 cadáveres en la costa de Paraguaná.
En las columnas auxiliares de la Vela tuvieron también pérdida da hombres
porque en aquel sitio había una fetidez intolerable de muertos enterrados por
los mismos enemigos y que los contrarios habían embarcado muchos heridos a
bordo de sus buques, entre ellos tres oficiales. Si la columna de la derecha no
hubiera tenido la desgracia de equivocar su camino la noche del diez, hubiera
tomado un cañón y treinta hombres que se retiraron a la Vela y estuvieron
perdidos en el monte, además de que nos faltó por aquella parte la fuerza que
hubiera contribuido mucho a consternar más a los enemigos en su ataque y aún
quizá a cortarle su retirada. Después de la acción entró la segunda división de
Casicure y ocupando la ciudad la tercera y cuarta, compuesta de ocho compañías
en número de 600 hombres.
Día 12.—Ordenó a los oficiales de
guerrilla que hiciesen las descubiertas bien largas, hasta encontrar las de los
enemigos y habiéndose retirado muy tarde dieron parte de que sólo tenían sus
centinelas en la en punta del médano que corre sobre la misma Vela y que habían
observado que tenían muchos botes fondeados en la playa y otros en continuo
movimiento desde ella a los buques, que, estos se habían aproximado, los de de
menor porte al castillo de San Pedro, guardando una especie de línea o cordón y
dando los costados de estribor a la avenida de nuestro campo de a la Vela. A
las tres de esta tarde hubo un fuerte aguacero, y concibiendo yo que el
silencio de los enemigos podía ser causa de intentar con refuerzo de las
tripulaciones algún ataque contra algunos de mis puntos, y más cuando no
ignoraría que nuestra tropa estaba a la inclemencia bien mojada, pensé a un
mismo tiempo observarlos y darles a conocer que estábamos muy sobre nosotros
mismos. A este fin mandé a Echauspe con la caballería al istmo más inmediato a
la Vela, lo cual ejecutado les tiró varios pistoletazos para provocarlos, los
insultó a boleo y aún con los sombreros, pero nada bastó a moverlos y se
regresó el cuerpo montado dándome parte de lo ocurrido, como de las muchas
lanchas y botes que había en la playa. Con estos anteriores creí desde luego
que el enemigo pensaba reembarcarse lo cual me era tan sensible cuanto me había
propuesto exterminarlo de una vez y formé la idea, que supuesto que el terreno
me facilitaba adelantar mis líneas ejecutándolo me pondría en disposición de
incomodarlo de día y de noche con el cañón y atacarlo en su puesto en el mismo
momento que tuviese el menor descuido con sus lanchas de fuerza u otro motivo
me lo indicase.
Determiné nombrar a Vega para que con su
columna de la izquierda se pasase al pueblo El Carrizal a ocupar la derecha.
Nombré a carabaño para que pasase a tomar el mando del centro y marchar yo a
ocupar la izquierda sobre la Boquita, apoyando mi ala en la punta de los
médanos, de suerte que los enemigos, no podían hacer el menor movimiento que no
fuese visto y observado Hoy entró la 3a división de Casicure en el campo.
Día 13.—Reencargué a las guerrillas
hiciesen las descubiertas hasta encontrarse con los enemigos; pero no
encontrando ninguno se retiraron y sólo observaban algunos pocos botes en la
playa. Cuando trataba yo de mover mi campo, llegó una espía amiga como a las
ocho de la mañana, diciendo que los enemigos se habían reembarcado, y que sólo
había algunos botes en la Vela cargando algunos efectos.
Inmediatamente comuniqué las noticias a
los jefes de los puestos y que se pusieran sobre las armas y destiné a Miralles
con la primera división de su partida de 400 hombres, 50 fusileros y 80
caballos para que marchase a la Vela; y a López previne que su derecha
destacase una pequeña columna de observación al llano.
Marchó Miralles con toda la precaución
que exigía una noticia no muy comprobada, haciendo las descubiertas y avanzando
poco a poco mientras aquella se manifestaban sin novedad, y en esta disposición
llegó a La Vela cuando ya se hallaban en ella García y Colina con sus
respectivas guerrillas.
Los enemigos se hicieron a la vela
gobernando al norte, cuarta al noroeste. Miralles lleno de gozo hizo hacer tres
descargas precediendo tres vivas al rey. Este fuego me hizo creer por el pronto
alguna novedad. Marché prontamente y salí de mi cuidado con mi llegada. Di las
disposiciones necesarias, entre ellas que Vega volviese a tomar el mando y me
restituí al campo con Miralles.
Día 14.—Dejando la guarnición competente
de La Vela y la demás punta hasta Cumarebo, marché a la ciudad y entré en ella,
con tres divisiones de Casicure, la compañía de fusileros de pardos de ésta y a
retaguardia la caballería,
Día 15.—Este día se cantó el Tedeum en
la Iglesia mayor de esta ciudad, con toda la solemnidad posible en acción de
gracia al Todo Poderoso por haber arrojado las armas del rey al traidor y sus
secuaces con escarmiento, y por la fidelidad general de todos los habitantes de
esta ciudad y distrito, a su soberano, que, a un mismo tiempo han hecho ver al
falaz seductor que su inicua expresión de haber sido llamado, es hija solamente
de su debilidad y ligereza para cohonestar sus depravados designios contra su
patria y por los graves perjuicios que la ha irrogado, habiéndolo todos
despreciado sus proclamas sediciosas; y el Ilustre Ayuntamiento de esta ciudad,
desde el Presidente hasta el último Regidor, no admitió alguno el pliego que
les envió, ni le abrieron ni contestaron, cuya conducta propia del honor de sus
miembros desconcertó las ideas que se había propuesto el traidor. Las demás
clases distinguidas de la ciudad la abandonaron uniéndose al jefe de las armas
con desprecio de sus intereses para tomarlas y arrojarlo como lo hicieron, lo
cual los hará memorables y dignos de todo elogio. Su pérdida de 62 hombres que
tuvo, conocida por nuestra parte y hasta 133 que echó menos en Orua, sin
numerar los muchos heridos que llevó y que han muerto los más, desengañó a sus
partidarios que rehusaron después seguirlo y fueron embarcados por los ingleses
para conducirlos a la Barbada en donde se cree se deshará la expedición.
Coro, 4 de octubre de 1806.
Juan Manuel de Salas.
NOTA: Transcripción de Dolores Bonet de
Sotillo, Paleógrafo de la Academia Nacional de la Historia. En la transcripción
se ha utilizado ortografía moderna.
ARCHIVOS DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA
HISTORIA
SUCESOS DE LA INVASIÓN Y TOMA DEL PUERTO
REAL DE LA VELA DE CORO Y CIUDAD DE CORO. AÑO DE 1806.
(Diario de un oficial realista)
En los archivos de la Academia, se han
encontrado el original que reproducimos relativo a la toma de La Vela y Coro,
por el General Miranda en 1806. Los hechos son narrados por un oficial español
del real ejército que combatió al Precursor. Naturalmente, el realista ve en su
adversario todas las infamias y todas las perfidias, como sucede siempre,
incapaz como era con su miopía política de comprender el significado del
intento revolucionario y el pensamiento independentista de signo continental
del Generalísimo de nuestra Primera República.
Diario puntual y exacto de la invasión
del Puerto Real de La Vela de Coro y ciudad de Coro, hecha por el infame,
pérfido y traidor Francisco de Miranda, desde el 1º de agosto de 1806 hasta el
13 del mismo mes y año, que precipitado y vergonzosamente, se le hizo poner en
fuga por las victoriosas armas del Rey de España y sus leales corianos.
Mandados por el Capitán del Ejército, Comandante de ellas en esta jurisdicción
don Juan Manuel de Salas, a saber:
Día 1.—A las once y tres cuartos de esta
noche, me dio parte el comandante de La Vela, Don José Vega. Capitán de
Milicias. Graduados de infantería que las vigías de Barlovento habían observado
que ocho buques grandes, muchos de ellos se dirigían al puerto. Inmediatamente
despaché extraordinarios, a los comandantes de Paraguaná y Casicure Teniente de
San Luís y comisionado, para que aprontasen su fuerza armada. La guarnición de
esta ciudad tomó las armas, se dispuso la artillería y reforcé la Vela con 20
fusileros v 100 lanceros.
Día 2.—Al amanecer el vigía de La Retama
observó, que la escuadrilla enemiga se componía de un "novio, dos
fragatas. Tres bergantines. y tres goletas ancladas a sotavento del puerto. Los
dos bergantines se habían hecho a la vela con dirección al fondeadero, como
también que los primeros indicaban desembarcar gente en la costa del Istmo;
reiteré mis órdenes a los dichos comandantes y demás para que se pusiesen en
marcha con sus fuerzas y yo con las mías de 80 fusileros y 234 lanceros, me
situé en el paso del río, punto medio entre la ciudad y la Vela con el objeto
de cubrir la ciudad y ocupar los Médanos, si los enemigos desembarcaban en la
costa donde comienza el Istmo, pero en la marcha otro parte de Vega confirmó el
anterior con la diferencia de no expresar el desembarco que salió falso. Esta
tarde observé con don Ignacio Emazabel desde la vigía de La Retama y me aseguré
que a sotavento había dos fragatas y un bergantín anclados, otra fragata
grande, dos goletas de gabias y tres pequeñas voltejeando con dirección al
fuerte de San Pedro, dos bergantines de mucho porte anclados delante de él que,
en la boca del río había un lanchón lleno de gente y últimamente que la
disposición de los buques indicaba dos o tres desembarcos, ya fuese para
distraer mis fuerzas a llamarlos al falso, mientras realizaban el cierto. Como
estaba advertido que los enemigos podían reunir en la Isla de Trinidad 3.000
hombres y los buques a la vista podían contener a lo menos 2.000, creí también
que intentasen dirigir parte de sus fuerzas a la Boca del río y Paguarita. Lo
primero para cortar la retirada de la guarnición de la Vela, tomándola por su
espalda y lo segundo para situarse en lo más estrecho del Istmo de la península
quitándome el auxilio de esta fuerza numerosa, resolví replegarme a un punto
que cubriese todas las avenidas desde la costa a la ciudad, no distante de los
parajes que la Vigía señalase al pueblo de Cumarebo, socorriese La Vela y me
manifestase con fogatas, hachas y cohetes lo que observase por la noche, en
ella tiraron los enemigos varios cañones sobre el fuerte de San Pedro, de hora
en hora, correspondiéndoseles de nuestra parte con menos intermisión. Se me
unieron 10 hombres que armé con lanzas.
