viernes, 14 de febrero de 2025

LA EDUCACIÓN EN GUAIBACOA

 

LA EDUCACIÓN EN GUAIBACOA

                                Hernán Blanco

 

Según Carmen Amadora Zavala, la educación en Guaibacoa ya era oficial en la década de los 30. La escuela estaba ubicada en El Buco, en una hacienda donde había muchas matas de cocos y almendrones. Allí enseñaban las hermanas Emma y Aura Reyes Aguirrieche. Entre sus  compañeros recuerda a Isabel Sánchez, Hilda Ramos, Nino Pulgar, Carmen Pulgar, Lola Sánchez, Rafael Sánchez, Bertha Ramos y Pompilio.

 

Un hecho anecdótico muy significativo que recuerda Amadora de esta época, es la presencia del niño Alonzo Gamero sentado en aquellos banquitos de la escuela, oyendo clase con los niños de Guaibacoa, en las ocasiones que acudía a visitar a sus tías las hermanas Reyes Aguirrieches.

 

El señor Reinaldo Ordóñez al ser entrevistado manifestó estar de acuerdo con Amadora, ya que para 1938 la Escuela estaba ubicada en la casa de Jesús Sánchez a la parte abajo del chorro. Allí daban clase Mireya Arnaez, Angelina Lamberto, la negra Angélica y Carmen Antonia, esposa de Jesús Sánchez. Después la escuela fue mudada a la casa de Laura Lovera, que estaba ubicada entre la casa de Lino Reyes y la Prefectura. En esta escuela daban clase Sara Arteaga y la propia Laura Lovera. Entre sus compañeros de estudios, Reinaldo recuerda a Lucas Zavala, Mons. Lugo, Luis Pulgar, Juan Herrera, Margarita Loica, Elodia Zavala, Pedro Sánchez y Raúl Ramos entre otros, pero también recuerda alumnos de mayor edad, entre los cuales estaban Rafael Sánchez, Nino Pulgar, Monche Rivas y Nicolás Ventura, algunos de los cuales fueron mencionados por Amadora. 


En memoria y cuenta del General Argenis Azuaje Presidente del Estado para 1939, se demuestra contundentemente lo dicho por Amadorita Zavala y Reinaldo Ordóñez pues allí aparece el nombre de Sara Arteaga como la titular para la época. También hay constancia en una Gaceta Oficial de 1946 donde se nombra a “Ana Vera de Cortez, Maestra de la Escuela Nª 66 de Guaibacoa Distrito Colina”

 

La maestra que inició la educación oficial en Mataruca, lleva por nombre Amadora Zavala, nació el 7 de Diciembre de 1919 en la población de Guaibacoa.  Amadora aprendió las primeras letras en la escuela de su pueblo, lamentablemente en su escuela no existía la promoción, razón por la cual se va a La Vela  a  los 16 años para reiniciar formalmente sus estudios primarios en la escuela Antonio Dolores Ramones bajo la tutela de sus maestra María Luisa Molina, y Emilia Rosa Molina. Amadora concluyó sus estudios satisfactoriamente, no solo obtuvo excelentes calificaciones, sino que obtuvo además, el reconocimiento de sus maestras. Fueron ellas quienes gestionaron ante la autoridad del Distrito Colina, el cargo de maestra  para su excelente alumna.

 

Amadora fue maestra de Eustoquia, Cecilio, Eudocia y Francisco Arévalo; Lino, Quintiniano y Domingo Arévalo Sirit; Prudencio, Manuel, Tomasa y Alejandro Mora; Dominga Francisco y Juan Lugo Rojas; Hermógenes Rojas, Juan Rojas y Vicente Lugo, entre otros.

 

Los alumnos de aquella muchacha de 20 años que llegó a Mataruca un 14 de Septiembre de 1940, nunca imaginaron lo que sería su maestra ni cuán lejos llegaría.

 

La maestra de los muchachos es enfermera profesional egresada de la escuela nacional de enfermería de Caracas en 1948.

También en Caracas terminó el bachillerato en el Liceo Juan Vicente González en el año 1960.