Día 3.—En esta madrugada se me agregó
una compañía de indios de Mitare, con 80 hombres y a las cinco y media avisó
Vega de subsistir los enemigos en la misma disposición que en la tarde
anterior. Al poco rato se oyó un fuego vivo que me hizo poner en movimiento.
Pero cesó tan pronto, que luego empezaron a llegar algunos soldados dispersos
de la guarnición de la Vela y me manifestaron que los enemigos habían
desembarcado en número de 500 hombres, por el punto de Barlovento que llaman de
Santiaguillo. Protegidos de los fuegos de sus buques y lanchas armadas, no
obstante seguí mi marcha a donde el camino se estrecha más, para cubrir mucho
mejor la ciudad.
Supe también que la guarnición de La
Vela se retiraba dispersa por los cardonales y paso de las Calderas, buscando
el asilo de las alturas. Combinando la pérdida de este punto con mis fuerzas
conocí, que con 80 fusileros únicos no podía determinarse a ninguna acción que
los demás lanceros y flecheros son inútiles por la calidad de sus armas. Que si
atacaban o esperaban el ataque de los enemigos, debía ser precisamente envuelto
o arroyado y en este caso la dispersión de los paisanos era consiguiente,
dejando la calidad expuesta a ser cogida con su vecindario que a la sombra de
mi resistencia hubiera subsistido en sus hogares, que aunque no me atacasen los
enemigos podían encerrarme en la ciudad, apoderarse por el paso de las Calderas
de los desfiladeros de Caujarao, cortarme aquella retirada la comunicación con
Paraguaná y Casicure, quitarme los víveres, impedir la reunión de los socorros
de Barquisimeto, Carora y el Tocuyo, y lo que hubiera sido más funesto, abrirse
una entrada al centro de la sierra donde están las esclavitudes de todas las
haciendas de esta jurisdicción que, es regular se acuerden todavía de sus
padres, hermanos, amigos y parientes que murieron a resultas de la sublevación
de 1795 y últimamente que, las primeras ventajas, si las hubiera logrado el
traidor dispensador, mis fuerzas hubieran hecho una sensación extraordinaria en
los espíritus débiles y mansos, cautos, que habrían exaltado las fuerzas y
talentos del vencedor y en seguida le hubiera sido más fácil a éste, propagar e
impresionar sus perversas ideas. Determiné retirarme al sitio elevado de Buena
Vista que cubre la entrada a la serranía. Mandé al teniente de paisanos Don
Francisco de Manzano con Don José de Tellería, que se emboscasen con algunas
compañías de indios en los cardonales que orillean el camino real de La Vela y
me diese parte de las ocurrencias. A las seis de la mañana despaché postas a
los Tenientes de Barquisimeto, Carora y Tocuyo para que me auxiliasen con sus
Fuerzas. A las doce de la misma se agregó Vega con parte de su tropa, pasé a
reconocer el sitio de Caujarao que me aseguraba cubrir a un mismo tiempo la
avenida de La Vela que se une con el camino de la serranía, el descanso de mi
tropa y el riesgo de una sorpresa. A las siete de esta tarde un vecino de La
Vela me dijo a la voz que los enemigos habían desembarcado la artillería y
disponían las cureñas de algunas piezas de La Vela, con el objeto de aprestarse
para atacar la ciudad. Me informó también que había mucha gente en tierra y que
le quedaba mucha mas en los buques, pero no satisfecho con su noticia, le volví
a despachar para que adquiriese más pormenor, y en efecto a las nueve de la
noche volvió y dijo que, las tropas que estaban en tierra serían como unos 500
hombres, y que abordo quedaba el mayor número.
Según oyó que le parecían disciplinados
de todas naciones y blancos que, la artillería desembarcada eran seis cañones
de campaña y que habían mandado habilitar los de a 4 de La Vela para
conducirlos también. Que pensaban marchar para la ciudad al día siguiente y que
los buques fondeados quedaban acordonados en el puerto.
Aunque de ningún modo me era posible hacer
frente a los enemigos, ni en toda la llanura que media entre La Vela y la
ciudad, hay una posición ventajosa que pudiera suplir con su defensa muy pocos
fusileros a muchos de los enemigos, pensé no obstante incomodarlos en el camino
desde los cardonales. Aunque muy claros no dejan de proporcionar bien que con
dificultad, este género de guerrillas, para lo cual destiné al subteniente Don
Francisco Carabaño que marchase y le previne procediese de acuerdo con Manzano
que ya tenía 270 indios que se esforzasen a verificar la empresa con la mayor
bizarría.
En este día se me unieron 102 hombres,
pocos de ellos armados con lanzas y escopetas: 47 negros para el transporte de
la artillería, municiones; 19 hombres montados, unos con espadas, otros con
pistolas y otros desarmados y 209 flecheros cuya mayor parte estaba en el llano
con Manzano.
Día 4.—A las tres y media de esta mañana
marchó Carabaño con 80 fusileros, 3 compañías de lanceros y 12 montados,
dirigiendo la columna de 300 hombres al camino real de la Vela por el que
llaman de las Huertas, y yo me quedé con otros 200, entre fusileros, lanceros e
indios flecheros para seguir a Carabaño, sostenerlo en caso de que se viese
empeñado, o de proteger su retirada si se veía arroyado de los enemigos; pero acabando
de arreglar mi columna para marchar, llegó un hombre montado corriendo a rienda
suelta con la noticia que los enemigos habían entrado a la ciudad y se había
oído una descarga de fusilería en ella, confirmándola el parte de Manzano que
recibí al mismo tiempo y algunos vecinos que fueron llegando expresaron que la
entrada la verificaron antes del amanecer como que el tiroteo oído fue un
saludo cuando llegaron a ocupar la plaza principal. Al instante mandé a
Carabaño se me reuniese, lo que verificado pasé a ocupar la posición de Río
Seco, que me asegura de toda sorpresa y aún de ser atacado por fuerzas muy
superiores respecto de los desfiladeros, pasos del río y dominaciones
ventajosas que cubren todo lo largo del camino. Mientras me reuní con las fuerzas
de Paraguaná y Casicure y entre tanto procuré alentar la gente que estaba algo
abatida, los unos con la derrota que sufrieron en la Vela y los otros con lo
que aquellos les contaban haciéndoles al mismo tiempo conocer y despreciar al
enemigo por medio de las guerrillas.
Conociendo también que el agua estaba
escasa y larga la del río, que los víveres y forrajes lo estaban también,
celebré una junta para ocurrir al remedio y aunque por el momento opinaban
todos que se trasladase el campo al interior de la sierra, conocí en seguida
otros perjuicios más graves, como eran la dificultad de reunir las fuerzas de
Paraguaná y Casicure, dejar al enemigo más libertad para sus operaciones y
subsistencia; esparcir con más frecuencia sus máximas y últimamente el que llegase
a creer que nuestra enorme distancia era un signo no tanto de conveniencia como
de una vergonzosa fuga, por cuyas razones subsistió siempre el campo en Río
Seco.
Despaché órdenes al Teniente de San
Luís, Comisionados y Alcaldes de indios, avisé al Ministro de Real Hacienda Don
Juan Manuel de Iturbe que se hallaba con la Reales Cajas en la Serranía de
Quiragua, para que remitieran cuantas provisiones hubiesen al campamento donde
se pagarían de contado. Estas providencias fueron suficientes para que desde
aquel entonces no faltase al campo su subsistencia y socorro en dinero.
En este las avanzadas de Buena Vista y
Caujarao, remitían algunos vecinos dispersos y bajaron otros de San Luís cuya
mayor parte se despidió por no tener armas, siendo el total de los reunidos 63,
pocos de ellos con algunas escopetas y algunos sables, 47 montados con espadas
y pistolas y 88 flecheros. Llegaron también el resto de la compañía de La Vela
menos once hombres que estaban destacados en Cumarebo, que se despidieron mucha
parte de ellos por no tener armas. A las diez de la noche despaché al Teniente
de paisanos Don Manuel de la Carrera y Colina, bien instruido de mi situación,
fuerzas y las de mis enemigos, según las noticias hasta entonces recibidas para
que las comunicase de paso al Comandante de Casicure y se dirigiese sin
detención a Maracaibo en solicitud de auxilios, la eficacia y actividad de
Carrera proporcionó un socorro de aquel señor Gobernador de 200 hombres al
mando del Teniente Coronel don Ramón Correa y Guevara, y 8.000 cartuchos de
fusil.
Día 5.—Se nombraron dos partidas de
guerrillas de a 25 hombres cada una a las órdenes de los subtenientes de
paisanos Don José María Medina y Don Casimiro García. Despaché un espía a La
Vela que volvió al anochecer con la noticia que los enemigos guarnecían aquel
puerto con más marinería que tropa y que trabajaban una cortadura donde llaman
la Salina.
Las partidas de guerrillas se
adelantaron hasta el campo inmediato de la ciudad y no encontraron avanzadas
algunas de los enemigos, que las tenían reducidas a la orilla exterior de la
población. La avenida de Buena Vista remitió tres indios nuestros que dijeron
venían a presentarse y traían puestas unas chaquetas azules con vueltas
amarillas.
En este día se reunieron 32 hombres
desarmados que admití como los demás que sucesivamente venían sin ellas para
quitarles todo pretexto de ausentarse. También llegaron 88 montados, de San
Luís y Pedregal, armados unos con pistolas, otros con espadas y muchos sin arma
alguna y 235 flecheros
Día 6.—La guerrilla de García remitió
tres prisioneros de los enemigos que encontró sin armas, se les recibió su
declaración y remitieron con el expediente a Puerto Cabello. Se agregaron este
día al campo 108 hombres desarmados.
Día 7.—Los sargentos montados Diego
Zabala y Vicente Morillo pidieron voluntariamente salir de guerrillas con seis
soldados de su cuerpo y volvieron al mediodía después de haber tenido en el
sitio del Barrial un encuentro con los enemigos que perdieron un oficial,
muerto por el Morillo. Se reunieron 15 hombres desarmados y los fusileros de la
Vela que estaban destacados en Cumarebo.
Día 8.—A las ocho de la mañana recibí
avisos del cura don Pedro Pérez y del Administrador de Correos don Nicolás
Yanes y de don Miguel Álvarez, de que los enemigos habían abandonado la ciudad
la noche anterior como a las diez de ella, dejando muchas casas abiertas.
Inmediatamente destiné a Vegas con 100 hombres y 30 montados, de guarnición, y
que procurase evitar el robo de las casas. Don Juan Meogui condujo un indio y
las guerrillas remitieron un sueco y un americano, este y el indio con chaqueta
encarnada. Dijeron que se quedaron dormidos en Coro cuando lo abandonaron los
enemigos y fueron aprehendidos en el camino de la Vela. Se agregaron en este
día 10 hombres desarmados.
Día 9.—A las seis de esta tarde se me
presentó el Comandante de Casicure don José García Miralles a quien instruí de
todo, y conviniendo sus reflexiones con las mías, determiné no diferir un
momento situarnos al frente del enemigo en posiciones ventajosas para detallar
después las operaciones que debían seguirse a su destrucción, reduciéndolos a
los estrechos límites de la población que ocupaba, incomodarlo en ella de día y
noche, atacarlo en el momento que una mar de leva le impidiese conservar sus
flancos y espaldas por los buques menores, lanchas y botes armados que tenían
con este objeto acordonados en el puerto.
Vega me dio parte de haber entrado en la
ciudad la primera división de Casicure de cinco compañías con 370 hombres al
mando del capitán don Manuel Ustua, y 30 caballos, y en seguida entró la
segunda del mismo partido, de cuatro compañías con 270 hombres al mando del
capitán Don Javier Morios. Di las providencias correspondientes para mover el campo
al salir la luna. A las 7 de la noche condujo Don Santos Aristizabal un
prisionero húsar desmontado de nación piamontés, armado de sable y fusil. En
este día se me reunieron trece hombres desarmados.
Día 10.—A las tres de la mañana marchó
el campo a Buena Vista, como también la artillería y víveres, municiones y
pertrechos en hombros de morenos y desde este punto siguióse después la marcha
al campo de San Gabriel, desde el cual, después que comió la tropa, se dividió
en 3 columnas, la de la izquierda se dio el mando a Vega, compuesta de 64
fusileros y hasta 500 hombres lanceros y flecheros los más, para que se
dirigiese a ocupar los médanos de la Boca del Río.
La columna de la derecha, compuesta del
mismo número de fusileros, lanceros y flecheros, se destinó a las órdenes de
don Basilio López para que ocupase el Hatillo del Botado, situado al sur de la
Vela en una elevación ventajosa, previniéndole al mismo tiempo extendiese sus
líneas a cortar las comunicaciones de Guaíbacoa y costa arriba y yo con Miralles
y Carabaño, marché con la columna del centro compuesta del mismo número de
fusileros, y 100 hombres montados con el tren de artillería al paso del río,
dejando en la ciudad al capitán de paisanos don Martín Echave con la segunda
división de Casicure, 17 fusileros y dos compañías de indios, cuyo cuerpo y
reserva aseguraba a un mismo tiempo las propiedades de las casas abandonadas
por sus dueños. Luego que llegué mandé mandar situar las avanzadas de la otra
parte del río y una gran guardia de caballería de 20 hombres. La artillería la
dejé a mi espalda porque no siendo más que de dos cañones de a 4 y 3 pedreros,
y que desde la cresta de la caja del río, no enfilaba bien la avenida enemiga,
podía ser arroyado, si ellos me cargaban con todas sus fuerzas, respecto que
las mías no podían sostenerse con 64 fusiles y algunas escopetas, al paso que
si llegaba este lance, los enemigos en mi retirada entrarían en un espacioso
llano en donde la artillería desde una caja del monte que la orillaba,
emplearía sus fuegos sobre ellos, que, poniéndolos en desorden la caballería
los acabaría de destruir del todo. Mi posición se comunicaba perfectamente con
mis alas y aunque la derecha me distaba algún tanto más, la llanura que mediaba
entre ambas me facilitaba que la caballería dificultase la interrupción; la
izquierda se apoyaba sobre la mar, y aunque muy próxima a los enemigos tenía el
río por delante que era muy difícil de vadear.
ARCHIVOS DE LA
ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA SUCESOS DE LA INVASIÓN Y TOMA DEL PUERTO REAL
DE LA VELA DE CORO Y CIUDAD DE CORO. AÑO DE 1806. (Diario de un oficial
realista) En los archivos de la Academia, se han encontrado el original que
reproducimos relativo a la toma de La Vela y Coro, por el General Miranda en
1806. Los hechos son narrados por un oficial español del real ejército que
combatió al Precursor. Naturalmente, el realista ve en su adversario todas las
infamias y todas las perfidias, como sucede siempre, incapaz como era con su
miopía política de comprender el significado del intento revolucionario y el
pensamiento independentista de signo continental del Generalísimo de nuestra
Primera República. Diario puntual y exacto de la invasión del Puerto Real de La
Vela de Coro y ciudad de Coro, hecha por el infame, pérfido y traidor Francisco
de Miranda, desde el 1º de agosto de 1806 hasta el 13 del mismo mes y año, qué precipitado y vergonzosamente, se le hizo poner
en fuga por las victoriosas armas del Rey de España y sus leales corianos.
Mandados por el Capitán del Ejército, Comandante de ellas en esta jurisdicción
don Juan Manuel de Salas, a saber: Día 1.—A las once y tres cuartos de esta noche,
me dio parte el comandante de La Vela, Don José Vega. Capitán de Milicias.
Graduados de infantería que las vigías de Barlovento habían observado que ocho
buques grandes, muchos de ellos se dirigían al puerto. Inmediatamente, despaché extraordinarios, a los comandantes de Paraguaná y Casicure Teniente de San Luis y comisionado, para que aprontasen su fuerza
armada. La guarnición de esta ciudad tomó las armas, se dispuso la artillería y
reforcé la Vela con 20 fusileros v 100 lanceros. Día 2.—Al amanecer el vigía de
La Retama observó, que la escuadrilla enemiga se componía de un "Navio, dos fragatas. Tres bergantines y tres goletas ancladas a sotavento del puerto. Los dos
bergantines se habían hecho a la vela con dirección al fondeadero, como también
que los primeros indicaban desembarcar gente en la costa del Istmo; reiteré mis
órdenes a los dichos comandantes y demás para que se pusiesen en marcha con sus
fuerzas y yo con las mías de 80 fusileros y 234 lanceros, me situé en el paso
del río, punto medio entre la ciudad y la Vela con el objeto de cubrir la
ciudad y ocupar los Médanos, si los enemigos desembarcaban en la costa donde
comienza el Istmo, pero en la marcha otro parte de Vega confirmó el anterior
con la diferencia de no expresar el desembarco que salió falso. Esta tarde observé con don Ignacio Emazabel desde la vigía de La Retama y me aseguré que a
sotavento había dos fragatas y un bergantín anclados, otra fragata grande, dos
goletas de gabias y tres pequeñas voltejeando con dirección al
fuerte de San Pedro, dos bergantines de mucho porte anclados delante de él que,
en la boca del río había un lanchón lleno de gente y últimamente que la
disposición de los buques indicaba dos o tres desembarcos, ya fuese para
distraer mis fuerzas a llamarlos al falso, mientras realizaban el cierto. Como
estaba advertido que los enemigos podían reunir en la Isla de Trinidad 3.000
hombres y los buques a la vista podían contener a lo menos 2.000, creí también
que intentasen dirigir parte de sus fuerzas a la Boca del río y Paguarita. Lo primero
para cortar la retirada de la guarnición de la Vela, tomándola por su espalda y
lo segundo para situarse en lo más estrecho del Istmo de la península
quitándome el auxilio de esta fuerza numerosa, resolví replegarme a un punto
que cubriese todas las avenidas desde la costa a la ciudad, no distante de los
parajes que la Vigía señalase al pueblo de Cumarebo, socorriese La Vela y me
manifestase con fogatas, hachas y cohetes lo que observase por la noche, en
ella tiraron los enemigos varios cañones sobre el fuerte de San Pedro, de hora
en hora, correspondiéndoseles de nuestra parte con menos intermisión. Se me unieron 10 hombres que armé con lanzas. Día
3.—En esta madrugada se me agregó una compañía de indios de Mitare, con 80 hombres y a las cinco y media avisó Vega
de subsistir los enemigos en la misma disposición que en la tarde anterior. Al
poco rato se oyó un fuego vivo que me hizo poner en movimiento. Pero cesó tan
pronto, que luego empezaron a llegar algunos soldados dispersos de la
guarnición de la Vela y me manifestaron que los enemigos habían desembarcado en
número de 500 hombres, por el punto de Barlovento que llaman de Santiaguillo. Protegidos de los fuegos de sus buques y lanchas
armadas, no obstante seguí mi marcha a donde el camino se estrecha más, para
cubrir mucho mejor la ciudad. Supe también que la guarnición de La Vela se
retiraba dispersa por los cardonales y paso de las Calderas, buscando el asilo
de las alturas. Combinando la pérdida de este punto con mis fuerzas conocí, que
con 80 fusileros únicos no podía determinarse a ninguna acción que los demás
lanceros y flecheros son inútiles por la calidad de sus armas. Que si atacaban o
esperaban el ataque de los enemigos, debía ser precisamente envuelto o arroyado
y en este caso la dispersión de los paisanos era consiguiente, dejando la
calidad expuesta a ser cogida con su vecindario que a la sombra de mi
resistencia hubiera subsistido en sus hogares, que aunque no me atacasen los
enemigos podían encerrarme en la ciudad, apoderarse por el paso de las Calderas
de los desfiladeros de Caujarao, cortarme aquella retirada la comunicación con Paraguaná y Casicure, quitarme los víveres, impedir la reunión de los
socorros de Barquisimeto, Carora y el Tocuyo, y lo que hubiera sido más
funesto, abrirse una entrada al centro de la sierra donde están las
esclavitudes de todas las haciendas de esta jurisdicción que, es regular se
acuerden todavía de sus padres, hermanos, amigos y parientes que murieron a
resultas de la sublevación de 1795 y últimamente que, las primeras ventajas, si
las hubiera logrado el traidor dispensador, mis fuerzas hubieran hecho una
sensación extraordinaria en los espíritus débiles y mansos, cautos, que habrían
exaltado las fuerzas y talentos del vencedor y en seguida le hubiera sido más
fácil a este, propagar e impresionar sus perversas ideas.