En 1964 egresa de la Universidad Central de Venezuela con el título de Licenciada en Educación. En la Universidad del Valle de Colombia obtuvo la licenciatura en enfermería y en Puerto Rico realizo un Máster en Ciencias de la Enfermería.

 

 

CARGOS DESEMPEÑADO POR AMADORA

 

Directora de enfermeras del Hospital Antonio Smith de Coro año 1948-1952

Profesora de fundamentos de enfermería y artes de la enfermería.

Escuela Nacional de Enfermería. Caracas 1953-1958.)

Directora de la Escuela Nacional de Enfermería. Caracas 1959-1962

Profesora de Psicología. Escuela Nacional de Enfermería. 1963-1965

Profesora de Puericultura. Instituto Andrés Eloy Blanco, Caracas- 1964 1965. 

Directora fundadora de la Escuela de Enfermería de la Universidad de los  Andes   1967-      1972.  

Profesora de la Cátedra de Enfermería Médico Quirúrgica. Escuela de en  Enfermería Universidad de los Andes. 1974-1983. 

 

DISCURSO DE AMADORA ZAVALA EN LOS 64 AÑOS DE LA EDUCUACIÓN EN MATARUCA

"Con la creación de una escuela municipal en 1940 comienza la historia de la educación formal oficial en Mataruca, y al mismo tiempo comienza la historia de esta servidora como educadora para el país. Puedo decir, por lo tanto que todo estaba por hacer y me tocó a mí comenzarlo. Este hecho, creo, me permite la licencia de relatarles la historia de lo que ha sido mi formación como educadora desde que me inicié en esta comunidad, que en todo caso lo que me permite es retratar cómo ha ocurrido el hecho educativo en el país desde finales de los años treinta y principios de los cuarenta del siglo veinte, por lo que mi relato puede ser muy parecido al de otros educadores que en todo caso, como en el mío, les tocó comenzar en una Venezuela esencialmente rural. 

Mi inserción en el sistema educativo comienza en una escuela que existía en Guaibacoa y en la que se estudiaban las primeras letras, nociones de lenguaje, aritmética, historia y moral y cívica. En la referida escuela no existían los grados tal como los conocemos hoy en día, el alumno simplemente permanecía en la escuela hasta que el maestro determinaba que ya había alcanzado el conocimiento que se impartía en la misma. En mi caso particular creo haber asistido a la escuela a una edad normal, aún comparada con los estándares de la época actual, pues recuerdo que a los nueve o diez años yo leía y escribía. Fueron mis maestras Aura y Emma Reyes Aguirrieche. No existiendo los grados formales en la escuela del pueblo y habiendo ya asimilado lo que allí se enseñaba, se paralizó temporalmente para mí la asistencia a la escuela. Pero posteriormente se hizo posible mi asistencia a la escuela “Antonio Dolores Ramones” en La Vela, cuya Directora era Emilia Rosa Molina, a quien tuve como maestra al igual que a su hermana María Luisa Molina. En esta escuela aprobé el cuarto grado, por lo que se me confirió el certificado de educación básica. Una vez obtenido el certificado de educación básica, al comienzo del siguiente año escolar recibo en Guaibacoa la noticia de que ha sido creada una escuela por el Concejo Municipal para El Carrizal y Mataruca; así mismo, se me informa que debo ponerme de acuerdo con mis antiguas maestras en La Vela para recibir las instrucciones correspondientes para hacerme cargo de la nueva escuela. Comienzo pues a ejercer mis funciones de novel educadora un dieciséis de Septiembre de 1940. Nació así la escuela que al comienzo era para El Carrizal y Mataruca. La escuela comenzó en septiembre en una pequeña casa, en un alto que yo diría era como la frontera entre El Carrizal y Mataruca. 

Recuerdo que cuando me paraba en la puerta veía la iglesia cerrada, ya que la misma solo se abría la víspera del 12 de diciembre para las fiestas patronales. Poco tiempo después la escuela tuvo que mudarse a Mataruca, debido a que, aunque para entonces era bastante despoblada y las casas distantes unas de otras, era de allí de dónde provenía la mayor parte de los alumnos. 