Determiné retirarme al sitio elevado de Buena Vista que cubre la entrada a la
serranía. Mandé al teniente de paisanos Don Francisco de Manzano con Don José
de Tellería, que se emboscasen con algunas compañías de indios en los
cardonales que orillean el camino real de La Vela y me diese parte de las
ocurrencias. A las seis de la mañana despaché postas a los Tenientes de
Barquisimeto, Carora y Tocuyo para que me auxiliasen con sus Fuerzas. A las
doce de la misma se agregó Vega con parte de su tropa, pasé a reconocer el
sitio de Caujarao que me aseguraba cubrir a un mismo tiempo la
avenida de La Vela que se une con el camino de la serranía, el descanso de mi
tropa y el riesgo de una sorpresa. A las siete de esta tarde un vecino de La
Vela me dijo a la voz que los enemigos habían desembarcado la artillería y
disponían las cureñas de algunas piezas de La Vela, con el objeto de aprestarse
para atacar la ciudad. Me informó también que había mucha gente en tierra y que
le quedaba mucha más en los buques, pero no satisfecho con su noticia,
le volví a despachar para que adquiriese más pormenor, y en efecto a las nueve
de la noche volvió y dijo que, las tropas que estaban en tierra serían como
unos 500 hombres, y que abordo quedaba el mayor número. Según oyó que le
parecían disciplinados de todas naciones y blancos que, la artillería
desembarcada eran seis cañones de campaña y que habían mandado habilitar los de a 4 de La Vela para conducirlos también. Que
pensaban marchar para la ciudad al día siguiente y que los buques fondeados
quedaban acordonados en el puerto. Aunque de ningún modo me era posible hacer
frente a los enemigos, ni en toda la llanura que media entre La Vela y la
ciudad, hay una posición ventajosa que pudiera suplir con su defensa muy pocos
fusileros a muchos de los enemigos, pensé no obstante incomodarlos en el camino
desde los cardonales. Aunque muy claros no dejan de proporcionar bien que con
dificultad, este género de guerrillas, para lo cual destiné al subteniente Don
Francisco Carabaño que marchase y le previne procediese de acuerdo
con Manzano que ya tenía 270 indios que se esforzasen a verificar la empresa
con la mayor bizarría. En este día se me unieron 102 hombres, pocos de ellos
armados con lanzas y escopetas: 47 negros para el transporte de la artillería,
municiones; 19 hombres montados, unos con espadas, otros con pistolas y otros
desarmados y 209 flecheros cuya mayor parte estaba en el llano con Manzano. Día
4.—A las tres y media de esta mañana marchó Carabaño con 80 fusileros, 3 compañías de lanceros y 12
montados, dirigiendo la columna de 300 hombres al camino real de la Vela por el
que llaman de las Huertas, y yo me quedé con otros 200, entre fusileros,
lanceros e indios flecheros para seguir a Carabaño, sostenerlo en caso de que se viese empeñado, o
de proteger su retirada si se veía arroyado de los enemigos; pero acabando de
arreglar mi columna para marchar, llegó un hombre montado corriendo a rienda
suelta con la noticia que los enemigos habían entrado a la ciudad y se había
oído una descarga de fusilería en ella, confirmándola el parte de Manzano que
recibí al mismo tiempo y algunos vecinos que fueron llegando expresaron que la
entrada la verificaron antes del amanecer como que el tiroteo oído fue un
saludo cuando llegaron a ocupar la plaza principal. Al instante mandé a Carabaño se me reuniese, lo que verificado pasé a ocupar
la posición de Río Seco, que me asegura de toda sorpresa y aun de ser atacado por fuerzas muy superiores
respecto de los desfiladeros, pasos del río y dominaciones ventajosas que
cubren todo lo largo del camino. Mientras me reuní con las fuerzas de Paraguaná y Casicure y entre tanto procuré alentar la gente que estaba
algo abatida, los unos con la derrota que sufrieron en la Vela y los otros con
lo que aquellos les contaban haciéndoles al mismo tiempo conocer y despreciar
al enemigo por medio de las guerrillas. Conociendo también que el agua estaba
escasa y larga la del río, que los víveres y forrajes lo estaban también,
celebré una junta para ocurrir al remedio y aunque por el momento opinaban
todos que se trasladase el campo al interior de la sierra, conocí en seguida
otros perjuicios más graves, como eran la dificultad de reunir las fuerzas de Paraguaná y Casicure, dejar al enemigo más libertad para sus
operaciones y subsistencia; esparcir con más frecuencia sus máximas y
últimamente el que llegase a creer que nuestra enorme distancia era un signo no
tanto de conveniencia como de una vergonzosa fuga, por cuyas razones subsistió
siempre el campo en Río Seco. Despaché órdenes al Teniente de San Luís, Comisionados y Alcaldes de indios, avisé al
Ministro de Real Hacienda Don Juan Manuel de Iturbe que se hallaba con las Reales Cajas en la Serranía de Quiragua, para que remitieran cuantas provisiones hubiesen al campamento donde se pagarían de contado. Estas
providencias fueron suficientes para que desde aquel entonces no faltase al
campo su subsistencia y socorro en dinero. En este las avanzadas de Buena Vista
y Caujarao, remitían algunos vecinos dispersos y bajaron
otros de San Luis cuya mayor parte se despidió por no tener armas,
siendo el total de los reunidos 63, pocos de ellos con algunas escopetas y
algunos sables, 47 montados con espadas y pistolas y 88 flecheros. Llegaron
también el resto de la compañía de La Vela menos once hombres que estaban
destacados en Cumarebo, que se despidieron mucha parte de ellos por no tener
armas. A las diez de la noche despaché al Teniente de paisanos Don Manuel de la
Carrera y Colina, bien instruido de mi situación, fuerzas y las de mis
enemigos, según las noticias hasta entonces recibidas para que las comunicase
de paso al Comandante de Casicure y se dirigiese sin detención a Maracaibo en
solicitud de auxilios, la eficacia y actividad de Carrera proporcionó un
socorro de aquel señor Gobernador de 200 hombres al mando del Teniente Coronel
don Ramón Correa y Guevara, y 8.000 cartuchos de fusil. Día 5.—Se nombraron dos
partidas de guerrillas de a 25 hombres cada una a las órdenes de los
subtenientes de paisanos Don José María Medina y Don Casimiro García. Despaché
un espía a La Vela que volvió al anochecer con la noticia que los enemigos
guarnecían aquel puerto con más marinería que tropa y que trabajaban una
cortadura donde llaman la Salina. Las partidas de guerrillas se adelantaron
hasta el campo inmediato de la ciudad y no encontraron avanzadas algunas de los enemigos, que las tenían reducidas a la
orilla exterior de la población. La avenida de Buena Vista remitió tres indios
nuestros que dijeron venían a presentarse y traían puestas unas chaquetas
azules con vueltas amarillas. En este día se reunieron 32 hombres desarmados que
admití como los demás que sucesivamente venían sin ellas para quitarles todo
pretexto de ausentarse. También llegaron 88 montados, de San Luis y Pedregal, armados unos con pistolas, otros con
espadas y muchos sin arma alguna y 235 flecheros Día 6.—La guerrilla de García
remitió tres prisioneros de los enemigos que encontró sin armas, se les recibió
su declaración y remitieron con el expediente a Puerto Cabello. Se agregaron
este día al campo 108 hombres desarmados. Día 7.—Los sargentos montados Diego
Zabala y Vicente Morillo pidieron voluntariamente salir de guerrillas con seis
soldados de su cuerpo y volvieron al mediodía después de haber tenido en el
sitio del Barrial un encuentro con los enemigos que perdieron un oficial,
muerto por el Morillo. Se reunieron 15 hombres desarmados y los fusileros de la
Vela que estaban destacados en Cumarebo. Día 8.—A las ocho de la mañana recibí
avisos del cura don Pedro Pérez y del Administrador de Correos don Nicolás
Yanes y de don Miguel Álvarez, de que los enemigos habían abandonado la ciudad
la noche anterior como a las diez de ella, dejando muchas casas abiertas. Inmediatamente, destiné a Vegas con 100 hombres y 30 montados, de
guarnición, y que procurase evitar el robo de las casas. Don Juan Meogui condujo un indio y las guerrillas remitieron un
sueco y un americano, este y el indio con chaqueta encarnada. Dijeron que se
quedaron dormidos en Coro cuando lo abandonaron los enemigos y fueron
aprehendidos en el camino de la Vela. Se agregaron en este día 10 hombres desarmados.
Día 9.—A las seis de esta tarde se me presentó el Comandante de Casicure don José García Miralles a quien instruí de todo,
y conviniendo sus reflexiones con las mías, determiné no diferir un momento
situarnos al frente del enemigo en posiciones ventajosas para detallar después
las operaciones que debían seguirse a su destrucción, reduciéndolos a los
estrechos límites de la población que ocupaba, incomodarlo en ella de día y
noche, atacarlo en el momento que una mar de leva le impidiese conservar sus
flancos y espaldas por los buques menores, lanchas y botes armados que tenían con
este objeto acordonados en el puerto. Vega me dio parte de haber entrado
en la ciudad la primera división de Casicure de cinco compañías con 370 hombres al mando del
capitán don Manuel Ustua, y 30 caballos, y en seguida entró la segunda del
mismo partido, de cuatro compañías con 270 hombres al mando del capitán Don
Javier Morios. Di las providencias correspondientes para mover
el campo al salir la luna. A las 7 de la noche condujo Don Santos Aristizabal un prisionero húsar desmontado de nación
piamontés, armado de sable y fusil. En este día se me reunieron trece hombres
desarmados. Día 10.—A las tres de la mañana marchó el campo a Buena Vista, como
también la artillería y víveres, municiones y pertrechos en hombros de morenos
y desde este punto siguióse después la marcha al campo de San Gabriel, desde
el cual, después que comió la tropa, se dividió en 3 columnas, la de la
izquierda se dio el mando a Vega, compuesta de 64 fusileros y hasta 500 hombres
lanceros y flecheros los más, para que se dirigiese a ocupar los médanos de la
Boca del Río. La columna de la derecha, compuesta del mismo número de
fusileros, lanceros y flecheros, se destinó a las órdenes de don Basilio López
para que ocupase el Hatillo del Botado, situado al sur de la Vela en una
elevación ventajosa, previniéndole al mismo tiempo extendiese sus líneas a
cortar las comunicaciones de Guaíbacoa y costa arriba y yo con Miralles y Carabaño, marché con la columna del centro compuesta del
mismo número de fusileros, y 100 hombres montados con el tren de artillería al
paso del río, dejando en la ciudad al capitán de paisanos don Martín Echave con la segunda división de Casicure, 17 fusileros y dos compañías de indios, cuyo
cuerpo y reserva aseguraba a un mismo tiempo las propiedades de las casas
abandonadas por sus dueños. Luego que llegué mandé mandar situar las avanzadas
de la otra parte del río y una gran guardia de caballería de 20 hombres. La
artillería la dejé a mi espalda porque no siendo más que de dos cañones de a 4
y 3 pedreros, y que desde la cresta de la caja del río, no enfilaba bien la
avenida enemiga, podía ser arroyado, si ellos me cargaban con todas sus
fuerzas, respecto que las mías no podían sostenerse con 64 fusiles y algunas
escopetas, al paso que si llegaba este lance, los enemigos en mi retirada
entrarían en un espacioso llano en donde la artillería desde una caja del monte
que la orillaba, emplearía sus fuegos sobre ellos, que, poniéndolos en desorden
la caballería los acabaría de destruir del todo. Mi posición se comunicaba perfectamente con mis
alas y aunque la derecha me distaba algún tanto más, la llanura que mediaba entre ambas me
facilitaba que la caballería dificultase la interrupción; la izquierda se
apoyaba sobre la mar, y aunque muy próxima a los enemigos tenía el río por delante
que era muy difícil de vadear.
Día 11.—Como a las tres de la madrugada,
teniendo Miralles las tropas sobre las armas, mientras se hacían las
descubiertas por las guerrillas pasado un buen rato se oyó un tiroteo en la
izquierda que se fue aumentando a medida que amanecía y siguió protegido del
cañón de los buques fondeados y de una lancha cañonera que se aproximaba a la Boca
del río, de lo cual dio parte Vegas, como de que varios botes y canoas, sin
distinguir su número, se hallaban en la Boca; que estaba empeñado en la acción
con dichos botes que se defendían con obstinación y solicitaba se le reforzase
con más fusilería, pero que Miralles le contestó se defendiese con la que
tenía. Amanecido ya volvió Vega a reiterar su parte de que el enemigo dirigía
una columna por la playa y nuestras avanzadas, que otra por dentro de los
médanos con un cañón, sin duda con el objeto de proteger la acción que
aun duraba en la boca..
Miralles contestó a Vega no tuviese cuidado de aquellos enemigos que se le
dirigían por su frente, pues se le hacia retroceder muy aprisa. Así fue porque
Miralles remitió inmediatamente al teniente de pardos urbanos Antonio de Moros,
con el resto de su compañía y algunos escopeteros de Casicure para reforzar al
subteniente de paisanos García y al sargento primero de los mismos urbanos
blancos José Manuel Colina, ordenándoles que flanqueasen a los enemigos por su
costado izquierdo. Envió también a Echauspe con 80 caballos para que si
descendían al llano desde los médanos que ocupaban
pudiesen atacarlos en su retirada,
cortándoles esta, luego que los enemigos, muy distantes aún de la boca, se
vieron con fuegos que los flanqueaban y la caballería casi a su espalda,
comenzaron a retroceder que no bastaba la presencia y amenazas de sus oficiales
que a caballo con los sables procuraban contenerlos, para que a lo menos no
abandonasen el cañón, pero viendo frustradas sus esperanzas desistieron de su
empeño y se retiraron disparando sobre la caballería algunos cañonazos.
Echauspe, comandante de ella, prolongó
el frente de su caballería poniéndola en ala, pero no a su gente, con el ánimo
de atacarlo en su retirada, pero no sacó más fruto que el de once voluntarios
que salieron al frente, con cuyo corto número no pudo ejecutar su bizarría. La
acción duró tres horas. Vega se portó con el mayor valor y constancia, como sus
subalternos y tropa con bizarría.
Perdió el enemigo 20 muertos, 5
prisioneros, tres canoas y un bote lleno de barrilería y pipas. Se escaparon
dos botes muy aprisa a los que se dirigían algunos a nado, que se ahogarían,
respecto a que después han parecido 8 ó 9 cadáveres en la costa de Paraguaná.
En las columnas auxiliares de la Vela tuvieron también pérdida da hombres
porque en aquel sitio había una fetidez intolerable de muertos enterrados por
los mismos enemigos y que los contrarios habían embarcado muchos heridos a
bordo de sus buques, entre ellos tres oficiales. Si la columna de la
derecha no hubiera tenido la desgracia de equivocar su camino la noche del
diez, hubiera tomado un cañón y treinta hombres que se retiraron a la Vela y
estuvieron perdidos en el monte, además de que nos faltó por aquella parte la
fuerza que hubiera contribuido mucho a consternar más a los enemigos en su
ataque y aún quizá a cortarle su retirada. Después de la acción entró la
segunda división de Casicure y ocupando la ciudad la tercera y cuarta,
compuesta de ocho compañías en número de 600 hombres.
Día 12.—Ordenó a los oficiales de
guerrilla que hiciesen las descubiertas bien largas, hasta encontrar las de los
enemigos y habiéndose retirado muy tarde dieron parte de que sólo tenían sus
centinelas en la en punta del médano que corre sobre la misma Vela y que habían
observado que tenían muchos botes fondeados en la playa y otros en continuo
movimiento desde ella a los buques, que, estos se habían aproximado, los de de
menor porte al castillo de San Pedro, guardando una especie de línea o cordón y
dando los costados de estribor a la avenida de nuestro campo de a la Vela. A
las tres de esta tarde hubo un fuerte aguacero, y concibiendo yo que el
silencio de los enemigos podía ser causa de intentar con refuerzo de las
tripulaciones algún ataque contra algunos de mis puntos, y más cuando no
ignoraría que nuestra tropa estaba a la inclemencia bien mojada, pensé a un
mismo tiempo observarlos y darles a conocer que estábamos muy sobre nosotros
mismos. A este fin mandé a Echauspe con la caballería al istmo más inmediato a
la Vela, lo cual ejecutado les tiró varios pistoletazos para provocarlos, los
insultó a boleo y aún con los sombreros, pero nada bastó a moverlos y se
regresó el cuerpo montado dándome parte de lo ocurrido, como de las muchas
lanchas y botes que había en la playa. Con estos anteriores creí desde luego
que el enemigo pensaba reembarcarse lo cual me era tan sensible cuanto me había
propuesto exterminarlo de una vez y formé la idea, que supuesto que el terreno
me facilitaba adelantar mis líneas ejecutándolo me pondría en disposición de
incomodarlo de día y de noche con el cañón y atacarlo en su puesto en el mismo
momento que tuviese el menor descuido con sus lanchas de fuerza u otro motivo
me lo indicase.
Determiné nombrar a Vega para que con su
columna de la izquierda se pasase al pueblo El Carrizal a ocupar la derecha.
Nombré a carabaño para que pasase a tomar el mando del centro y marchar yo a
ocupar la izquierda sobre la Boquita, apoyando mi ala en la punta de los médanos,
de suerte que los enemigos, no podían hacer el menor movimiento que no fuese
visto y observado Hoy entró la 3a división de Casicure en el campo.
Día 13.—Reencargué a las guerrillas
hiciesen las descubiertas hasta encontrarse con los enemigos; pero no
encontrando ninguno se retiraron y sólo observaban algunos pocos botes en la
playa. Cuando trataba yo de mover mi campo, llegó una espía amiga como a las
ocho de la mañana, diciendo que los enemigos se habían reembarcado, y que sólo
había algunos botes en la Vela cargando algunos efectos.
Inmediatamente comuniqué las noticias a
los jefes de los puestos y que se pusieran sobre las armas y destiné a Miralles
con la primera división de su partida de 400 hombres, 50 fusileros y 80
caballos para que marchase a la Vela; y a López previne que su derecha
destacase una pequeña columna de observación al llano.
Marchó Miralles con toda la precaución
que exigía una noticia no muy comprobada, haciendo las descubiertas y avanzando
poco a poco mientras aquella se manifestaban sin novedad, y en esta disposición
llegó a La Vela cuando ya se hallaban en ella García y Colina con sus
respectivas guerrillas.