Mi paso por esta comunidad fue fugaz, ya que al año siguiente de creada la escuela se crearon otras escuelas estadales y fui transferida a la población de San Pablo. Creo, sin embargo, que puedo ostentar el título de maestra fundadora de la escuela de Mataruca. Lo digo con mucho orgullo, ya que este comienzo marcó mi vida en mi quehacer posterior como se podrá observar en el resto del relato. Como decía, fui trasladada a San Pablo y al ser la primera escuela, también allí fui la maestra fundadora, entre mis alumnos de esa época se consiguen personajes destacados en diversas partes del estado y del país. 

Encontrándome en San Pablo se instituye el requisito del sexto grado para la obtención del certificado de educación básica. Para poder cursar el quinto y sexto grados tenía necesariamente que asistir a la escuela en La Vela. Afortunadamente, el Maestro Rafaél Sánchez López, quien dirigía la escuela de varones y que había sido transformada en mixta, me animó para que me inscribiera en su escuela. Me permitió una especie de libre escolaridad, mediante la cual yo debía recibir y resolver las tareas, así como la presentación de los exámenes finales que eran elaborados por el Ministerio de Educación y venían en sobre sellado para ser abiertos en el momento de su presentación, por un representante del Ministerio.  

Al tiempo que en el país se hacían esfuerzos por mejorar en el campo educativo, también se hacía lo mismo en campo de la salud. Pero las autoridades se encontraban con el inconveniente de no tener suficiente personal preparado para atender los problemas de salud que se presentaban, particularmente en el campo. Esto obligó al gobierno a dar entrenamiento a personas que estuvieran en contacto con la comunidad en actividades de liderazgo, en mi caso, a los maestros, para que ayudaran en el tratamiento sencillo de algunos problemas de salud. Habiendo recibido el entrenamiento correspondiente, fui trasladada a Churuguara para trabajar en una Medicatura Rural en donde me correspondió atender diversas situaciones, partos entre otras. Puedo referir que en el primer parto que atendí, que fue en la población de Mapararí, nació una niña que posteriormente encontré, como una brillante profesora en la Universidad de Los Andes. 

Creo haber causado buena impresión entre aquellos de los que recibí el entrenamiento en salud, ya que me propusieron como candidata para optar a una beca para estudiar enfermería en la Escuela Nacional de Enfermeras en Caracas. Beca que me fue concedida y la que me permitió estudiar y graduarme en la referida escuela en septiembre del año 1948.

En esa fecha regresé a trabajar a Coro en el hoy desaparecido hospital “Antonio Smith”, junto con otra compañera, también de Guaibacoa, Berta Ramos. Éramos las primeras enfermeras profesionales que llegamos a trabajar al hospital; en este caso me correspondió ser jefe de enfermeras. 

En el año 1952 regresé a la actividad de enseñanza, ya que me fue ofrecida una plaza para enseñar enfermería en la misma escuela en la que me había graduado. Aquí pude fundir la vocación de enseñar con la profesión de enfermería, enseñando a cuidar enfermos. Aceptar el cargo en Caracas fue una decisión relativamente fácil desde el punto de vista profesional, ya que para el momento tenía la inquietud por terminar los estudios de bachillerato, lo que en Coro no podía hacer por no existir para aquel entonces ni Liceo nocturno ni libre escolaridad. 

En Caracas pude efectivamente concluir el bachillerato y posteriormente estudiar una licenciatura en educación.  

Entre los años 1958 y 1963 me correspondió dirigir la Escuela Nacional de Enfermeras. Posteriormente viajé a Colombia en donde obtuve una licenciatura en enfermería, correspondiéndome ser la primera venezolana en obtener ese grado académico. Luego, después de mi retorno al país, me correspondió fundar, en la Universidad de Los Andes, la primera escuela de enfermería a nivel universitario en el año 1967. Posteriormente realicé estudios de maestría en ciencias de la enfermería en Puerto Rico. Finalmente me jubilé como profesora de las Universidad de Los Andes en el año 1983. 

 

Ruego a ustedes me sepan perdonar por haber utilizado esta tribuna para hacer un relato de mi propia vida académica, pero asumo la responsabilidad por creer que la comunidad de Mataruca tiene derecho a conocer la historia de quien fue la maestra fundadora de su escuela hace sesenta y cuatro años. Yo por mi parte no podía desperdiciar una oportunidad tan maravillosa como esta para hacer mi propio recuento. En todo caso agradezco a Dios todopoderoso el que me haya permitido la licencia para hacerlo. 

Quiero, como palabras finales, manifestarles a los organizadores de esta conmemoración de los sesenta y cuatro años de la escuela, que me han hecho sentir lo que fui para entonces, la pionera de la educación en Mataruca. Manifiesto también la alegría de encontrarme tantos años después con algunos de los primeros alumnos a quienes quise tanto. Para mi constituyen un trofeo en la vida de una humilde jovencita de Guaibacoa, que se iniciaba en la flor de la vida sin más equipaje que un baúl de ilusiones y de sueños por realizar. 

En días pasados asistí a una reunión donde se hacían planes para la celebración correspondiente y al llegar al sitio de la reunión, los presentes, quienes sabían de mi existencia pero que no me conocían irrumpieron en un estruendoso aplauso que todavía suena como una canción a mis oídos y que permanecerá de esa forma hasta el fin de mi existencia, por lo que les doy un Dios se los pague. 

Es para mí un honor haber comenzado en esta comunidad noble que soporto con estoicismo los rigores de una sequía feroz, la que aún recuerdo porque llegué a bañarme, cocinar y hasta beber agua de pozo, clarificada con un trozo de cardón. 

Aquí comenzó mi contribución en la construcción del país que hoy tenemos y que nos falta por mejorar. 

Mi historia ha caminado pareja al desarrollo de la educación en el país. Trabajé en todas las etapas de la educación: primaria, secundaria, técnica y universitaria por más de cuarenta años. Mi vida activa comenzó aquí y terminó en Mérida con mi jubilación hace veinte años. Pero como la vida sigue, yo sigo aprendiendo cosas nuevas, porque el mundo no se detiene. Al contrario, parece que se acelera cada vez más. 

Invito a que mantengamos la mente siempre abierta, para aprender sobre las nuevas cosas que encontramos en el mundo. 

 

Muchas Gracias, Amadora Zavala. 

 

RECUERDOS DE AMADORA

 

Recuerdo que las fiestas patronales de mi pueblo el 8 de septiembre, eran celebradas con mucho fervor y entusiasmo, a ella asistían todas las gentes de los pueblos aledaños tales como El Tigral, Los Dos Caminos, Agua Salada, El Yabal, Chipare y Las Ventosas.

Generalmente la víspera de la fiesta, había retreta en la plaza, con orquesta, y baile con música en vivo en alguna casa de familia, a la cual asistían solo los invitados.

De vez en cuando esta fiesta de la patrona asistía el Obispo Diocesano, quien para entonces era Monseñor Lucas Guillermo Castillo.

Nuestra escuela homenajeaba al a Obispo, preparando a los niños para recibirlo. De ello recuerdo un canto cuya letra de la poetisa falconiana

 

Polita D`Lima de Castillo decía:

Guaibacoa de gloria se viste,

Y los niños henchidos de amor,

Entre flores y palma reciben,

El ansiado y bendito pastor.

Fuera de las fiestas patronales y la alegría de la navidad, con la aparición de los pesebres, con la llegada del niño Dios, el tiempo transcurría lentamente y monótono, pasaba mucho tiempo para que se oyera una noticia. No había radio ni televisión.

Las vacaciones las pasábamos en casa ayudando a mamá en los quehaceres. En semana santa, si se tenía, como fue mi caso, si se tenía un tío cuenta cuento, nos divertía contando los cuento de Tío Tigre y Tío Conejo, Onza, Tigre y León; cuentos de hadas encantadas, pero también cuentos de fantasmas, de llorona y de seretones. Nos animaba a inventar cosas que hasta ahora no han aparecido, pero que un buen día el ingenio humano lo descubrirá. Pasábamos los domingos adivinando charadas y adivinanzas y jugando con muñecas de trapos.