Los enemigos se hicieron a la vela
gobernando al norte, cuarta al noroeste. Miralles lleno de gozo hizo hacer tres
descargas precediendo tres vivas al rey. Este fuego me hizo creer por el pronto
alguna novedad. Marché prontamente y salí de mi cuidado con mi llegada. Di las
disposiciones necesarias, entre ellas que Vega volviese a tomar el mando y me
restituí al campo con Miralles.
Día 14.—Dejando la guarnición competente
de La Vela y la demás punta hasta Cumarebo, marché a la ciudad y entré en ella,
con tres divisiones de Casicure, la compañía de fusileros de pardos de ésta y a
retaguardia la caballería,
Día 15.—Este día se cantó el Tedeum en
la Iglesia mayor de esta ciudad, con toda la solemnidad posible en acción de
gracia al Todo Poderoso por haber arrojado las armas del rey al traidor y sus
secuaces con escarmiento, y por la fidelidad general de todos los habitantes de
esta ciudad y distrito, a su soberano, que, a un mismo tiempo han hecho ver al
falaz seductor que su inicua expresión de haber sido llamado, es hija solamente
de su debilidad y ligereza para cohonestar sus depravados designios contra su
patria y por los graves perjuicios que la ha irrogado, habiéndolo todos
despreciado sus proclamas sediciosas; y el Ilustre Ayuntamiento de esta ciudad,
desde el Presidente hasta el último Regidor, no admitió alguno el pliego que
les envió, ni le abrieron ni contestaron, cuya conducta propia del honor de sus
miembros desconcertó las ideas que se había propuesto el traidor. Las demás
clases distinguidas de la ciudad la abandonaron uniéndose al jefe de las armas
con desprecio de sus intereses para tomarlas y arrojarlo como lo hicieron, lo
cual los hará memorables y dignos de todo elogio. Su pérdida de 62 hombres que
tuvo, conocida por nuestra parte y hasta 133 que echó menos en Orua, sin
numerar los muchos heridos que llevó y que han muerto los más, desengañó a sus
partidarios que rehusaron después seguirlo y fueron embarcados por los ingleses
para conducirlos a la Barbada en donde se cree se deshará la expedición.
Coro, 4 de octubre de 1806.
Juan Manuel de Salas.
NOTA: Transcripción de Dolores Bonet de
Sotillo, Paleógrafo de la Academia Nacional de la Historia. En la transcripción
se ha utilizado ortografía moderna.
ARCHIVOS DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA
HISTORIA
SUCESOS DE LA INVASIÓN Y TOMA DEL PUERTO
REAL DE LA VELA DE CORO Y CIUDAD DE CORO. AÑO DE 1806.
(Diario de un oficial realista)
En los archivos de la Academia, se han
encontrado el original que reproducimos relativo a la toma de La Vela y Coro,
por el General Miranda en 1806. Los hechos son narrados por un oficial español
del real ejército que combatió al Precursor. Naturalmente, el realista ve en su
adversario todas las infamias y todas las perfidias, como sucede siempre,
incapaz como era con su miopía política de comprender el significado del
intento revolucionario y el pensamiento independentista de signo continental
del Generalísimo de nuestra Primera República.
Diario puntual y exacto de la invasión
del Puerto Real de La Vela de Coro y ciudad de Coro, hecha por el infame,
pérfido y traidor Francisco de Miranda, desde el 1º de agosto de 1806 hasta el
13 del mismo mes y año, que precipitado y vergonzosamente, se le hizo poner en
fuga por las victoriosas armas del Rey de España y sus leales corianos.
Mandados por el Capitán del Ejército, Comandante de ellas en esta jurisdicción
don Juan Manuel de Salas, a saber:
Día 1.—A las once y tres cuartos de esta
noche, me dio parte el comandante de La Vela, Don José Vega. Capitán de
Milicias. Graduados de infantería que las vigías de Barlovento habían observado
que ocho buques grandes, muchos de ellos se dirigían al puerto. Inmediatamente
despaché extraordinarios, a los comandantes de Paraguaná y Casicure Teniente de
San Luís y comisionado, para que aprontasen su fuerza armada. La guarnición de
esta ciudad tomó las armas, se dispuso la artillería y reforcé la Vela con 20
fusileros v 100 lanceros.
Día 2.—Al amanecer el vigía de La Retama
observó, que la escuadrilla enemiga se componía de un "novio, dos
fragatas. Tres bergantines. y tres goletas ancladas a sotavento del puerto. Los
dos bergantines se habían hecho a la vela con dirección al fondeadero, como
también que los primeros indicaban desembarcar gente en la costa del Istmo;
reiteré mis órdenes a los dichos comandantes y demás para que se pusiesen en
marcha con sus fuerzas y yo con las mías de 80 fusileros y 234 lanceros, me
situé en el paso del río, punto medio entre la ciudad y la Vela con el objeto
de cubrir la ciudad y ocupar los Médanos, si los enemigos desembarcaban en la
costa donde comienza el Istmo, pero en la marcha otro parte de Vega confirmó el
anterior con la diferencia de no expresar el desembarco que salió falso. Esta
tarde observé con don Ignacio Emazabel desde la vigía de La Retama y me aseguré
que a sotavento había dos fragatas y un bergantín anclados, otra fragata
grande, dos goletas de gabias y tres pequeñas voltejeando con dirección al
fuerte de San Pedro, dos bergantines de mucho porte anclados delante de él que,
en la boca del río había un lanchón lleno de gente y últimamente que la
disposición de los buques indicaba dos o tres desembarcos, ya fuese para
distraer mis fuerzas a llamarlos al falso, mientras realizaban el cierto. Como
estaba advertido que los enemigos podían reunir en la Isla de Trinidad 3.000
hombres y los buques a la vista podían contener a lo menos 2.000, creí también
que intentasen dirigir parte de sus fuerzas a la Boca del río y Paguarita. Lo
primero para cortar la retirada de la guarnición de la Vela, tomándola por su
espalda y lo segundo para situarse en lo más estrecho del Istmo de la península
quitándome el auxilio de esta fuerza numerosa, resolví replegarme a un punto
que cubriese todas las avenidas desde la costa a la ciudad, no distante de los
parajes que la Vigía señalase al pueblo de Cumarebo, socorriese La Vela y me
manifestase con fogatas, hachas y cohetes lo que observase por la noche, en
ella tiraron los enemigos varios cañones sobre el fuerte de San Pedro, de hora
en hora, correspondiéndoseles de nuestra parte con menos intermisión. Se me
unieron 10 hombres que armé con lanzas.
Día 3.—En esta madrugada se me agregó
una compañía de indios de Mitare, con 80 hombres y a las cinco y media avisó
Vega de subsistir los enemigos en la misma disposición que en la tarde
anterior. Al poco rato se oyó un fuego vivo que me hizo poner en movimiento.
Pero cesó tan pronto, que luego empezaron a llegar algunos soldados dispersos
de la guarnición de la Vela y me manifestaron que los enemigos habían
desembarcado en número de 500 hombres, por el punto de Barlovento que llaman de
Santiaguillo. Protegidos de los fuegos de sus buques y lanchas armadas, no
obstante seguí mi marcha a donde el camino se estrecha más, para cubrir mucho mejor
la ciudad.
Supe también que la guarnición de La
Vela se retiraba dispersa por los cardonales y paso de las Calderas, buscando
el asilo de las alturas. Combinando la pérdida de este punto con mis fuerzas
conocí, que con 80 fusileros únicos no podía determinarse a ninguna acción que
los demás lanceros y flecheros son inútiles por la calidad de sus armas. Que si
atacaban o esperaban el ataque de los enemigos, debía ser precisamente envuelto
o arroyado y en este caso la dispersión de los paisanos era consiguiente,
dejando la calidad expuesta a ser cogida con su vecindario que a la sombra de
mi resistencia hubiera subsistido en sus hogares, que aunque no me atacasen los
enemigos podían encerrarme en la ciudad, apoderarse por el paso de las Calderas
de los desfiladeros de Caujarao, cortarme aquella retirada la comunicación con
Paraguaná y Casicure, quitarme los víveres, impedir la reunión de los socorros
de Barquisimeto, Carora y el Tocuyo, y lo que hubiera sido más funesto, abrirse
una entrada al centro de la sierra donde están las esclavitudes de todas las
haciendas de esta jurisdicción que, es regular se acuerden todavía de sus
padres, hermanos, amigos y parientes que murieron a resultas de la sublevación
de 1795 y últimamente que, las primeras ventajas, si las hubiera logrado el
traidor dispensador, mis fuerzas hubieran hecho una sensación extraordinaria en
los espíritus débiles y mansos, cautos, que habrían exaltado las fuerzas y
talentos del vencedor y en seguida le hubiera sido más fácil a éste, propagar e
impresionar sus perversas ideas. Determiné retirarme al sitio elevado de Buena
Vista que cubre la entrada a la serranía. Mandé al teniente de paisanos Don
Francisco de Manzano con Don José de Tellería, que se emboscasen con algunas
compañías de indios en los cardonales que orillean el camino real de La Vela y
me diese parte de las ocurrencias. A las seis de la mañana despaché postas a
los Tenientes de Barquisimeto, Carora y Tocuyo para que me auxiliasen con sus
Fuerzas. A las doce de la misma se agregó Vega con parte de su tropa, pasé a
reconocer el sitio de Caujarao que me aseguraba cubrir a un mismo tiempo la
avenida de La Vela que se une con el camino de la serranía, el descanso de mi
tropa y el riesgo de una sorpresa. A las siete de esta tarde un vecino de La
Vela me dijo a la voz que los enemigos habían desembarcado la artillería y
disponían las cureñas de algunas piezas de La Vela, con el objeto de aprestarse
para atacar la ciudad. Me informó también que había mucha gente en tierra y que
le quedaba mucha mas en los buques, pero no satisfecho con su noticia, le volví
a despachar para que adquiriese más pormenor, y en efecto a las nueve de la
noche volvió y dijo que, las tropas que estaban en tierra serían como unos 500
hombres, y que abordo quedaba el mayor número.
Según oyó que le parecían disciplinados
de todas naciones y blancos que, la artillería desembarcada eran seis cañones
de campaña y que habían mandado habilitar los de a 4 de La Vela para
conducirlos también. Que pensaban marchar para la ciudad al día siguiente y que
los buques fondeados quedaban acordonados en el puerto.
Aunque de ningún modo me era posible
hacer frente a los enemigos, ni en toda la llanura que media entre La Vela y la
ciudad, hay una posición ventajosa que pudiera suplir con su defensa muy pocos
fusileros a muchos de los enemigos, pensé no obstante incomodarlos en el camino
desde los cardonales. Aunque muy claros no dejan de proporcionar bien que con
dificultad, este género de guerrillas, para lo cual destiné al subteniente Don
Francisco Carabaño que marchase y le previne procediese de acuerdo con Manzano que
ya tenía 270 indios que se esforzasen a verificar la empresa con la mayor
bizarría.
En este día se me unieron 102 hombres,
pocos de ellos armados con lanzas y escopetas: 47 negros para el transporte de
la artillería, municiones; 19 hombres montados, unos con espadas, otros con
pistolas y otros desarmados y 209 flecheros cuya mayor parte estaba en el llano
con Manzano.
Día 4.—A las tres y media de esta mañana
marchó Carabaño con 80 fusileros, 3 compañías de lanceros y 12 montados,
dirigiendo la columna de 300 hombres al camino real de la Vela por el que
llaman de las Huertas, y yo me quedé con otros 200, entre fusileros, lanceros e
indios flecheros para seguir a Carabaño, sostenerlo en caso de que se viese
empeñado, o de proteger su retirada si se veía arroyado de los enemigos; pero
acabando de arreglar mi columna para marchar, llegó un hombre montado corriendo
a rienda suelta con la noticia que los enemigos habían entrado a la ciudad y se
había oído una descarga de fusilería en ella, confirmándola el parte de Manzano
que recibí al mismo tiempo y algunos vecinos que fueron llegando expresaron que
la entrada la verificaron antes del amanecer como que el tiroteo oído fue un
saludo cuando llegaron a ocupar la plaza principal. Al instante mandé a
Carabaño se me reuniese, lo que verificado pasé a ocupar la posición de Río
Seco, que me asegura de toda sorpresa y aún de ser atacado por fuerzas muy
superiores respecto de los desfiladeros, pasos del río y dominaciones
ventajosas que cubren todo lo largo del camino. Mientras me reuní con las
fuerzas de Paraguaná y Casicure y entre tanto procuré alentar la gente que
estaba algo abatida, los unos con la derrota que sufrieron en la Vela y los
otros con lo que aquellos les contaban haciéndoles al mismo tiempo conocer y despreciar
al enemigo por medio de las guerrillas.
Conociendo también que el agua estaba
escasa y larga la del río, que los víveres y forrajes lo estaban también,
celebré una junta para ocurrir al remedio y aunque por el momento opinaban
todos que se trasladase el campo al interior de la sierra, conocí en seguida
otros perjuicios más graves, como eran la dificultad de reunir las fuerzas de
Paraguaná y Casicure, dejar al enemigo más libertad para sus operaciones y
subsistencia; esparcir con más frecuencia sus máximas y últimamente el que
llegase a creer que nuestra enorme distancia era un signo no tanto de
conveniencia como de una vergonzosa fuga, por cuyas razones subsistió siempre
el campo en Río Seco.
Despaché órdenes al Teniente de San
Luís, Comisionados y Alcaldes de indios, avisé al Ministro de Real Hacienda Don
Juan Manuel de Iturbe que se hallaba con la Reales Cajas en la Serranía de
Quiragua, para que remitieran cuantas provisiones hubiesen al campamento donde
se pagarían de contado. Estas providencias fueron suficientes para que desde
aquel entonces no faltase al campo su subsistencia y socorro en dinero.
En este las avanzadas de Buena Vista y
Caujarao, remitían algunos vecinos dispersos y bajaron otros de San Luís cuya
mayor parte se despidió por no tener armas, siendo el total de los reunidos 63,
pocos de ellos con algunas escopetas y algunos sables, 47 montados con espadas
y pistolas y 88 flecheros. Llegaron también el resto de la compañía de La Vela
menos once hombres que estaban destacados en Cumarebo, que se despidieron mucha
parte de ellos por no tener armas. A las diez de la noche despaché al Teniente
de paisanos Don Manuel de la Carrera y Colina, bien instruido de mi situación,
fuerzas y las de mis enemigos, según las noticias hasta entonces recibidas para
que las comunicase de paso al Comandante de Casicure y se dirigiese sin
detención a Maracaibo en solicitud de auxilios, la eficacia y actividad de
Carrera proporcionó un socorro de aquel señor Gobernador de 200 hombres al
mando del Teniente Coronel don Ramón Correa y Guevara, y 8.000 cartuchos de
fusil.
Día 5.—Se nombraron dos partidas de
guerrillas de a 25 hombres cada una a las órdenes de los subtenientes de
paisanos Don José María Medina y Don Casimiro García. Despaché un espía a La
Vela que volvió al anochecer con la noticia que los enemigos guarnecían aquel
puerto con más marinería que tropa y que trabajaban una cortadura donde llaman
la Salina.
Las partidas de guerrillas se
adelantaron hasta el campo inmediato de la ciudad y no encontraron avanzadas
algunas de los enemigos, que las tenían reducidas a la orilla exterior de la
población. La avenida de Buena Vista remitió tres indios nuestros que dijeron
venían a presentarse y traían puestas unas chaquetas azules con vueltas
amarillas.
En este día se reunieron 32 hombres
desarmados que admití como los demás que sucesivamente venían sin ellas para
quitarles todo pretexto de ausentarse. También llegaron 88 montados, de San
Luís y Pedregal, armados unos con pistolas, otros con espadas y muchos sin arma
alguna y 235 flecheros
Día 6.—La guerrilla de García remitió
tres prisioneros de los enemigos que encontró sin armas, se les recibió su
declaración y remitieron con el expediente a Puerto Cabello. Se agregaron este
día al campo 108 hombres desarmados.
Día 7.—Los sargentos montados Diego
Zabala y Vicente Morillo pidieron voluntariamente salir de guerrillas con seis
soldados de su cuerpo y volvieron al mediodía después de haber tenido en el
sitio del Barrial un encuentro con los enemigos que perdieron un oficial,
muerto por el Morillo. Se reunieron 15 hombres desarmados y los fusileros de la
Vela que estaban destacados en Cumarebo.
Día 8.—A las ocho de la mañana recibí
avisos del cura don Pedro Pérez y del Administrador de Correos don Nicolás Yanes
y de don Miguel Álvarez, de que los enemigos habían abandonado la ciudad la
noche anterior como a las diez de ella, dejando muchas casas abiertas.
Inmediatamente destiné a Vegas con 100 hombres y 30 montados, de guarnición, y
que procurase evitar el robo de las casas. Don Juan Meogui condujo un indio y
las guerrillas remitieron un sueco y un americano, este y el indio con chaqueta
encarnada. Dijeron que se quedaron dormidos en Coro cuando lo abandonaron los
enemigos y fueron aprehendidos en el camino de la Vela. Se agregaron en este
día 10 hombres desarmados.
Día 9.—A las seis de esta tarde se me
presentó el Comandante de Casicure don José García Miralles a quien instruí de
todo, y conviniendo sus reflexiones con las mías, determiné no diferir un
momento situarnos al frente del enemigo en posiciones ventajosas para detallar
después las operaciones que debían seguirse a su destrucción, reduciéndolos a
los estrechos límites de la población que ocupaba, incomodarlo en ella de día y
noche, atacarlo en el momento que una mar de leva le impidiese conservar sus
flancos y espaldas por los buques menores, lanchas y botes armados que tenían
con este objeto acordonados en el puerto.
Vega me dio parte de haber entrado en la
ciudad la primera división de Casicure de cinco compañías con 370 hombres al
mando del capitán don Manuel Ustua, y 30 caballos, y en seguida entró la
segunda del mismo partido, de cuatro compañías con 270 hombres al mando del
capitán Don Javier Morios. Di las providencias correspondientes para mover el
campo al salir la luna. A las 7 de la noche condujo Don Santos Aristizabal un
prisionero húsar desmontado de nación piamontés, armado de sable y fusil. En
este día se me reunieron trece hombres desarmados.
Día 10.—A las tres de la mañana marchó
el campo a Buena Vista, como también la artillería y víveres, municiones y
pertrechos en hombros de morenos y desde este punto siguióse después la marcha
al campo de San Gabriel, desde el cual, después que comió la tropa, se dividió
en 3 columnas, la de la izquierda se dio el mando a Vega, compuesta de 64
fusileros y hasta 500 hombres lanceros y flecheros los más, para que se
dirigiese a ocupar los médanos de la Boca del Río.