 

Cuando llegaban los quince años, aquellos que podían pagar la orquesta le celebraban los quince a su hija. Cumplir quince años significaba entrar en sociedad, podíamos ya bailar con un caballero, antes solo lo hacíamos con los hermanos o tíos o mujer con mujer. Podíamos también asistir a bailes en otra casa de familia, usar media larga, ya que hasta entonces solo usábamos media de colegiala. Los varones a los quince años bajaban el pantalón, pues hasta entonces usaban corto por encima de la rodilla.

Un joven no podía fumar ni tomar licor delante de sus padres sino hasta después de los veintiún años que era la mayoría de edad.

Las canciones de entonces eran Mi Ruperta, Dama Antañona, Cielito Lindo y otras que se escapan de mi memoria. Solamente se bailaba vals, pasodoble y joropo, después con el correr del tiempo fueron llegando el merengue, la salsa y pare de contar.

Los padres vigilaban mucho lo que uno pudiera aprender. Recuerdo haber leído tres novelas, zanahorias como dicen los chamos de ahora, las cuales fueron: Aura o las Violetas, de Vargas Vilas, María, de Jorge Isaac; e Ifigenia, de Teresa de Parra.

Después de la adolescencia llega la adultez, se supone que nos preparamos para afrontar las responsabilidades de la vida, como ciudadanos de un país y miembros de una comunidad. Llega la edad de producir económicamente, de formar familia y criar los hijos. Por eso los invito a tener ilusiones, a soñar con una vida mejor, a pensar en hacerse una carrera o al menos a aprender un oficio. Cada uno de nosotros si se auto evalúa puede saber para que servir, que le gustaría hacer cuando sea adulto. Trabajen para conseguir lo que quieren, propónganse metas y vayan logrando poco a poco lo que desean. Para ustedes llegar a un sitio lejano tienen que dar un paso y después otro, no llegan de un solo salto. Nunca se desanimen, cuando algo les salga mal, vuelvan a empezar, busquen donde se equivocaron, corrijan y sigan. El éxito en la vida se consigue con la constancia. Tengan fe en Dios, en la gente de bien, en sus maestros, pero sobre todo en ustedes mismos. Aprendan lo más que puedan, la educación es lo único que les va a permitir a ascender social y económicamente.

La única forma de salir de la pobreza extrema es tener una profesión o al menos un oficio. No desperdicien ese tesoro que tienen ahora, que es la juventud, para prepararse, no esperen que lleguen los 40 o los 50 años y vean a otros que tuvieron éxito porque se superaron para la vida, mientras ustedes se quedaron varados como a quien los deja el autobús. Una persona que no estudia nada está desarmada con las manos vacías para enfrentar la vida.

Finalmente queridos alumnos de la Mataruca de hoy, quiero decirles que esa golosina humana de la niñez, el bello tesoro de la juventud, pasa inexorablemente y llega la adultez más sosegada, más reflexiva, donde se supone debemos realiza muchas cosas, es decir, cumplir con la misión a la cual vinimos a este mundo. Todo pasa a medida que pasa el tiempo y llega la vejez, solo queda detrás de nosotros las huellas de nuestro paso por la vida, y el balance a nuestro favor o en contra que hace la sociedad en este mundo terrenal y la justicia divina en el cielo.

Así llegó para mí la vejez, viviendo en una de las ciudades más lindas de Venezuela, la ciudad de Mérida, lejos del terruño que me vio nacer y de los míos por lo que a veces en mis momentos de añoranza digo como el autor anónimo del siguiente poema:

A quien que, aunque

En alcázares morara,

Y en la más viva

Esplendidez viviera

No le fue siempre

La memoria cara

Del oscuro rincón

Donde naciera.

Hasta otra oportunidad, Dios los bendiga y los haga hombres y mujeres de bien, para ustedes mismos, para sus familias, para su comunidad y para el mundo.

Amadora Zavala.

 

Mataruca 24 de Septiembre de 2004.

 

 

 

 

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