La columna de la derecha, compuesta del
mismo número de fusileros, lanceros y flecheros, se destinó a las órdenes de
don Basilio López para que ocupase el Hatillo del Botado, situado al sur de la
Vela en una elevación ventajosa, previniéndole al mismo tiempo extendiese sus
líneas a cortar las comunicaciones de Guaíbacoa y costa arriba y yo con
Miralles y Carabaño, marché con la columna del centro compuesta del mismo
número de fusileros, y 100 hombres montados con el tren de artillería al paso
del río, dejando en la ciudad al capitán de paisanos don Martín Echave con la
segunda división de Casicure, 17 fusileros y dos compañías de indios, cuyo
cuerpo y reserva aseguraba a un mismo tiempo las propiedades de las casas
abandonadas por sus dueños. Luego que llegué mandé mandar situar las avanzadas
de la otra parte del río y una gran guardia de caballería de 20 hombres. La
artillería la dejé a mi espalda porque no siendo más que de dos cañones de a 4
y 3 pedreros, y que desde la cresta de la caja del río, no enfilaba bien la
avenida enemiga, podía ser arroyado, si ellos me cargaban con todas sus
fuerzas, respecto que las mías no podían sostenerse con 64 fusiles y algunas
escopetas, al paso que si llegaba este lance, los enemigos en mi retirada
entrarían en un espacioso llano en donde la artillería desde una caja del monte
que la orillaba, emplearía sus fuegos sobre ellos, que, poniéndolos en desorden
la caballería los acabaría de destruir del todo. Mi posición se comunicaba
perfectamente con mis alas y aunque la derecha me distaba algún tanto más, la
llanura que mediaba entre ambas me facilitaba que la caballería dificultase la
interrupción; la izquierda se apoyaba sobre la mar, y aunque muy próxima a los
enemigos tenía el río por delante que era muy difícil de vadear.
Día 11.—Como a las tres de la madrugada,
teniendo Miralles las tropas sobre las armas, mientras se hacían las
descubiertas por las guerrillas pasado un buen rato se oyó un tiroteo en la
izquierda que se fue aumentando a medida que amanecía y siguió protegido del
cañón de los buques fondeados y de una lancha cañonera que se aproximaba a la
Boca del río, de lo cual dio parte Vegas, como de que varios botes y canoas,
sin distinguir su número, se hallaban en la Boca; que estaba empeñado en la
acción con dichos botes que se defendían con obstinación y solicitaba se le
reforzase con más fusilería, pero que Miralles le contestó se defendiese con la
que tenía. Amanecido ya volvió Vega a reiterar su parte de que el enemigo
dirigía una columna por la playa y nuestras avanzadas, que otra por dentro de
los médanos con un cañón, sin duda con el objeto de proteger la acción que aun duraba en la
boca..
Miralles contestó a Vega no tuviese
cuidado de aquellos enemigos que se le dirigían por su frente, pues se le hacia
retroceder muy aprisa. Así fue porque Miralles remitió inmediatamente al
teniente de pardos urbanos Antonio de Moros, con el resto de su compañía y
algunos escopeteros de Casicure para reforzar al subteniente de paisanos García
y al sargento primero de los mismos urbanos blancos José Manuel Colina, ordenándoles
que flanqueasen a los enemigos por su costado izquierdo. Envió también a
Echauspe con 80 caballos para que si descendían al llano desde los médanos que
ocupaban
pudiesen atacarlos en su retirada,
cortándoles esta, luego que los enemigos, muy distantes aún de la boca, se
vieron con fuegos que los flanqueaban y la caballería casi a su espalda,
comenzaron a retroceder que no bastaba la presencia y amenazas de sus oficiales
que a caballo con los sables procuraban contenerlos, para que a lo menos no
abandonasen el cañón, pero viendo frustradas sus esperanzas desistieron de su
empeño y se retiraron disparando sobre la caballería algunos cañonazos.
Echauspe, comandante de ella, prolongó
el frente de su caballería poniéndola en ala, pero no a su gente, con el ánimo
de atacarlo en su retirada, pero no sacó más fruto que el de once voluntarios
que salieron al frente, con cuyo corto número no pudo ejecutar su bizarría. La
acción duró tres horas. Vega se portó con el mayor valor y constancia, como sus
subalternos y tropa con bizarría.
Perdió el enemigo 20 muertos, 5
prisioneros, tres canoas y un bote lleno de barrilería y pipas. Se escaparon
dos botes muy aprisa a los que se dirigían algunos a nado, que se ahogarían,
respecto a que después han parecido 8 ó 9 cadáveres en la costa de Paraguaná.
En las columnas auxiliares de la Vela tuvieron también pérdida da hombres
porque en aquel sitio había una fetidez intolerable de muertos enterrados por
los mismos enemigos y que los contrarios habían embarcado muchos heridos a
bordo de sus buques, entre ellos tres oficiales. Si la columna de la derecha no
hubiera tenido la desgracia de equivocar su camino la noche del diez, hubiera
tomado un cañón y treinta hombres que se retiraron a la Vela y estuvieron
perdidos en el monte, además de que nos faltó por aquella parte la fuerza que
hubiera contribuido mucho a consternar más a los enemigos en su ataque y aún
quizá a cortarle su retirada. Después de la acción entró la segunda división de
Casicure y ocupando la ciudad la tercera y cuarta, compuesta de ocho compañías
en número de 600 hombres.
Día 12.—Ordenó a los oficiales de
guerrilla que hiciesen las descubiertas bien largas, hasta encontrar las de los
enemigos y habiéndose retirado muy tarde dieron parte de que sólo tenían sus
centinelas en la en punta del médano que corre sobre la misma Vela y que habían
observado que tenían muchos botes fondeados en la playa y otros en continuo
movimiento desde ella a los buques, que, estos se habían aproximado, los de de
menor porte al castillo de San Pedro, guardando una especie de línea o cordón y
dando los costados de estribor a la avenida de nuestro campo de a la Vela. A
las tres de esta tarde hubo un fuerte aguacero, y concibiendo yo que el
silencio de los enemigos podía ser causa de intentar con refuerzo de las
tripulaciones algún ataque contra algunos de mis puntos, y más cuando no
ignoraría que nuestra tropa estaba a la inclemencia bien mojada, pensé a un
mismo tiempo observarlos y darles a conocer que estábamos muy sobre nosotros
mismos. A este fin mandé a Echauspe con la caballería al istmo más inmediato a
la Vela, lo cual ejecutado les tiró varios pistoletazos para provocarlos, los
insultó a boleo y aún con los sombreros, pero nada bastó a moverlos y se
regresó el cuerpo montado dándome parte de lo ocurrido, como de las muchas
lanchas y botes que había en la playa. Con estos anteriores creí desde luego
que el enemigo pensaba reembarcarse lo cual me era tan sensible cuanto me había
propuesto exterminarlo de una vez y formé la idea, que supuesto que el terreno
me facilitaba adelantar mis líneas ejecutándolo me pondría en disposición de
incomodarlo de día y de noche con el cañón y atacarlo en su puesto en el mismo
momento que tuviese el menor descuido con sus lanchas de fuerza u otro motivo
me lo indicase.
Determiné nombrar a Vega para que con su
columna de la izquierda se pasase al pueblo El Carrizal a ocupar la derecha.
Nombré a carabaño para que pasase a tomar el mando del centro y marchar yo a
ocupar la izquierda sobre la Boquita, apoyando mi ala en la punta de los
médanos, de suerte que los enemigos, no podían hacer el menor movimiento que no
fuese visto y observado Hoy entró la 3a división de Casicure en el campo.
Día 13.—Reencargué a las guerrillas
hiciesen las descubiertas hasta encontrarse con los enemigos; pero no
encontrando ninguno se retiraron y sólo observaban algunos pocos botes en la
playa. Cuando trataba yo de mover mi campo, llegó una espía amiga como a las
ocho de la mañana, diciendo que los enemigos se habían reembarcado, y que sólo
había algunos botes en la Vela cargando algunos efectos.
Inmediatamente comuniqué las noticias a
los jefes de los puestos y que se pusieran sobre las armas y destiné a Miralles
con la primera división de su partida de 400 hombres, 50 fusileros y 80
caballos para que marchase a la Vela; y a López previne que su derecha
destacase una pequeña columna de observación al llano.
Marchó Miralles con toda la precaución
que exigía una noticia no muy comprobada, haciendo las descubiertas y avanzando
poco a poco mientras aquella se manifestaban sin novedad, y en esta disposición
llegó a La Vela cuando ya se hallaban en ella García y Colina con sus
respectivas guerrillas.
Los enemigos se hicieron a la vela
gobernando al norte, cuarta al noroeste. Miralles lleno de gozo hizo hacer tres
descargas precediendo tres vivas al rey. Este fuego me hizo creer por el pronto
alguna novedad. Marché prontamente y salí de mi cuidado con mi llegada. Di las
disposiciones necesarias, entre ellas que Vega volviese a tomar el mando y me
restituí al campo con Miralles.
Día 14.—Dejando la guarnición competente
de La Vela y la demás punta hasta Cumarebo, marché a la ciudad y entré en ella,
con tres divisiones de Casicure, la compañía de fusileros de pardos de ésta y a
retaguardia la caballería,
Día 15.—Este día se cantó el Tedeum en
la Iglesia mayor de esta ciudad, con toda la solemnidad posible en acción de
gracia al Todo Poderoso por haber arrojado las armas del rey al traidor y sus
secuaces con escarmiento, y por la fidelidad general de todos los habitantes de
esta ciudad y distrito, a su soberano, que, a un mismo tiempo han hecho ver al
falaz seductor que su inicua expresión de haber sido llamado, es hija solamente
de su debilidad y ligereza para cohonestar sus depravados designios contra su
patria y por los graves perjuicios que la ha irrogado, habiéndolo todos
despreciado sus proclamas sediciosas; y el Ilustre Ayuntamiento de esta ciudad,
desde el Presidente hasta el último Regidor, no admitió alguno el pliego que
les envió, ni le abrieron ni contestaron, cuya conducta propia del honor de sus
miembros desconcertó las ideas que se había propuesto el traidor. Las demás
clases distinguidas de la ciudad la abandonaron uniéndose al jefe de las armas
con desprecio de sus intereses para tomarlas y arrojarlo como lo hicieron, lo
cual los hará memorables y dignos de todo elogio. Su pérdida de 62 hombres que
tuvo, conocida por nuestra parte y hasta 133 que echó menos en Orua, sin
numerar los muchos heridos que llevó y que han muerto los más, desengañó a sus
partidarios que rehusaron después seguirlo y fueron embarcados por los ingleses
para conducirlos a la Barbada en donde se cree se deshará la expedición.
Juan Manuel de Salas.
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